2. LA CULTURA CLÁSICA Y EL CRISTIANISMO.
2.1. La renovación religiosa. Cristianismo y Neoplatonismo.
Los letrados romanos, los intelectuales, eran, por lo general, agnósticos. Aceptaban funciones sacerdotales, muchas veces derivadas de sus cargos, y participaban en ceremonias religiosas, pero de forma algo superficial. La fe y los cultos tradicionales conservaban su audiencia en el pueblo llano.
Desde el siglo II d.C. se produjo un movimiento de renovación religiosa, en el que progresaron ciertas religiones, cultos de carácter mistérico y filosofías místicas. Estas religiones tenían un doble denominador común: una mayor atención a la persona del creyente y una superior creencia en la vida de ultratumba, en el más allá. El politeísmo mitológico dejaba paso a una devoción religiosa que se acercaba a la divinidad en su esencia, más que a sus representaciones.
Dentro de ese nuevo espíritu religioso encontramos el cristianismo católico, que dominará la vida del occidente medieval en los siglos venideros. La palabra Iglesia deriva del término griego ekklesía, que significa reunión o asamblea, el conjunto de los fieles; católico, también del griego, katholikós, que equivale a general, universal. Esta vocación de universalidad la encontramos en el catolicismo, por lo tanto, desde sus mismo orígenes.
El triunfo del cristianismo católico sobre el resto de los cultos podemos explicarlo, sin menospreciar el atractivo intrínseco que su mensaje evangélico pudo ejercer sobre los contemporáneos, si atendemos a tres claves: coherencia, continuidad y unidad ideológica, basada en el dogma; alta preparación intelectual de sus miembros más destacados, al haber tenido que abrirse paso en un mundo dominado por la cultura griega; y perfecta adecuación de sus estructuras (provincia-diócesis-parroquia) al organigrama institucional del Imperio de Roma. En la siguiente relación vemos algunos de los hitos más relevantes que marcaron la progresión ideológica de la Iglesia católica:
Siglo I. Época apostólica, de evangelización (del griego apóstolos, enviado). Papas: Lino, Anacleto.
Siglo II. Época post-apostólica. Intensa actividad conciliar.
– Gnosticismo: Oposición entre razón y fe; la razón, fuente de conocimiento de Dios.
– triunfo de la “revelación”: Evangelio, fuente de fe.
– Papa Clemente I (97-105) e Ignacio de Antioquía: Roma, guardiana de la ortodoxia. La Iglesia como “católica” (vocación universalista). Correspondencia entre la Iglesia terrenal y la Iglesia celestial; el obispo, máxima autoridad local.
Siglo III. Expansión de la Iglesia Cristiana (comienzos de la “Gran Iglesia”)
– Querellas doctrinales: Maniqueísmo.
– Unidad episcopal: Roma, Alejandría y Cartago.
Siglos IV a VIII. La Iglesia busca la unidad ideológica (fijar los dogmas y luchar contra las herejías).
– Primer cuarto del s. IV: herejía de Arrio: negación de la Trinidad (Cristo, diferente sustancia que Dios Padre; engendrado por el Padre y a Él subordinado). El arrianismo será predicado por Ulfilas entre los germanos (traducción al godo de los libros sagrados) en la segunda mitad del siglo IV.
– 325: I. Concilio de Nicea: condena el Arrianismo y fija dogma Trinidad, recogido y difundido por San Ambrosio (330-397), autor de obra catequética (Credo).
– 340: Concilio de Sárdica: Roma, tribunal apelación eclesiástica.
– 370-444: Patriarca Cirilo de Alejandría, defensor ortodoxia.
– 380: Edicto de Tesalónica: Teodosio I oficializa la doctrina de Nicea.
– Desde s. IV: obispo de Roma (¿San Dámaso?), título de Papa.
– 431: Concilio de Efeso: condena Nestorianismo (maternidad divina de María).
– 451: concilio de Calcedonia: condena el Monofisismo (naturaleza única y divina de Cristo).
– Gelasio (492-496). Teoría de los dos poderes, pontificio y regio.
– Gregorio I Magno (590-604). Gran reino cristiano que englobe a los pueblos de Europa bajo la rectoría espiritual de Roma. Resistencia del patriarca de Constantinopla.
