Alcañiz- Rutas de Aragón.
EL CASTILLO DE LOS CALATRAVOS.
El castillo está situado en la llamada loma de Pui Pinos. A él se accede tras ascender por el pronunciado camino de ronda y tras pasar por el robusto arco de entrada, el cual, siguiendo el esquema de las fortificaciones islámicas, se dispone perpendicularmente al muro.
Este castillo-convento se inicia en el románico, sufriendo diversas ampliaciones y modificaciones posteriores. De los restos de mayor antigüedad, siglos XII y XIII, destacan la capilla románica, el claustro protogótico y la torre del homenaje gótica. La capilla de una sola nave y bóveda de cañón apuntado, tiene una de las escasas portadas románicas del Bajo Aragón con interesante ajedrezado jaqués. En el lado del evangelio se encuentran los restos de una obra de gran interés dentro de las escultura funeraria del renacimiento aragonés: el sepulcro de don Juan de Lanuza. El claustro, adosado al muro sus de la capilla tiene dos arcos apuntados por crujía. La torre del homenaje se eleva al oeste de la capilla y su planta baja le sirve de pórtico. Ofrece, en su planta baja y en la noble, un conjunto de pintura gótica mural que, fechadas en la primera mitad del siglo XIV, constituyen una interpretación regional y local del estilo lineal o francogótico. Tiene la singularidad de que, en la mayor parte de ellas, su temática es civil (como, por ejemplo, las hazañas de Jaime I el Conquistador). Algunas de estas pinturas fueron arrancadas y se encuentran hoy en el Ayuntamiento. También el claustro, aunque peor conservadas, ofrece restos de estas pinturas: en este caso su temática se relaciona con lo funerario. En el siglo XVIII se llevó a cabo una importante reforma, fruto de la cual es el palacio de los Comendadores, que ocupa la zona sur. Desde 1968 es Parador Nacional de “La Concordia”.
EL PALACIO MUNICIPAL Y LA LONJA.
La Lonja, situada en la plaza de España y formando escuadra con el Ayuntamiento (s. XVI), es un magnífico resto de arquitectura civil gótica. Realizada en el siglo XV, es un trasunto de las “loggias” italianas cuatrocentistas. Consta de tres esbeltos arcos apuntados, dos de los cuales tienen su intradós decorado con arquillos lobulados y está rematada por arquería corrida del siglo XVI y gran alero con lunetos del siglo XVIII. Su interior se ha destinado a centro cultural: biblioteca pública, conservatorio de música.
Como en el resto de Aragón, el siglo XVI es una época de esplendor económico y de cambio sociopolítico, que en el mundo del arte se refleja, principalmente, en la cristalización de dos tipologías: el Ayuntamiento y el palacio.
El Ayuntamiento alcañizano, obra de comienzos del último tercio del siglo XVI, se alza formando ángulo con la Lonja, en la plaza de España. Su fachada principal, en piedra, consta de tres plantas: la inferior, con portal flanqueado por columnas jónicas y rematadas por frontón triangular (en el centro un escudo dieciochesco) y la superior, con galería de arcos de medio punto apoyados sobre columnas toscanas. Todo el conjunto se remata por un saliente alero de madera. Su fachada, lateral, en ladrillo, tiene cierto eco mudéjar. En su interior se guardan diversas obras: fragmentos de pintura mural y del sepulcro de don Juan de Lanuza del Castillo, una arqueta de plata de 1659 y obras de escultura, pintura y grabado actuales.
– LA EXCOLEGIATA DE SANTA MARÍA LA MAYOR.
De la antigua parroquia de Santa María la Mayor se conserva su torre-campanario, de la primera mitad del siglo XIV, adosada al brazo izquierdo del crucero de la actual iglesia barroca, que es de poderosas proporciones, con planta cuadrada ochavada y cuatro plantas superpuestas. Sin duda tuvo, además una función militar, signo del poder del concejo alcañizano frente a la orden de Calatrava. Esta obra ha sido recientemente restaurada. El resto de la iglesia gótica, atendiendo a La Tesorera de Pedro Juan Zapater y al grafito encontrado en su torre con la posible planta de su cabecera, sería una iglesia de tres naves -la central más ancha y alta- girola y capillas absidiales poligonales.
En la sacristía de la actual colegiata barroca se conservan un conjunto de pinturas góticas en tabla. Fabián Mañas las ha atribuido a Domingo Ram, cuya presencia en Alcañiz está documentada en las dos últimas décadas del siglo XV.
