La visita empieza en la puerta del Park Güell en la calle Olot.
1. Introducción
Con esta guía didáctica pretendemos acercar uno de los proyectos de Antoni Gaudí al público. Un viaje a través de los distintos rincones del parque nos permitirá entrar en contacto con el mundo mágico del genial arquitecto.
El Park Güell se halla en uno de los contrafuertes de la montaña del Carmelo que, con la de la Creueta y la Montaña Pelada, separan los barrios de Gracia y Horta en la ciudad de Barcelona. Los trayectos de ida y vuelta del parque representan una visita a la parte superior del antiguo pueblo de Gracia y la pintoresca barriada de Vallcarca.
Actualmente el parque es uno de los parajes más visitados de la ciudad pero en el momento de su construcción fue considerado un fracaso. El emperador financiero y amante de las Bellas Artes, Eusebi Güell, en 1899 compró la finca Can Muntaner de Dalt para construir allí una ciudad jardín con sesenta parcelas. La compra coincidió con un momento de euforia urbanística en Barcelona porqué desde la caída de las murallas a mediados del siglo XIX, la burguesía industrial creciente, había demostrado un gran interés en habitar en zonas nuevas que ofrecieran condiciones de salubridad mejores, como por ejemplo el barrio del Ensanche. La Salut, lugar donde se encuentra la finca Can Muntaner de Dalt, es una zona topográficamente compleja, adusta y de difícil construcción, conocida por aquel entonces como “la montaña pelada”. La ciudad que quería construir el Sr. Güell, partía del modelo de las garden city utópicas inglesas nacidas como reacción a las aglomeraciones urbanas, superpobladas e insalubres surgidas a raíz de la Revolución Industrial. Sin duda, el proyecto de Ildefons Cerdà para el Ensanche también fue tomado como punto de referencia. La ejecución de esta idea fue encargada al arquitecto Antoni Gaudí que proyectó unas vías de comunicación que cruzaran el pendiente de la montaña, el mercado cubierto, la terraza superior de la cual tenía que ser una gran plaza, y la parcelación de los solares. Toda esta parte urbanística fue realizada entre los años 1900 y 1914, pero sólo fueron edificadas dos casas dentro del recinto, que ocupaban tres de las sesenta parcelas: la casa de Gaudí y la Casa Trías. El proyecto, aunque atractivo, no cuajó entre esta burguesía inversora por lo que fue un estrepitoso fracaso financiero. En 1918 muere Eusebi Güell, y Gaudí vende su casa a Chiappo Arietti, un constructor de pianos italiano, para refugiarse en el Templo de la Sagrada Familia, en construcción. En 1922 lo compra el ayuntamiento para convertirlo en parque público. En 1984 será declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y se emprenderá la restauración a cargo de los arquitectos Elies Torres, J. A. Martínez Lapeña, Joan Bassegoda y Francesc Maña.
2. Recorrido.
Plaza de los elefantes
No es frecuente ver una urbanización rodeada de murallas. Sin embargo, en este parque no hay nada ni frecuente ni normal, no lo es la grandiosa intervención arquitectónica de Gaudí ni tampoco su voluntad utópica, el proyecto de sociedad perfecta que representa, aunque de forma limitada. La puerta principal del Park Güell se encuentra en la calle Olot. La muralla, que está decorada con franjas rojas y blancas como las que utilizaba la antigua marina fenicia, querría significar que el Park es una nave, o una isla a la manera de la famosa isla Utopía de Tomás Moro, accesible sólo por mar. La “k” de Park de los 14 medallones del muro sugiere que se trata de un parque a la inglesa. La estrella de cinco puntas en la “P” de Park, invertida, como un diablo con cuernos, indica que se trata de un lugar esotérico, y el hacha vecina es el símbolo del trabajo. El Park Güell está pues lleno de simbolismos.
De sus siete puertas proyectadas sólo se construyeron tres, con unas rejas consistentes, dos en los extremos del muro ornado y otra en la parte más alta. La verja actual de la entrada principal, sin embargo, proviene de la Casa Vicenç, la primera gran obra de Gaudí.
A cada lado de la entrada hay unos pabellones muy curiosos, empezando por el hecho que el muro exterior se enrosca alrededor de cada uno de ellos, formando dos serpientes enfrentadas, como las que el dios Mercurio llevaba en el caduceo, cosa que significa la neutralización mutua de las dos fuerzas agresivas, símbolo, por tanto, de protección, de paz y de salud. Este simbolismo de carácter hermético –de Hermes o Mercurio- lo volveremos a encontrar dentro del parque.