Hemos mencionado el más allá. El destino del alma será una de las grandes inquietudes desde el siglo III. Nos encontramos ante todo un movimiento de especulación filosófica, basado en Platón. El Neoplatonismo, basado en el principio de que el alma, liberada de la opresión del cuerpo a que ha estado sometida, se libera y asciende al éter de donde descendió, fue llevado a la perfección intelectual por Plotino. Nacido en Licópolis (alto Egipto), vivió en Alejandría y Roma durante el siglo III de nuestra era. Su escuela romana de filósofos tuvo gran cantidad de seguidores, pero el neoplatónico que mayor influjo ejerció en la Edad Media, especialmente sobre la escuela de Chartres (siglo XII), fue Macrobio. Su labor intelectual, desarrollada entre los siglos IV y V, alcanzó altas cotas con la obra El sueño de Escipión. En ella interpreta el sueño de Escipión Emiliano, narrado por Cicerón en La República; el alma de Escipión inicita a su hijo a hacer el bien, volviéndose a las cosas celestiales y dejando de lado las terrenales. El tema y la interpretación de Macrobio hacen alusión directa a la filosofía de Platón: existen unas realidades superiores, el bien (Dios) y la inteligencia; a algunas almas, el deseo de la vida terrenal las desvía de la contemplación de esas realidades superiores, por lo que caen en el cuerpo, que las aprisiona, atravesando las siete esferas celestiales: Saturno (otorga al alma el razonamiento y la inteligencia), Júpiter (la capacidad de obrar), Marte (el valor), el Sol (los sentimientos), Venus (el deseo), mercurio (la capacidad de expresión) y la Luna (el desarrollo físico). Sin embargo, el alma, siempre conserva algo de su esencia divina a través del ejercicio de las virtudes: prudencia, fortaleza, templanza y justicia.
Junto a Macrobio, otros dos importantes pensadores neoplatónicos fueron Calcidio (fines del siglo III, inicios del IV) y Mario Victorino (fallecido en el 636). El primero rechaza la concepción aristotélica del alma como forma del cuerpo; el alma es una sustancia dotada de razón, de inteligencia, que participa del principio superior que es Dios. El segundo se expresa en términos similares a Calcidio y fue además autor de una abundante obra sobre Gramática, Dialéctica y Retórica.
El Neoplatonismo nunca hubiera tenido la importancia que llegó a alcanzar si no fuera porque constituye la base del pensamiento de San Agustín y, por ello, de buena parte de la cultura cristiana medieval. De hecho, podemos considerar al Neoplatonismo responsable del retardo de la aparición del aristotelismo en la concepción cristiana de lo divino y lo humano, impulsada por Tomás de Aquino en el siglo XIII.
2.2. La literatura latina cristiana.
Al finalizar el siglo IV, la literatura tradicional, pagana, aún conservando parte de su vigor, se ve sobrepasada por una literatura latina cristiana que consigue obras maestras de la historia intelectual, como las Confesiones y La ciudad de Dios de San Agustín. En Roma, el griego era la lengua más usada por la comunidad cristiana en el siglo III, pero esta comunidad se va latinizando a lo largo de esa misma centuria. Lógicamente, esa latinización de produce a medida que la religión cristiana se extiende entre la sociedad romana.
Los literatos cristianos, como San Agustín o San Ambrosio, presentan dos rasgos comunes: proceden de alto rango social y poseen una formación intelectual al menos equivalente a la de los paganos. Esta proximidad de preparación cultural consiguió echar abajo la hostilidad de la aristocracia más ligada a la vieja tradición romana. La creación intelectual, literaria, es una necesidad en la sociedad cristiana, pues a través de ella verá facilitado su acceso al mundo romano.
Veamos qué géneros literarios cultivaron con más asiduidad los escritores cristianos del Bajo Imperio.
En primer lugar, la Retórica. Los discursos, la predicación en las iglesias, son fundamentales para convencer a una audiencia nueva en buena medida. El propio San Agustín, antes de su conversión, narra la atracción que ejercía sobre él la elocuencia de San Ambrosio.
