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Fundamentos de la Arquitectura y urbanismo del Siglo XIX

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Fundamentos de la Arquitectura y urbanismo del Siglo XIX. 

ISBN: 87-9714-021-4  Autor: Félix Díaz Moreno

Espacios para la innovación: Los nuevos materiales.

Una de las características más sobresalientes que normalmente se argumentan a la hora de catalogar la arquitectura del  XIX, es sin lugar a dudas, la utilización de nuevos materiales como eran el hierro, el cristal y más avanzado el siglo, el acero y el hormigón. Los avances técnicos, que como ya pudimos comprobar,  se fueron fomentando tanto durante la primera revolución industrial como en la consecución de ésta, se corresponderán con los que a la sazón se produjeron en el uso de estos materiales. Pero los avances en el campo de los nuevos materiales, no se correspondió en absoluto con la integración plena en el mundo de la arquitectura, cuestión esta que estará cargada de debates y polémicas y cuya aceptación solo fue posible tras largos periodos en los que se avanzó a pasos entrecortados. En esta difícil adaptación jugarán un papel importante las controversias surgidas entre arquitectos e ingenieros, que no hicieron sino ralentizar más si cabe la adopción de estos materiales, a los cuales en un principio no se les consideraba dignos ni eficaces para la edificación arquitectónica, es más, en Inglaterra por ejemplo, se juzgó que el hierro no era un elemento lo suficientemente decoroso para la construcción de iglesias, aunque los proyectos y las realizaciones en ese campo no faltaron.

En Francia la disyuntiva entre los arquitectos procedentes de la École des Beaux Arts y los ingenieros de la École Polytechnique fue clara y manifiesta y solo convergieron al finalizar el siglo. En medio de las discusiones, polémicas y temores se desarrollaron los proyectos, cuyos primeros ejemplos los encontraremos en las mismas fábricas textiles de donde había partido la primera revolución industrial y que se convertirán a la postre en edificios para la experimentación, primero con columnas y vigas de hierro (en muchos caso cubiertas con ladrillos a modo de envoltorio) y posteriormente con la estructuración unitaria del conjunto hasta su generalización como ejemplo del siglo.

Entre las más significativas realizaciones destaca un conjunto de  tipologías constructivas, muchas de ellas ligadas a estas innovaciones técnicas, una de las más reveladoras construcciones serán los puentes, desde el primero construido por Thomas Farnolls Pritchard, ayudado por Abraham Darby III entre 1777 y 1779, el llamado Coalbrookdale Bridge, con un solo arco de hierro fundido que salva una importante distancia (más de treinta metros de luz), hasta los puentes colgantes con diferentes estructuras (pilono,cadenas, cables, etc), sobresale entre estos últimos el ideado por John A. Roebling (1806-1869) para unir Manhattan con Long Island en Nueva York, conocido por todos como el puente de Brooklyn (1869).

Otros importantes e innovadores tipos serán los grandes espacios expositivos como el realizado por John Paxton en 1851 para la Exposición Universal de Londres: el Cristal Palace, o el realizado por Victor Baltard, Les Grandes Halles (1853) en París. No debemos tampoco olvidar las estaciones ferroviarias, ni la importancia que despertarán los nuevos materiales en el desarrollo de las ciudades, tanto en fábricas, almacenes, bibliotecas, con las magníficas realizaciones de Labrouste y claro está, los rascacielos. De todo ello daremos cumplida cuenta.

El Urbanismo.
No queremos, ni debemos, dejar pasar la ocasión de realizar unas breves referencias sobre el urbanismo de este siglo, el cual a lo largo del periodo llegó a reflejar las premisas de la economía política y el marco jurídico que determinaban las condiciones de trabajo y producción. De igual forma entre sus expresiones quedaron la impronta de las fuerzas políticas y sociales que intervinieron, así como el papel del Estado.

La revolución industrial, que había tenido una importancia capital en muchos aspectos, tuvo una decisiva representación en el desarrollo urbano. La inmigración de amplias capas de la población rural a las ciudades rompió el equilibrio tradicional entre campo y ciudad, provocando una falta de alojamientos y a su vez graves problemas de especulación inmobiliaria.

Los nuevos fenómenos económicos se dejaron sentir de forma clara en las ciudades  industriales, que se extendieron de manera caótica alrededor de los centros de producción, creando en muchos casos suburbios que posteriormente tuvieron que ser reformados, debido a las pésimas condiciones de construcción y falta total de infraestructuras básicas.

Las transformaciones urbanas, en general, crearon zonas diferenciadas, desde barrios burgueses a barrios de trabajadores (posteriormente barrios obreros), así como centros comerciales, burocráticos, etc.