Se ha dicho que el parque evoca recuerdos personales de la juventud d’Eusebi Güell pero quizá fuera más exacto decir que también lo eran de su infancia. De aquí vienen los juegos y las diversiones que se exhiben. Por ejemplo, enfrente del pabellón de la derecha –a partir de ahora en el sentido de la entrada por la calle Olot- hay una cueva extraña. Fue pensada como cochera pero, a su vez, por su forma y textura es ni más ni menos que un elefante. Sólo se le ven el vientre y las patas, pero si se observa con detenimiento, por dentro y por fuera, se llega a descubrir la trompa y la cola y, con un poco más de esfuerzo, incluso su andar pesado. Este no es el único elefante, los dos pabellones de la entrada, que ya son muy poco deudores de las tradiciones arquitectónicas y deben más al ingenio de Gaudí, que con ellos inició su etapa de plenitud, son de paredes macizas y rústicas, como las de la cueva, mientras las cubiertas maravillan con unos colores plácidos y vistosos que a la luz de un sol suave, producen reflejos a veces deslumbradores, ejemplo de su exquisita sensibilidad. Tienen forma de una silla de montar, una figura característica de su arquitectura. No son sillas de caballo, sino de elefante, mucho más anchas, que pueden sostener torres, como en este caso, y tal como se ve en las antiguas pinturas indias con guerreros, torres de lucha, y de defensa con almenas, porqué el elefante se usaba para atemorizar los enemigos. En un primer momento no se les ve la cabeza, pero si seguimos el juego, en el interior del pabellón de la izquierda donde encontramos hoy en día la librería, el techo parece un enorme paladar ondulado propio de la boca de un elefante y los ventanales parecidos a dos orejas. A un lado, la torre tiene la forma de una trompa erecta y, como si flotara en la cima de un rayo de agua, aunque sea de hierros delicados, mantiene una cruz encima como si fuera el típico ou com balla, de la fiesta barcelonesa del Corpus Christi, con el agregado que la trompa parece hecha con el arte del trenado de hojas de palmera de las palmas que llevan las niñas el Domingo de Ramos.
Todo hace pensar que Gaudí concibió la entrada como un gran rompecabezas gigante, con el carácter de una utopía infantil y popular para pequeños y mayores, cuyas piezas, de un origen creativo tan lejano, se tenía que descifrar y aparejar. No sería extraño que Gaudí conociera el antiguo cuento esotérico, tan sencillo como sabio: cuatro ciegos se acercaron a un elefante para saber como era. El primero le palpó la pata y afirmó: el elefante es como un árbol con el tronco rugoso. El segundo le tocó el vientre y dijo: es un techo de roca caliente. El tercero le acarició la trompa y se exclamó: se parece a una serpiente. El último, pasó las manos por las orejas y dijo: el elefante es como un gran abanico que hace viento.
Para construir estos pabellones Gaudí utiliza materiales y pinturas sencillos y corrientes, combinando técnicas tradicionales de los albañiles con las prefabricadas, gracias a la empresa de cementos Güell. El trencadís, la cerámica troceada elevada a la categoría de arte mayor por Gaudí, recubre con flexibilidad perfecta las coberturas, agrupando en escamas en forma de tejidos, pieles y metales que evocan un mundo oriental y soñado.
El pabellón de la derecha era el de la conserjería que entonces ocupaba un antiguo empleado de los Güell y su hermana. Tiene sala y cocina en la planta baja, dormitorios y lugar común en el primer piso, y buhardilla, con un hogar cuya chimenea tiene forma de seta. El de la izquierda, más pequeño, también está coronado por este vegetal. Gaudí se interesa por las setas como elementos de su arquitectura porqué su atractivo, a parte de en el gusto variado y silvestre, recae en sus curiosas formas. Además, las amanitas son conocidas por sus efectos alucinógenos, motivo por el cual han sido empleados en todo tipo de ceremonias ancestrales religiosas para entrar en tránsito, en estados de euforia o de inhibición, en sueños o viajes.
El parque, pues, resume el simbolismo esencial de la vida de Gaudí y de Güell, y se objetiva en el Park con obras y figuras de sentido católico, masónico y también alquímico. La alquimia se sugiere en la misma entrada porqué quienes parecen elefantes por fuera, son, por dentro la casa del Alquimista –el pabellón de la derecha -, el Horno con la cúpula en forma de huevo y la chimenea –el de la izquierda- y, por encima de los dos las salidas de humos malos o insustanciales a través de las amanitas. En todo esto hay, por tanto, aspectos positivos, de magia blanca, y aspectos negativos, de magia negra, según la moral honesta del catolicismo y la masonería en aquellos años del cambio de siglo.
