Tiño el alma de sangre y negro, de héroes y de muerte, siempre viva. La figura de Ernest Hemingway (1899-1961) surge como un árbol en la espesura de un nuevo bosque. El bosque está repleto de matorrales y árboles más jóvenes, de raíces finas, ramas endebles…, el bosque se llena poco a poco, oscureciendo ese primer roble, fuerte y abigarrado. Es un tiempo aún por explicar en donde los ríos se tiñen de historia y las historias de peces que forman falanges, un tiempo de muertos y canciones, un tiempo de relatos nuevos, de formas viejas, sencillas y ajenas. Son tiempos de Guerra.
Hemingway trabaja como periodista y conductor de ambulancias, participa en la Guerra Civil Española (que le inspiraría para «Por quién doblan las Campanas», 1940) y en la Segunda Guerra Mundial. Hemingway es el narrador amable de los llamados vencedores, un héroe sin alma, luchando en vano por alcanzar su libertad.
Nace en Illinois el 21 de julio de 1899. El siglo aún no ha muerto, mientras las campanas traen días felices tras el fin del primer gran conflicto del siglo, tal vez último coletazo de las viejas estructuras europeas mientras un joven, alistado como voluntario, conduce una ambulancia. Reside luego en París, en donde Ezra Pound y Gertrude Stein le animan a escribir obras de ficción. Los sucesos se superponen en el titular de un periódico desgastado… Llega la guerra a España, algunos hablan de un gran centro de pruebas para lo que sería el enorme conflicto armado que dejaría secuelas en el inconsciente colectivo de una nueva sociedad.
En Madrid, un corresponsal narra, directo, lacónico, narra…, estallan bombas en la habitación de su hotel. Las campanas, sin pausa, marcan las horas… Recientes publicaciones condenan la leyenda (cartas del propio Hemingway en las que confiesa que en 1944 se unió al 22 de la IV División de Infantería estadounidense): silencio.
Tras la guerra, se estableció en Cuba… Héroe local aún recordado y venerado, antes de que Fidel Castro tomara el poder (1960)… Abandona la bella isla y su sol, sus peces de colores.
En 1954 su avión se estrella en África, mismo año en el que le conceden el Premio Nobel de Literatura… Su figura se engrandece, convertido en el espíritu del narrador sin alma, en el escritor de la pérdida de fe tras la guerra, tenor sobrio de mundos oscuros.
Muere el 2 de julio de 1961, cuando su arma se disparó accidentalmente (o no tanto).
Ya sea visto por los factores externos (temática popular, narrador de una época) como por sus cualidades literarias (diálogos directos, claridad en la exposición)… Hemingway merece un lugar destacado en la historia de la literatura del siglo XX debido a su innegable influencia en el pensamiento y forma literaria de toda una generación.
Hemingway pasa a la historia como el gran narrador de los conflictos de este siglo de conflictos. Nos encontramos frente a personajes que han perdido la fe y la libertad, que ven cómo, despacio, el mundo en el que sus abuelos creían se iba desmoronando ante sus ojos. Son los ideales de progreso y libertad, banderas y canciones patrióticas…, todos caen durante aquel gran enfrentamiento. El mundo nunca volverá a creer en el hombre.
«Tres relatos y diez poemas» (1923), «En nuestro tiempo» (1924), «Hombres sin mujeres» (1927)…, «Fiesta» (1926). Unos turistas perdidos en una tierra extraña. Son americanos y el mundo se llama España, un lugar primitivo y bello. Pescan y beben, van de un lugar a otro, beben. Son los miembros de aquella «generación perdida» que ya no sabe en qué creer, que tiene que olvidar las fronteras y las alianzas para configurar un plano nuevo, las viejas formas de la aristocracia que ahora dicen muerta… Abocados a creer en ese mundo en pujanza en el que no fueron educados. Son los tiempos de Fitzgerald, de europeos caducos, ecos de Henry James y nuevas voces que proclaman nuevos tiempos de igualdad entre las naciones. Es la voz del vencedor que habla soberbio, es la voz del luchador, del ganador, es esa «filosofía» del éxito, falsa, política. Los hombres beben, esperando la llamada para entrar en la plaza. Son diálogos sobre fiestas, sobre un martini a las doce, sobre una botella de vino a la una, sobre una gran comida, sobre Francia y sobre España. Directo, el narrador nos pone en situación y nos deja pensar en una película moderna con un toque pasado. No hay tristeza, una leve melancolía lo empaña todo, aún son jóvenes, aún no pueden darse cuenta de la terrible herencia que Gatsby deja. Los hombres terminan sus copas recias.