Si las innovaciones técnicas supusieron cambios efectivos en la fisonomía de las ciudades, al iniciarse el siglo XIX una nueva sacudida hará tambalear buena parte de las concepciones estéticas y urbanas del momento. Con la llegada al poder de Napoleón se fue gestando un amplio programa que en su conjunto intentaba ser un escaparate de la grandiosidad y poderío que ahora disfrutaba Francia, encabezada por su emperador.

Las continuas campañas militares significaron amplios cambios, tanto dentro como fuera del país. En Francia, y sobre todo en París, los intentos por realizar una arquitectura parlante conllevaron a su vez una reestructuración urbanística, en donde quedaran claramente enmarcados, a modo de puntos focales, los hitos celebrativos del entonces triunfante ejército. Así la construcción de arcos y columnas conmemorativas tendrán un gran relevancia al ser dispuestas en plazas de amplias perspectivas ya trazadas, o como futuro proyecto.

En el exterior, se intentó transportar este mismo programa, pero en la mayoría de los casos sólo fueron propuestas que jamás se llevaron a cabo, merece la pena destacar las transformaciones que hubieran supuesto  grandes cambios en programas de reordenación urbana tales como el gigantesco Foro Bonaparte en Milán (1806), diseñado sobre terrenos del castillo de los Sforza por Giovanni Antonio Antolini (1774-1844) o el  proyecto de comunicación entre el Palacio Real y el barrio de San Francisco en Madrid, convirtiendo la Basílica de san Francisco el Grande en Salón de Cortes. La idea fechada en 1810 llevaba la firma del arquitecto de José I, Silvestre Pérez (1767-1825).

Pero la propia dinámica del imperio hizo que su culminación y fracaso ocurrieran en un lapso de tiempo corto, lo que conllevó condenar al olvido muchos proyectos o incluso la desaparición de los mismos como castigo moral hacia el invasor pretendiendo con el desvanecimiento de sus más insignes representaciones, anular su influencia.

Otro efecto tuvieron también sobre las ciudades las guerras napoleónicas, ésta no es otra que la destrucción que causaron en muchos lugares; estos centros urbanos, a su vez tuvieron que ser rehabilitados, caso de Moscú.

Mientras tanto en Inglaterra también se sucedieron importantes diseños urbanos, caso del Regents Park con una nueva interpretación en cuanto a la conjunción de perspectivas; y de nuevo en el país galo destacar el más importante planteamiento urbano de la segunda mitad del siglo, realización que cambió por completo la fisonomía de la capital francesa, nos referimos a Haussmann y su nueva red viaria marcada por sus grandes y rectos bulevares procedentes de una amplia  intervención, basada en demoliciones que proporcionaron un claro ordenamiento sobre extensas zonas deprimidas de París.

También a lo largo del siglo se sucedieron interesantes propuestas que en la mayoría de los casos acabaron en sonoros fracasos, nos referimos a las llamadas utopías urbanas que actuaron como auténticos modelos de conformación del espacio urbano. Las primeras manifestaciones, salvando las distancias, fueron previamente realizadas en Francia durante la segunda mitad del siglo XVIII; no debemos olvidar el caso de Ledoux y la configuración de la ciudad salinera de Chaux. Aunque será en las primeras décadas del siglo XIX cuando el creciente interés por la construcción de aldeas ideales llegue a su máximo nivel.  Así por ejemplo, las iniciadas  por Charles Fournier (1771-1837) y su ciudad llamada Falansterio, acondicionada para un total de 1620 habitantes en cuya comunidad se estableció la propuesta de una tipología productivo-residencial trazada sobre un triple cinturón, en los cuales la codificación edilicia resultó clarificadora por parte de este autor. Una variante de ésta que si obtuvo éxito, gracias a los cambios introducidos tanto en el diseño arquitectónico como en el social, fue el familisterio de Jean-Baptiste Godin (1817-1889). Otra ciudad utópica, Icaria, fue propuesta por Etienne Cabet (1788-1856) y en Inglaterra, el llamado Paralelogramo  de Robert Owen (1771-1858), tenía un aforo para 1200 personas, y de nuevo en esta ocasión la propuesta resultó fallida en su primer intento. Muchas de estos modelos utópicos, finalmente fueron trasladados a América, así en 1826 Owen funda en Indiana la llamada New Harmony.

Otra de las propuestas que a lo largo del XIX irán tomando más fuerza y que parte en cierta manera de lo comentado anteriormente, será el acometimiento de viviendas para los obreros y todo lo que ello suponía, como por ejemplo los movimientos de lucha para que estas gozaran de una relativa dignidad. La teorización de esta corriente obrera en donde aparecen de forma más clara los componentes arquitectónicos fue debida a Pierre-Joseph Proudhon. Aunque no podemos olvidar que paralelamente a estos esfuerzos, surgirá una interesante tratadistica sobre la construcción de las casas obreras. Ya finalizando la centuria aparecerán dos nuevos intentos alternativos al crecimiento compacto y radiocéntrico anteriores, nos referimos a la ciudad-lineal y la ciudad-jardín.

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