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Antoni Fabrés (1854-1938) en el MNAC

Antoni Fabrés

El Museu Nacional d’Art de Catalunya recupera con esta exposición la obra del pintor y escultor catalán Antoni Fabrés (Gràcia, Barcelona, 1854 – Roma, 1938).

La muestra reúne 147 pinturas, esculturas y diferente material documental que permite descubrir a un gran retratista y a un artista que, más allá del orientalismo, presenta una mirada crítica hacia la sociedad. Fabrés alcanzó en vida un gran éxito internacional que el inexorable paso del tiempo, y con él las diferentes generaciones historiográficas, han ido olvidando.

El trabajo de investigación y de restauración que el Museu Nacional ha llevado a cabo para esta exposición ha permitido descubrir interesantes aspectos inéditos y que podamos disfrutar de su obra en toda su dimensión.

1. Antoni Fabrés. Un lladre

Antoni Fabrés. Un lladre, 1883. Museo Nacional del Prado, Madrid

Fabrés desarrolló un trabajo pictórico de gran envergadura que llevó a cabo en las diferentes ciudades en las que vivió: en Roma, donde llega en 1875, como seguidor de Fortuny en cuanto a la temática orientalista, después en su ciudad natal, Barcelona, más tarde en París y en Ciudad de México, donde fue maestro de muchos de los pintores mexicanos que revolucionaron el arte nacional en el siglo xx como Diego Rivera, Saturnino Herrán o José Clemente Orozco. En 1907 vuelve a Roma donde se establece hasta 1838, año en que muere.

En 1926 el propio artista hizo una gran donación de su obra a la Junta de Museos de Cataluña, que actualmente se conserva en el Museu Nacional, así como en la antigua Casa del Comú, en Les Corts.

Un pintor versátil y virtuoso.

La exposición que organiza el Museu Nacional descubre a Fabrés en toda su complejidad, más allá de su adscripción al orientalismo por parte de la historiografía. Igual que muchos artistas de las décadas ochenta y noventa del siglo xix, Fabrés pintó temas orientalistas, temas de costumbres y también realistas, y fue un pintor que se dirigía a un cliente burgués. En París es asiduo al Salon de Champs-Élysées, donde cosechará grandes éxitos así como en Alemania, Inglaterra e Italia. Tuvo clientes de toda Europa y América.

Antoni Fabrés fue un gran retratista que buscaba, principalmente, la mirada del retratado como elemento principal. Así mismo, su preocupación por la luz lo llevó a investigar su incidencia en los colores, tanto en interiores como en paisajes, consiguiendo incluso, en algunos cuadros, aspectos más bien hiperrealistas.

Su vida artística de más de 60 años le hizo coincidir con los grandes cambios artísticos, no adscribiéndose a ninguna escuela y entendiendo su pintura como símbolo de alta cultura. Esta muestra repasa la trayectoria del artista a través de cinco ámbitos, cinco etapas que marcaron su vida y trabajo:

Barcelona-Roma-Barcelona (1875-1894) De los inicios a la gloria.

1875. Con la escultura Abel muerto ganó una pensión para ir a estudiar a Roma.

1879. Su obra de temática orientalista se internacionaliza y logra el éxito comercial.

1881. Gana la medalla de plata en la exposición colectiva “London International Exhibition”.

Antoni Fabrés. El milionari,

Antoni Fabrés. El milionari, 1901. Col·lecció particular, Gènova (1280×938)-min

1882. La revista Arte y Letras publica una crítica de Joseph Yxart y La Ilustración Artística empieza a reproducir su obra

1884-1888. Instalado en Barcelona, presenta la obra orientalista Un ladrón, con la que gana la medalla de segunda clase en la Exposición General de Bellas artes de Madrid. Gana la medalla de plata en la Exposición Universal de Barcelona y la medalla de oro por una versión de Un ladrón en la Exposición Internacional de Arte de Múnich. La prensa extranjera lo considera el mejor acuarelista del mundo. Nace su primera hija, Júlia.

1890. Con la venta de la obra Un guardia en la Alhambra en las Galerías Tooth de Londres consigue un gran renombre internacional.

1892. Nace su segunda hija, Glòria.

París (1894-1902). Del virtuosismo al naturalismo.

1894-1896. En el Salón de los Campos Elíseos presenta el gran óleo Los borrachos, en la actualidad en el Museo Nacional de México. Ilustra libros del escritor Alphonse Daudet y de Camille Flammarion.