2.2. La escalinata principal.
La escalinata que sube entre el muro con almenas tiene en su centro unas pilas de agua en cascada. En la primera hay losas y figuras extrañas entre las cuales se entrevé, a la izquierda, un compás graduado y, a la derecha, un círculo grueso de donde salen dos palos hacia arriba y tres hacia abajo (para verlo mejor no acercarse demasiado). Aquí se presentan Gaudí y Güell, como constructores y arquitectos que son, con las herramientas simbólicas de su oficio, que son las mismas que las de la masonería, porqué masón significa maestro de obras y la figura ideal que lo caracteriza es la medieval de Dios como Gran Arquitecto que con el compás dibuja el círculo del mundo o universo. Por cuanto se refiere a los trazos que salen del círculo, el 2 y el 3 suman 5, que es el número más esencial de la naturaleza (por ejemplo los cinco dedos de la mano), y el del Park mismo. En la misma pila hay, además, formaciones de coral que son símbolos de la piedra en bruto, la materia primera que el alquimista (y todo ser humano que busque la sabiduría) tiene que purificar en su propio interior, y alegóricamente, en el horno o laboratorio de fusión.
En el primer rellano de la escalinata había una losa hexagonal que llevaba gravado “Reus 1898”, y una copa de champán. Lo más probable es que después de una visita estival de este año al marqués de Marianao, en su parque de Samà, en Cambrils, Güell hubiera decidido comprarle la finca Can Muntaner de Dalt para instalar allí su propio Park. Después, los tres hombres con raíces en el Campo de Tarragona, habrían ido juntos al Hotel Londres de Reus a celebrar con todo tipo de lujos no sólo la compraventa, sino también el hecho que aquel 25 de junio, fiesta del solsticio, Gaudí cumplía 45 años y podía recibir el grado de Gran Maestro Arquitecto de la logia Masónica a la que pertenecía.
A los lados de la escalinata hay unas sorprendentes baldosas de seis lados, cóncavas y convexas, que hacen pensar en las celdas octogonales de un panal de abejas. Estas maravillosas construcciones, símbolos del trabajo y de la vida en comunidad, no sólo en sentido social sino, y sobre todo, espiritual, son también específicas de la ideología iniciática del Park.
En el segundo tramo destaca el escudo de Cataluña con las cuatro barras de sangre sobre oro que da al Park su sentido catalanista, siempre remarcado por sus creadores. Es conveniente mirárselo en conjunción con la propia escalinata, que se parece mucho a la de la Piazza di Spagna en Roma, construida por De Sanctis el 1723; esto señalaría que el Park es obra catalana de España, tal como se consideraban Güell y Gaudí. Del centro del escudo sale una cabeza de serpiente de color de bronce, como las que el hebreo Moisés o el griego Asclepio levantaban con el bastón para defender su pueblo de las plagas. Las incrustaciones del escudo son frutos de eucalipto, un árbol con una gran capacidad de absorción de agua, ideal para desecar zonas pantanosas y acabar con el paludismo. En suma, todo alude a Güell como autor del tratado La inmunidad por las leucomaínas, contra las epidemias.
En el tercer tramo lo agarra con sus patas la salamandra alquímica: representación animal y viviente del fuego, como lo designan sus espléndidos colores de la espalda.
Coronando el cuarto tramo aparece una figura de color marrón, la parte baja de la cual es un trípode como el que utilizaba la pitonisa de Delfos cuando, transformada por los humos de la mezcla de vapores de pino y sustancias aromáticas, emitía el oráculo con palabras más o menos inteligibles. Sin embargo Gaudí parece mostrar aquí el omphalos de piedra, el ombligo del mundo, que también estaba en el santuario de Apolo en Delfos, cubierto por una red, y que en el Park está protegido, como dice la leyenda, por tres serpientes. Esta piedra desapareció y no sabemos cómo era, pero quizá representaba la piedra filosofal alquímica, o el omphalos primigenio, o ambas cosas a la vez, como era habitual en Gaudí.
Detrás del trípode hay un banco para descansar y contemplar el panorama. Gaudí dio a este banco una forma tan estudiada que le da el sol en invierno, y permanece en la sombra el resto del año. Parece una boca abierta, que tanto puede ser la de la pitonisa como la puerta de las aguas subterráneas. No es fácil entender qué dice pero esta boca es trágica: tensa el labio inferior por la profundidad del llanto, tanto si es para una revelación terrible como si lo es para una de salvadora.
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