Destruido el edificio gótico, la nueva edificación se inicia el 20 de mayo de 1736, festividad de Pentecostés, según planos de Domingo de Yarza. Este había trabajado en el Pilar, lo que se reflejará precisamente en la similitud de sus plantas: iglesia de tres naves de igual altura, crucero y capillas laterales. Esta nueva edificación acoge a la antigua torre gótica y a la reciente obra de la capilla de la Soledad que, iniciada por Gaspar Serrano, importante “maestro de obras” de Zaragoza, a finales del siglo XVII, se concluye en 1732. Se encargan, inicialmente, de la ejecución de esta obra Silvestre Colás y Miguel de Aguas. En 1750, tras la muerte de Miguel de Aguas, se hace cargo de la dirección de la obra fray Anastasio Aznar. Ya el 19 de febrero de 1757 se traslada el Santísimo Sacramento a la nueva iglesia colegial y se bendice la parte de la obra concluida. Destaca su gran portada-retablo, su retablo mayor, obra neoclásica de Tomás Llovet, muy restaurado tras la guerra civil.
– LAS CASAS SOLARIEGAS.
También en el marco de la ciudad moderna y en fechas próximas al siglo XVI se configura el palacio aragonés. En su fachada se distingue la planta noble y, coronándola, la “galería aragonesa” y un gran alero. Esta tipología pervive hasta el siglo XVIII. Este siglo puede ser considerado como el Siglo de Oro de Alcañiz. Fiel reflejo de esto es, precisamente, el gran número de casas palaciegas que se construyen. La mayor parte de este tipo de edificación se observa en la zona de los Almudines y en la calle Sant Pau.
Alcañiz ofrece dos interesantes ejemplos de escultura y pintura del siglo XVI: el sepulcro de alabastro del comendador don Juan de Lanuza, que Damián Forment contrató en 1537 (restos en la capilla del Castillo) y las tablas, atribuidas al “Maestro de Alcañiz” que se conservan en la sacristía de la excolegiata, datadas en las dos primeras décadas del siglo XVI, e inscritas dentro de la corriente valenciana.
– MONUMENTOS BARROCOS.
Son numerosos los restos barrocos en Alcañiz. Atendiendo a un criterio cronológico, señalaremos, en primer lugar, la iglesia del Carmen. La mayor parte de la iglesia y del claustro se realiza a mediados del siglo XVII (en una hornacina del muro lateral derecho aparece la fecha de 1669), sin embargo no se concluye hasta finales de siglo (la torre, en 1694; la portada en 1695 y la cubierta del coro, en 1697). Tiene una interesante portada-retablo distribuida en dos cuerpos con columnas salomónicas y roleos vegetales. Iglesia de tres naves, la del centro, más ancha y alta. Carece de crucero. Está cubierta con bóveda de cañón con lunetos y los arcos perpiaños de su nave central se decoran con estucos “barroco-mudéjares”. El presbiterio se cierra con bóveda conchiforme sobre trompas de ángulos. El retablo mayor fue realizado por Jaime Nogués y debió concluirse en 1717. El resto de los retablos son también barrocos. De todos ellos sólo se ha conservado la mazonería. El claustro, construido en piedra, continúa la tradición renacentista con dos plantas de arquerías sobre columnas, hoy destinado a edificio de juzgados.
La iglesia de San Francisco imitará en su planta a la de Santa María la Mayor. Se inicia en 1738, bajo planos y dirección del arquitecto de la orden fray Anastasio Aznar.
En cuanto a la arquitectura civil barroca, destaca el palacio de los Comendadores. Ocupa la parte sur del castillo de los Calatravos y es el resultado de una importante reforma llevada a cabo por el infante don Felipe en el siglo XVIII. Destaca su fachada principal, que continúa la tradición del palacio aragonés del tardorenacimiento. Flanqueada por dos torres y dividida en tres plantas: la inferior, de piedra sillar y las dos superiores, de ladrillo. En la parte superior, la característica galería aragonesa y un gran alero.