1900-1902. Presenta una gran exposición en la Sala Rovira de Barcelona y Francesc Casanovas i Gorchs escribe una pequeña biografía sobre Fabrés en la revista Álbum Salón. Recibe medallas y menciones en todos los salones europeos a los que se presenta. Empieza a cambiar de temática y pinta La novia, El filósofo y El millonario.

México (1902-1907). El maestro Fabrés, un nuevo rumbo para su pintura.

1902. Fabrés es recibido en la capital mexicana con todos los honores por parte de la vanguardia artística y literaria encabezada por Julio Ruelas y Juan José Tablada. Con su llegada se abren muchas expectativas de modernización para la pintura mexicana.

1903. Encuentra el rechazo sistemático de Antonio Rivas Mercado, director de la Academia para llevar a cabo su sistema pedagógico. Tendrá como alumnos, entre otros, a los artistas que renovarán la pintura mexicana en el siglo xx: Diego Rivera, José Clemente Orozco, Saturnino Herrán, Rubén Herrera o Patricio Quintero.

1904. Sus alumnos hacen una exposición donde se ven los cambios producidos y son alabados por toda la prensa. Históricamente, este periodo es conocido como el de la renovación pictórica en México.

1905-1907. La pintura y los dibujos de Fabrés se adscriben claramente a un naturalismo de denuncia social dentro de su estilo académico. Su hija Júlia se casa con el pintor y alumno de Fabrés, José Peón del Valle.

Roma (1907-1938). La madurez del retrato, retorno y decadencia.

1907. Su llegada a Roma es bien recibida por parte de la crítica. Fabrés se añade al movimiento artístico romano presentando su obra en muchas exposiciones. Se dedica a la enseñanza privada y al retrato de la clase alta romana y de todas partes, a pesar de que continúa pintando temas con carga social. Los modelos destacan por la mirada de los retratos.

1915. Pinta el retrato del papa Benedicto XV, cede la obra al Vaticano y la casa real italiana se convierte en su cliente. Fabrés es considerado como una figura carismática y su taller es de visita obligada para el viajero.

1917. El matrimonio Fabrés empieza a añorar su tierra catalana pero, por cuestiones económicas, no puede volver. Ya solo vive de la docencia.

1926. Dona a la ciudad de Barcelona gran parte de su obra y recibe una pensión vitalicia que lo ayudará a sobrevivir.

1929-1938. El Ayuntamiento de Barcelona deja de cumplir con el pago de la pensión y, durante años, Fabrés y su mujer lucharán por recuperarla. Son años amargos para él: con espíritu romántico, le afectó mucho ver ninguneada su obra por parte de su tierra. Muere en 1938.

Una vida de viajes.

La primera vocación de Fabrés fue la de escultor, especialidad que estudió en la Academia Provincial de Llotja y que le valió la pensión para ir a Roma en 1875, la ciudad que en aquel momento era el destino natural para los artistas más dotados. Aún dedicándose principalmente a esta disciplina, no abandonó el dibujo y la pintura, técnicas con las que destacaría muy pronto.

Los años de Fabrés en Roma contribuyeron a la consolidación de las analogías con Mariano Fortuny, quien también había sido pensionado en esa ciudad. Ambos artistas fueron precoces y unánimemente reconocidos. A los pocos meses de la muerte de Fortuny, en 1874, ya se señalaba a un Fabrés de 21 años como su sucesor.

Las dificultades económicas, que ponían trabas a sus trabajos como escultor, y su mala relación con el nuevo director de la Academia Española de Bellas Artes de Roma, José Casado de Alisal, abatieron los ánimos de Fabrés y le empujaron a refugiarse en la correspondencia principalmente con su amigo Narcís Oller.

En 1884, volvió a Barcelona para cuidar de su madre enferma. En ese momento seguía siendo un gran desconocido para el gran público pero gozaba de reconocimiento entre sus amigos artistas y escritores. La vuelta a Barcelona le puso en contacto con artistas que conocían el ambiente parisino y la idea de mudarse a la capital francesa se instaló en su mente. Cuando se produjo el traslado a París, una vez nacidas sus dos hijas Júlia y Glòria, Fabrés continuó con la temática orientalista pero surgieron temáticas nuevas en forma de espadachines y mosqueteros, muy en boga en los salones oficiales del momento y entre los marchantes.