«Adiós a las Armas» (1929) narra sus experiencias en la primera guerra mundial. Es la cara amable de aquella guerra extraña de alianzas y traiciones, de amores entre enfermeras y oficiales. Seguirían «Muerte en la tarde» (1932) y «Las verdes colinas de Africa» (1935). Hemingway continúa narrando y muriendo un poco en cada relato, perdiendo la fe y las entrañas, las palabras, un poco más amargas, un poco menos descriptivas, un poco más crudas.
«Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas»
Las nieves del Kilimanjaro
¿Qué has venido a buscar en este libro? ¿Encontrarás respuestas? «Por quién doblan las campanas» (1940) narra las experiencias del propio escritor durante la Guerra Civil Española. Son las memorias del corresponsal, es el amor en un mundo hostil, la pérdida (definitiva) de ese sueño al que el hombre llamó libertad. Años antes, los turistas bebían martini.
«Hombres en guerra» (1942), «Al otro lado del río y entre los árboles» (1950)… En 1952 publicará el que para muchos es su mejor obra, resumen de una vida en palabras, narración también, mucho más que un conflicto: una verdadera batalla.
El viejo y el mar
Santiago es pescador, viejo boxeador. Vive apartado, en Cuba. Ya no pesca, lejos han quedado los tiempos de hazañas y grandes capturas… Sólo le contempla una pequeña balsa, apenas nada cabe, y Manolín, su antiguo aprendiz.
Los grandes conflictos de las batallas han terminado, el enemigo se ha rendido. «El viejo y el mar» es la novela de los vencedores que no han sabido cuál era el premio, de aquéllos hombres que, rendidos, regresaron a sus casas sin botín. La metáfora se retuerce, otra vez. Los soldados, mucho más ancianos, apenas han pasado unos meses, pero su vida ha cambiado, la lucha les ha transformado, guerra, muerte.
El viejo ya casi no ve la playa, con la vista cansada, recuerda el último combate… Tal vez aún reste un último asalto. Siente el cosquilleo, la calma tensa que precede a la batalla. Un fuerte golpe, un enorme pez… casi puede mirar en sus ojos de espada la fuerza, el tesón… Viejo, enorme, luchará hasta la extenuación, por su vida y por el mar. No hay engaño en la obra, Santiago sonríe, porque al fin tiene su prueba, la última de una vida de pruebas, de asaltos perdidos. No puede decepcionar a Manolín, al recuerdo de su juventud, al ideal… ¡El pez o el pescador! Será uno sólo el que sobreviva al destino, tempestad sobre la arena.
La lucha continúa, solo, cansado, rodeado de sal y sangre seca, ¿qué ha venido a buscar el leopardo en la inmensidad del mar? Lucha, leopardo, lucha. El sedal se tensa y Santiago aprieta los dientes, el pez se resiste, una vez más, mientras los tiburones acechan, miran y aplauden el tesón y la furia, aplauden cada tirón, cada nuevo golpe en el ring de espuma. Muere, muere, viejo pez, al fin Santiago regresará junto con una gran captura.
Los tiburones ríen, ¿qué has venido a buscar, leopardo?
«El viejo y el mar» es la obra más lograda de Hemingway y vuelve a incidir en el gran tema del escritor. Se trata de una novela corta, apenas cien páginas, en las que el escritor realiza una esforzada metáfora sobre la fuerza y voluntad del hombre para superar los retos. La novela habla sobre el tiempo y los viejos valores, sobre el advenimiento de un mundo nuevo y, sobre todo, habla de la fidelidad. Santiago, persistente, no abandonará nunca su objetivo, Manolín espera en el puerto…, es terrible el miedo a no decepcionarle, a no traicionar la fe del muchacho, único que aún cree en el viejo pescador.
Santiago no lucha por el premio, ¿qué podrá haber para un leopardo en la cima de aquella montaña? El pez espada le miró, una vez más, entre dos olas leves. Es el reconocimiento por la lucha, la valentía, la fe en ese mundo que parece ya haber muerto.
El gran pez cae, el pescador ha vencido, pero la historia no ha terminado, queda el regreso, en una balsa pequeña que deja el pez a merced de los espectadores. Los tiburones hablan:
-¿Qué pasó en aquella guerra, qué ocurrió en todas las guerras?
Poco a poco, se comen el pez, ya solo quedan pequeños fragmentos del trofeo.
Santiago regresa, seco, helado…, los pescadores miran al viejo leopardo, Manolín sonríe. Ha triunfado, sobre la espuma, en la lucha… Sus ojos eran azules, su mirada felina.
Autor: Martin Cid
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