– LOS PASADIZOS
La tradición alcañizana asegura que el subsuelo de la ciudad está surcado desde tiempos remotos por una intrincada red de pasadizos, galerías, bodegas y estructuras subterráneas. Siempre se ha dicho que los principales edificios de la ciudad estaban comunicados entre sí a través de estos subterráneos, que incluso podrían pasar por debajo del río Guadalope hasta la antigua Iglesia de Santa Lucía, situada al otro lado del puente viejo. Los trabajos y excavaciones realizados en los últimos años parecen confirmar esta tradición. Desde la planta baja de la Lonja (oficina de turismo) se puede acceder hoy a una serie de estructuras subterráneas (bodegas y un antigua nevera) desde la que parten una serie de pasadizos que son visitables y que se extienden bajo las principales calles del centro de la ciudad. Esos mismos pasadizos han aparecido en otros lugares del casco antiguo cuya recuperación no ha hecho más que comenzar.
– SEMANA SANTA
Hablar de Alcañiz y no hablar de los Tambores sería tanto como pasar por alto el acontecimiento más singular y más arraigadamente entrañado en el espíritu de sus gentes, que pasan casi dos días al año batiendo los parches.
La tradición de los Tambores se inició el día de Viernes Santo del año 1678, en que apareció por primera vez la procesión de El Pregón por iniciativa de un cuaresmero de la iglesia colegial de Santa María la Mayor, llamado fray Mateo Pestel. Abrían el desfile tres penitentes encapuchados que llevaban respectivamente una trompeta, dos campanas y dos timbales, de modo parecido a como se pregonaban las ejecuciones capitales, y la disposición de la comitiva no varió hasta que, años después, se sumaron a los tres iniciales penitentes seis nazarenos que agitaban ruidosamente unas dobleras. Los asistentes comenzaron a salir luego, por propia iniciativa, con carracas y matracas y, con los años, comenzaron a incorporarse tímidamente los primeros tambores, que terminaron por imponerse andando el tiempo. La tradición se extendió por otros pueblos del Bajo Aragón y ha tenido tanta fortuna últimamente que está arraigando en Teruel e incluso en Zaragoza.
EL MEDIO NATURAL.
La ciudad de Alcañiz posee un extenso término municipal donde podemos encontrar distintos ecosistemas bien conservados. Especial interés presenta el gran parque fluvial que se está recuperando en las márgenes del Guadalope a su paso por la ciudad, con senderos y agradables paseos en la ribera. El embalse de la Estanca, a unos 5 Km. de la ciudad, ofrece excelentes posibilidades para la práctica de la pesca y de deportes náuticos no contaminantes. Junto a ella se sitúan, en una zona esteparia, la serie de pequeñas lagunas o “saladas”, de alto valor medioambiental que constituyen ecosistemas prácticamente únicos en Europa. Entre las zonas boscosas destaca el antiguo pinar de “La Mangranera”, cerca de Andorra, ya que se trata de una rara zona residual del bosque mediterráneo. La larga serie de desiertas vales, también con vegetación de tipo mediterráneo, completan los principales paisajes de Alcañiz.
GASTRONOMÍA.
De los periodos de frugalidad forzosa impuesta por las largas sequías, han sabido resarcirse con creces las gentes de Alcañiz, cuyo peculiar sentido de lo lúdico les ha permitido crear una cocina propia y unos deliciosos lamines -que son lo propio de las gentes lamineras-, tales como las tortetas de alma, los roscones de zurra, los mantecados, los almendrados, las galletas, que en algunos pueblos del contorno llaman alcañizanas, las harinosas ciegas, los cortadillos de canela, las tortas de panizo con anisetes, las rosquetas de Pascua, las tortadas, las capuchinas, las tortas del Santo Entierro, las Tetas de Santa Águeda, y otros muchos, comunes a otras localidades de la comarca, así como las tortas -o tartas- de cerezas, de manzana, de membrillo, de cabello de ángel, de calabaza roya, de moras, de gallicos de nuez y otras de parecida condición, que enlazan con las saladas o “de recau”, parientes próximas de las “pizzas” italianas, como las tortas de pimiento y tomate, de chirigol, de sardinas arenques y de patata y jamón, que nos conducen desde los recursos festivos de peregrinación, “lifara” y romería, a esa otra comida sosegada y sabia, para mesa y manteles, como las celebradas anguilas de La Estanca con judías desgranaderas, que aparecen en prestigiosos repertorios gastronómicos como plato reconocidamente alcañizano, o las alcachofas con tripa, o el chirigol, o la fritada con caracoles, o la sartenada de matanza, o los menudos en tripa, o las codas a la pastora, o los huevos en procesión, o el arroz de abadejo con patatas, que los niños acompañaban con panes de juguete como las escaleras, el torer, y la moncha, o con la botella el Día del Choricer.