Fue entonces cuando pintó Los borrachos, una gran obra al óleo que fue un claro homenaje a Velázquez. A partir de 1900 su obra adopta un estilo mucho más natural y espontáneo y su temática da un giro hacia el realismo y el naturalismo pintando personajes o escenas de pobreza, mendicidad o locura. Este giro hay que entenderlo como una mirada ácida y crítica hacia la sociedad. El naturalismo y la denuncia de las diferencias sociales tuvieron en Fabrés un defensor acérrimo.

Pero París sería sólo una parada más en una vida marcada por los viajes y en 1902 se traslada a Ciudad de México. Su llegada fue un acontecimiento social y cultural que suscitó la publicación de un gran volumen de noticias en los diarios de la capital. Allí se encargaría de las clases de dibujo de la Escuela Nacional de Bellas Artes, la Academia de San Carlos, con el fin de cumplir el deseo del gobierno de Porfirio Díaz de modernizar las artes. Pronto estrechó lazos con los círculos literarios y artísticos de vanguardia –Juan José Tablada, Julio Ruela, Amado Nervo…– y organizó una exposición con un gran número de obras traídas desde París que fue un éxito de crítica y público. Entre sus alumnos se encontraban los todavía desconocidos Diego Rivera y José Clemente Orozco, que años después liderarían el muralismo mexicano.

Fue durante esta época cuando el naturalismo y el realismo se juntaron en su obra. Fueron importantes los paisajes que pintaba durante sus excursiones con los alumnos de la escuela, los retratos de indígenas y las representaciones humanas de costumbres. También se dedicó al retrato de sus discípulos y amigos, en carboncillo o acuarela y a lápiz, deteniéndose algunas veces en el rostro a la manera de Ingres. Pero su estilo nunca fue el mismo y podía pintar tanto con un detalle muy preciso como con una gran soltura en la pincelada dando únicamente impresiones de color.

Su fijación por el retrato continuó con su segundo traslado a Roma en 1907, donde residió hasta su muerte. Durante su estancia pintó al papa Benedicto XV y con este encargo demostró su habilidad extraordinaria tanto en la fisionomía del retratado como en la atmósfera de armonía y solemnidad creada. En esa época, Fabrés era considerado el pintor español más importante de Roma, aunque su obra estaba fuera de cualquier movimiento pictórico.

Los temas de Fabrés: orientalismo y mucho más.

El orientalismo es la temática por la que Fabrés ha sido tradicionalmente más reconocido, hasta ser considerado por muchos como el continuador de la obra de Mariano Fortuny. Puesto que no conocía el Norte de África, Fabrés asimiló la visión de las figuras orientales de Fortuny, tal y como hicieron otros pintores catalanes. Los asuntos orientalistas, como los limpiadores de lámparas, ladrones o los interiores de harenes, eran los temas que repetía constantemente.

Paisajismo.

Otro de los temas predilectos del artista fue el paisajismo, que cultivó a lo largo de toda su carrera. Pintó una gran cantidad de obras acercándose a los paisajes desde prismas distintos: el romanticismo, como expresión artística; para destacar la importancia de la luz sobre la naturaleza; o como una mirada hacia la actividad humana (un mercado, una fiesta al aire libre…). París fue el principal centro de producción de sus paisajes, aunque también durante su segunda etapa en Roma dedicó muchas obras a las tierras italianas y normandas. Para ello, el pintor llevaba a cabo un exigente trabajo de observación y ejecutaba la obra con pincelada rápida y una técnica privilegiada.

Mosqueteros y espadachines.

Los mosqueteros, espadachines, soldados españoles y frailes fueron temas cultivados por Fabrés debido a su buena salida comercial. Pintó así mismo algunos cuadros sobre la figura romántica del bandolero, que tuvo mucho éxito durante la primera mitad del siglo xix: el héroe que, por causa de alguna injusticia, se ve obligado a delinquir.

Retratos.

Los retratos fueron un motivo recurrente en la trayectoria artística de Fabrés. Sus personajes siempre eran tomados de un modelo, nunca imaginados o idealizados. Retrató a clientes de la alta sociedad, amigos, familiares, alumnos, mendigos y campesinos utilizando diferentes técnicas, pero siempre con gran expresividad, virtuosismo y refinamiento.

El fondo Fabrés estudiado y restaurado.

