Grandes escritores

Joseph Conrad

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Nacido ucraniano, en Berdyczów, de apellido polaco, ciudadano adoptivo británico, amante de los viajes interiores y exteriores… Józef Teodor Konrad Nalecz-Korzeniowski es el afamado autor de “Lord Jim” o “El corazón de las tinieblas” (siendo éstas sus más conocidas novelas). Sin embargo, no es sino en Nostromo (su gran novela) en la que Conrad da rienda suelta a su gran pasión: el mar.

Conrad habla de este mar al que tanto amaba desde diferentes aspectos, habla de los muchos mares que el ser humano puede recorrer y de aquel mar que está dentro de nosotros mismos. Conrad es el escritor heredero de la gran tradición anterior, del gran imperio británico, es el hombre que vive entre dos épocas: el mundo de las conquistas que está próximo a fenecer y ese mundo en gestación que hace del ser humano un mero instrumento. Conrad es la unión, no sólo histórica sino literariamente también, entre el pasado y el presente, entre el realismo literario y las nuevas escuelas modernistas (aún en una etapa de primera gestación). Conrad emplea elementos simbólicos (sobre todo en “El Corazón de las Tinieblas”) y es el gran heredero de esa gran primera novela inglesa (“Tom Jones”) y de la narrativa de Kypling (su gran contemporáneo) y de los tiempos que, aún, estaban por nacer.

Conrad-2Y es que los paralelismos literarios entre ambos (Kypling y Conrad) son inexcusables: ambos hablan de viajes pero, sobre todo, ambos novelistas hablan del honor y de los ideales de la “vieja escuela”. Sin embargo, y a pesar de las claras coincidencias de ambos, Kypling habla de aquel “gran ideal británico”, una mezcla entre idealismo filosófico y practicidad imperialista, mientras que Conrad habla desde la perspectiva del marino que siempre fue, tratando sus personajes como sólo alguien que ha vivido en sus carnes el viento del océano puede hacer (Conrad dejó sus estudios para zarpar de Marsella, viéndose envuelto en tráfico de armas y demás peripecias, sin duda “enriquecedoras”).

Conrad escribía con gran sufrimiento, según él mismo confesaría. Escribiría en inglés, su tercera lengua, escribiría, escribiría… Conrad vive alejado y bebe del romanticismo (aplicado casi en un sentido de “historia de la literatura”, téngase en cuenta que la corriente romántica baña a todo escritor hasta la actualidad) y antecede al realismo. Sin embargo, Conrad destaca más por su cuidado lenguaje (repasaba una y otra vez los textos, hasta dotarlos de un grado de perfección notable) y por sus elementos evocadores (quizá vemos en esto los ecos del romanticismo que tanto parecía denostar), para crear un paisaje narrativo complejo y tenaz, evocador al tiempo que realista.

Conrad escribió durante treinta años, sin pausa, más de una veintena de novelas. Destacamos (aparte de las citadas “Nostromo” y “Lord Jim”) el libro recopilatorio “Entre la Tierra y el Mar”, “Victoria” o “El agente Secreto”. En todas sus novelas, Conrad une el talento de gran narrador (como lo fuera Dickens) con el espíritu aventurero heredado de una época gloriosa y extraña, amalgama de grandes conquistas y piratas, conjunción perfecta del mundo nuevo que habría de venir, antecedente perfecto, lo viejo y lo nuevo, lo eterno.

El corazón de las Tinieblas

conrad-3Escrito entre 1898 y 1899, “El Corazón de las Tinieblas” relata el viaje que llevará a cabo Marlow a través del Congo, entre la selva atestada de indígenas incrédulos, en busca de un enigmático Kurtz, su antagonista, un hombre al que no quiere encontrar. Es el espejo, de nuevo, como en algunas novelas de E.M. Forster, como en otras tantas del simbolismo… El protagonista busca algo que no desea, pero algo que necesita. En las paradas, Marlow escucha las historias de su tripulación, las fábulas sobre aquellos ignotos lugares, los tambores que repiquetean en el eco de la espesura. Es un páramo que no existe en los mapas, un río peligroso y difícil, es una senda de auto-descubrimiento.

No es la ambiciosa “Nostromo” o al costumbrista “Lord Jim” pero, sin embargo, es una novela tan pequeña como ambiciosa, quizá la más lograda de Conrad (perdonen el atrevimiento), en donde los elementos simbólicos y legendarios se combinan a la perfección, en ese choque de culturas y de temperamentos tan característico de su autor.

“El corazón de las Tinieblas” es una novela de contrastes, de paradojas, de equívocos y de misterios. Marlow parte de su condición occidental y se enfrenta a su “yo interior”, al que no conoce: Kurtz. Lo encontrará a través del largo río…, ya lo ha encontrado tantas veces. Pero hay que mirar de frente al agente comercial. Su educación de esclavo choca con la valentía y grandeza del personaje (¿poco más que un peón?). La obra recorre la obsesión de Marlow para con Kurtz hasta enfrentarse con su imagen, una imagen de lo que él mismo habría podido ser: libre.

Kurtz vive en un viejo poblado, enfermo, adorado como a un dios. Sin embargo, el agente vive atormentado por la libertad, en la cúspide del poder humano. Kurtz ha visto a su Dorian Gray desdibujado, ha vivido todas las épocas, porque está fuera del tiempo, es un gigante mítico, un niño y un león enjaulado… que ha tenido que huir de los paradigmas de la cultura occidental para, por fin, encontrarse a sí mismo y mirarse, por fin, en el espejo degradado.

Pero “El corazón de las Tinieblas” es, también, un alegato contra la civilización y el mal entendido “progreso occidental” (personificado en la evolución moral de Marlow): los indígenas cantan y bailan, inconscientes, mientras Marlow recuerda la fingida claridad de Londres… Los tambores resuenan (la música, como elemento mítico, está presente en toda la obra) mientras Marlow trata en vano de encontrar un sentido a un viaje, que, legua a legua, va perdiendo la dirección. Sí, el corazón del que habla Conrad es el corazón de ese león enjaulado que Kurtz ha conseguido despertar, el sentimiento que atenaza Marlow y a la sociedad occidental en constante progreso… Y es que ya lo decían precisamente los románticos, hay que descender al principio del alma y enfrentarse con el reflejo, cruel, para hallar nuestra propia alma.

Marlow debe elegir entre el deber y su propia alma, entre “lo correcto” y “lo bello y cruel”. El río del Congo sólo le desvela algo que ha estado ahí, en su propia alma, desde hace dos mil años, tres mil, quizá un sólo segundo: Su retrato petrificado, el mito. Los tambores son el corazón que late, en el pecho de Marlow, en el alma de un Kurtz enfermo, sabio, divino, libre.

Marlow regresará, tal vez… Tal vez su alma permanezca latiendo, como el retrato pintado por el artista permanece escondido en un sótano, clamando por nacer… el sofocante calor, la música sin contra-fugas ni arpegios, sólo el eco de un tambor en una selva espesa, la figura fantasmal del propio eco que espera, enferma, desdibujada…, sobre un papel ensangrentado que narra la historia de su propia alma.

Autor: MARTIN CID

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