Pasaremos por alto la excelencia de los productos de su huerta, la suculencia de los peces de La Estanca -de los que se proveían periódicamente los últimos reyes de Francia, Luis XVI y María Antonieta- y la calidad de su caza, que hizo nacer aquel viejo proverbio entusiasta de “La Mujer y la perdiz, de Alcañiz”, pero no puede dejar de encarecerse el sabroso recetario a que han dado origen.
No citaremos, por no citar, sino el conejo con chirigol y caracoles o las agrestes codornices a la rabia, que constituyen un sabrosísimo recurso de urgencia, o la liebre con vino que, aún siendo una receta compartida, adquiere aquí una peculiar fragancia, como el cardo con salsa de almendras que cenan en Nochebuena todos los aragoneses y al que las alcañizas dan un toque que los distingue, porque todas las cosas aquí adquieren una singular personalidad.
-MEMORIA HISTÓRICA.
Las huellas remotas.
Pinturas rupestres de Val del Charco del Agua Amarga. Pertenecen al grupo de pinturas rupestres levantinas. Descubiertas en 1913.
El viejo solar del Cabezo del Cuervo, ofrece el interés de haber confluido en él la cultura indígena de la Edad del Bronce, la influencia de los pueblos indoeuropeos y, finalmente, el poderoso impacto de la cultura ibérica. Algunos de los poblados que caracterizan la larga etapa denominada Edad del Hierro serían el Cascarujo y el Siriguarach.
La cultura ibérica, llega por la costa y por el valle del Ebro, y tendrá una de sus mejores representaciones en el Cabezo Palao que, junto con el Cabezo de Alcalá de Azaila, constituye un claro centro en este periodo.
Ilercavones y Sedetanos serían los pueblos que encontraría una romanización pacífica y lenta. Alcañiz estaría en el llamado Convento Jurídico Cesaraugustano. Las poblaciones siguen en Alcañiz el Viejo y el Palao.
El año 427 d. de J. C., las tropas de Eurico toman Zaragoza y paulativamente el valle. Los visigodos apenas dejan huella en nuestro territorio.
Algo similar ocurre con la invasión y presencia musulmana. En la primavera del año 714, las primeras tropas musulmanas llegan a Zaragoza y, sin resistencia, se adueñan del valle del Ebro. La influencia más perenne de la cultura musulmana en nuestra zona se refleja en la toponimia.
Del paso del Cid a los Calatravos.
No ofrece duda el origen árabe del nombre de Alcañiz; en cuanto a su significado, hoy parece más aceptada la teoría de que Alcañiz podría significas “cañizo” o “las cañas”. Una de las primeras menciones que encontramos de Acañiz corresponde al periodo que va entre la primera conquista de Alfonso I, en 1117, y la definitiva de Ramón Berenguer IV, en 1157. Se trata del Cantar de Mi Cid (1140).
En 1179, Alfonso II concedió el castillo de Alcañiz y un amplio territorio a la orden de Calatrava; no obstante, Alcañiz siguió teniendo sus representantes en Cortes y sus habitantes disfrutando de las prerrogativas marcadas en la Carta Puebla que otorgó Ramón Berenguer IV. Las relaciones entre la Orden y la Villa serían muy conflictivas a lo largo de la Edad Media e incluso de la Moderna, pero el conflicto más grave (la sublevación violenta de los habitantes de Alcañiz contra la Orden) se dio en la primavera de 1283.
“La Concordia” y el siglo de los humanistas.
En los siglos XIV y XV, se celebran en tres ocasiones Cortes en Alcañiz: en 1371-1372, 1436 y 1441-1442. En febrero de 1412, vivirá Alcañiz un acontecimiento de gran trascendencia: en la iglesia de Santa María la Mayor, se acuerdan, después de un largo proceso iniciado meses atrás por los parlamentarios de Aragón y Cataluña, veintiocho capítulos con las condiciones para la elección de rey, proceso al que se ha llamado la “Concordia” de Alcañiz, previa al Compromiso de Caspe (junio de 1412), por el que se nombró rey a Fernando de Antequera.
En el siglo XVI, Alcañiz comienza a definir los límites de la ciudad histórica. Es un Siglo de Oro para la ciudad, donde coinciden un destacado grupo de humanistas dentro de la lírica española del periodo. Es el siglo de Juan Sobrarias, de Pedro Ruiz de Moros, de Bernardino Gómez Miedes, de Juan Lorenzo Palmireno, de Domingo Andrés y de Andrés Vives, por citar los más destacados. Casi todos se dedican a la docencia, al derecho o a la medicina; practican la poesía latina o la crónica histórica; dan los primeros pasos de su formación en la academia de Alcañiz, siguiendo sus estudios en Valencia y en Italia; una vez finalizados, muchos regresan a su patria, otros emigran; pero en su obra quedará el reflejo de ese localismo, en el mejor sentido de la palabra, tan típico de la literatura aragonesa.