A lo largo de su vida, Fabrés hizo viajar sus obras, desmontadas, enrolladas y dobladas, cada vez que cambió de residencia y de país. Sus pinturas y dibujos muestran las vicisitudes inevitables de los diferentes tránsitos, que se reflejan en su estado de conservación, pero a la vez son testimonio de los sucesivos montajes, los cambios de formato y el reciclaje de materiales.

El área de Restauración y Conservación Preventiva del Museu Nacional ha trabajado intensamente sobre los dibujos, las pinturas sobre tela y sobre cartón, las esculturas y el material gráfico que forman parte del fondo del museo y de su Biblioteca para preparar esta exposición y se han restaurado en total 105 de las obras expuestas. Entre éstas, se ha intervenido en una pintura de Can Mercader (Cornellà) y en otra propiedad de la Diputació de Barcelona.

Se han respetado también los marcos originales con los que ingresaron las obras en 1925, aunque su restauración ha supuesto una dedicación considerable.

Novedades.

Ésta ha sido la ocasión para empezar a estudiar la manera de trabajar del artista y conocer su proceso creativo. Hemos observado bajo la capa pictórica, por ejemplo, las cuadrículas a lápiz que utilizaba para transferir la composición a diferentes escalas y un dibujo subyacente detallado y de calidad que lo guiaba cuando aplicaba el color.

Una figura de soldado bajo la nieve.

Incluso ha sido posible descubrir bajo la capa pictórica blanca de un paisaje nevado de gran formato, Desierto blanco, la presencia de un soldado muerto que el pintor tapó y que aparece en una versión de la misma composición propiedad de la familia del pintor, que dio la pista para poder descubrir la figura. Tanto la radiografía como la reflectografía infrarroja nos han permitido revelar igualmente la inscripción, también subyacente, con el primer título de la pintura, ¡Centinela alerta!, y la descripción del tema: “1870 Guerra francoprusiana”.

Antoni Fabrés, de la gloria al olvido.

Antoni Fabrés i Costa (Barcelona, 1854 – Roma, 1938), de familia humilde y con una clara inclinación desde muy joven por el dibujo y la escultura, ganó una pensión en 1875 para ir a Roma a formarse como escultor. Pero enseguida se dio cuenta de que serían la pintura y la acuarela las que le otorgarían la fama, que siempre estuvo convencido de alcanzar. Su obra, desde el principio, tuvo un considerable reconocimiento internacional y fue alabada por su virtuosismo y detalle en las técnicas con la acuarela y el óleo. Fue un artista muy versátil y cultivó diversos temas, desde el orientalismo de los primeros tiempos, a la manera de Fortuny, hasta el orientalismo decó, pasando por mosqueteros, paisajes, retratos y asuntos cotidianos. Vivió en diferentes ciudades: Roma, Barcelona, París, México D.F. y de nuevo en Roma hasta su fallecimiento. Este talante cosmopolita influyó no solo en la elección de los temas para sus obras –buscando un público europeo y americano–, sino también en el estilo y los intereses personales. Casado desde 1885 con Júlia Llausàs, tuvo dos hijas, Júlia y Glòria, una familia muy unida, acostumbrada a los cambios profesionales de Fabrés. Eso le permitió tener una vida relativamente tranquila, dedicada solo a la pintura y a la enseñanza artística, con lo que se ganó la vida. Con el cambio del siglo xix al xx, el estilo de Fabrés dio un giro hacia la pintura naturalista, con temas más conmovedores como la pobreza o la locura.

En 1926, donó a Barcelona gran parte de su obra, que hoy en día está incluida en las colecciones del Museu Nacional. Con esta exposición, el Museo pretende recuperar esta figura y su producción artística, de gran calidad, así como desconocida por la mayoría del público. La disposición museográfica de la exposición, que evoca la estética de la pinacoteca acumulativa clásica, pretende trasmitir al visitante la atmósfera de los singulares talleres de Fabrés.

Conferencia inaugural

A cargo de Aitor Quiney, comisario de la exposición.
Jueves 30 de mayo, 18.30 h
Sala de la Cúpula

Visitas comentadas
Sábados, 11.30 h (castellano) y 12.30 h (catalán)
A partir del 8 de junio (excepto en agosto)
Incluidas con la entrada de la exposición.

Del 31 de mayo al 29 de septiembre de 2019

Toda la información sobre la exposición en www.museunacional.cat

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