La centralización borbónica.
La expulsión de los moriscos en 1609 -en 1610 la de los aragoneses- supuso una quiebra económica sin precedentes, pues era ésta una comunidad de buenos artesanos y agricultores.
La guerra con Cataluña en 1640 será también una gran carga para Alcañiz y su comarca, que tendrá que contribuir con hombres y dinero a esa contienda civil. Como recompensa, Felipe IV concedió a Alcañiz el título de “Ciudad” en 1652.
El siglo XVIII se inicia con la guerra de Sucesión, que instaura la dinastía borbónica y con ella la monarquía absoluta en España. El país se divide entre partidarios de Felipe V y del archiduque Carlos; Alcañiz, al igual que el resto de Aragón, en diciembre de 1705 tomará partido por don Carlos. No obstante, la ciudad y su comarca caerán en manos de las tropas de Felipe V. Con la supresión de los fueros aragoneses, en 1707, se produce una honda transformación en el sistema administrativo del reino: desaparece el Justicia, las Cortes, la Diputación, el Virrey, y se crean trece corregimientos, de los que el de Alcañiz, después del de Zaragoza, será uno de los más extensos y de mayor población. Esta división territorial perdurará hasta la división provincial de 1833.
La batalla de Alcañiz.
El siglo XIX comienza con la guerra de la Independencia. En enero de 1809, los franceses entran en Alcañiz. Saqueos y destrucciones serían las secuelas de esta toma. Las tropas españolas recuperan el Bajo Aragón el 18 de mayo. Días después, la ciudad vuelve a ser atacada por los franceses, defendiéndose heroicamente en el monte de pueyos, que dará nombre a la célebre batalla del 23 de mayo de 1809. Al mes siguiente, los franceses tomarán de nuevo Alcañiz, Caspe y Calanda hasta 1813, cuando se libera Zaragoza y prácticamente todo Aragón.
Pasados los primeros momentos de saqueos y destrucciones, los invasores intentan reorganizar la vida política, la administración y la economía. Por un decreto del mariscal Souchet de 1812, se asigna a Alcañiz rango provincial. Por el hecho de estar ocupado, Alcañiz no pudo tener representación en la Junta superior de Aragón.
La primera guerra carlista (1833-1840) afectó de manera muy destacada a la comarca, y también, en menor medida, la insurrección carlista de 1872-1873. Alcañiz dio destacados militares en las filas de los sublevados.
De la Restauración a la Guerra Civil.
A caballo entre los dos siglos, durante la Restauración, la lucha por la modernización del país será el empeño de toda una generación. Junto a los nombres alcañizanos de N. Sancho, Taboada, J. Blasco o E. García Ibáñez, merecen mención otros bajoaragoneses como J. Píos Membrado o S. Vidiella. Son los años del Boletín de Historia y Geografía del Bajo Aragón, de la sociedad de Fomento del Bajo Aragón, de tantos periódicos como EL Bajo Aragón (1867), La Alianza (1880), El Nuevo Bajo Aragón (1898), Tierra Baja (1905-1928), por citar sólo unos pocos de una gloriosa tradición que se prolonga hasta los treinta con títulos como La Voz de Alcañiz (1928-1929) o Democracia (1931). Desde ellos, se defenderá la necesidad de una línea férrea, lo mejora de la agricultura, la ganadería, la educación y la cultura.
Durante los años veinte y treinta se querrá continuar este impulso. No siempre será posible: el Bajo Aragón seguía siendo una sociedad agrícola atrasada, con un alto grado de analfabetismo y desigualdades sociales. En lo político, este periodo se caracteriza por la polarización y enfrentamiento entre derecha e izquierda y la actividad de los anarquistas, que provocarán un levantamiento en diciembre de 1933. En el verano de 1936 Alcañiz y la comarca serán tomados por la derecha y posteriormente por la izquierda, como consecuencia de la llegada de los milicianos catalanes en dirección a Zaragoza. Alcañiz y el Bajo Aragón serán conquistados definitivamente por las tropas de Franco entre marzo y abril de 1938, un año antes de finalizar la guerra civil.