La Gramática y el comentario de textos se imponen a los cristianos que desean conocer el sentido profundo de los libros sagrados, de la Biblia, para entender la revelación religiosa que ésta contiene. Cabe comentar que la Biblia, desde el punto de vista estilístico, decepcionó a muchos intelectuales paganos. Recurriendo de nuevo a San Agustín, recordemos que llegó a afirmar que ese libro le parecía indigno de ser comparado a la majestad de Cicerón.
La Filosofía cristiana se basa en gran medida en la griega. Las ideas de Platón o los temas del Estoicismo fueron utilizados para reflexionar sobre el alma, Dios o el mundo, como hemos comprobado en el Neoplatonismo. La Filosofía clásica ejerció un indudable atractivo sobre los escritores cristianos, quienes parecen creer que los grandes pensadores, fundamentalmente Platón y Plotino, concuerdan en lo esencial con las enseñanzas de las escrituras.
De manera sintética, hubo tres grandes corrientes de pensamiento cristiano: la de los llamados Padres de la Iglesia cristiana griega, el Gnosticismo y la Escuela de Alejandría.
Fueron los Padres de la Iglesia cristiana griega los primeros en preocuparse de captar la herencia de los filósofos antiguos. Para ellos, el estoicismo y el Platonismo eran doctrinas todavía vivas. Entre todos ellos cabe destacar a los Padres apologistas, como San Justino, en el siglo II, llamados así porque sus obras son apologías, alabanzas, de la religión cristiana. Son alegatos dirigidos a obtener de los emperadores el reconocimiento del derecho legal que los cristianos tenían a existir en un imperio oficialmente pagano. Se encuentran en ellos numerosos intentos de justificar su religión ante la Filosofía griega.
El Gnosticismo, desarrollado principalmente en el siglo II, parte de una fe revelada, intentando transformarla en un conocimiento intelectual o racional (Gnosis) que permita la unión con la divinidad. Los gnósticos, como Hipólito, utilizan los razonamientos del Platonismo y el Estoicismo; frente a ellos se alzaron relevantes personajes cristianos, como San Ireneo, para quien el Evangelio, texto revelado por Dios, es la única fuente de fe.
La Escuela de Alejandría, cuya actividad se centra en el siglo III, fue uno de los centros más activos del pensamiento cristiano. Usando el Estoicismo, el Platonismo y el Gnosticismo, sus autores, Clemente y Orígenes, sobre otros, realizan una labor de exhortación a los paganos a abandonar el culto a los ídolos y orientarlos a lo que consideran la verdadera fe.
Además de estas corrientes de pensamiento, debemos citar a San Basilio, que en el siglo IV escribió un tratado titulado A los jóvenes, sobre la manera de sacar provecho de las letras helénicas. En él plantea el problema de cómo instruir a los jóvenes cristianos en un momento en que la mayor parte de la obra literaria usada en la pedagogía era de autores paganos.
Aunque en sí no es una obra creativa u original, su proliferación y el influjo que ejercieron las traducciones las convierten en un género aparte. Acompañando a la producción filosófica e intelectual que venimos observando, a lo largo de los treinta años finales del siglo IV numerosas traducciones de obras de filosofía y teología griegas fueron puestas a disposición de los cristianos de habla latina, lo que en sí prueba dos cosas: la existencia de una actividad intelectual importante, que exigía continuamente nuevos materiales para la reflexión; y que el conocimiento del griego era escaso entre la comunidad cristiana latina. En esta labor traductora destacará San Jerónimo.
También el siglo IV floreció una poesía cristiana latina, muy vinculada a la liturgia. San Hilario, obispo de Poitiers, compondrá unos himnos hacia el año 350; San Ambrosiocompuso letras para coros, en un lenguaje simple a fin de que pudieran ser comprendidas por los fieles; San Agustín elaboró un poema para defender la ortodoxia contra los donatistas, quienes atacaban al clero acusándolo de indignidad y corrupción, negándole así la capacidad para administrar los sacramentos.
También hubo en la poesía cristiana un fenómeno de imitación de las formas clásicas, en el que destaca el proyecto de poner la Biblia en verso, utilizando el hexámetro. Este es el verso típico de la poesía griega y latina, que consta de seis (de ahí su nombre) pies. El pie es cada una de las partes, de dos, tres o más sílabas, con que se mide el verso, con la siguiente norma: los cuatro primeros han de ser espondeos (integrados por dos sílabas largas), el quinto dáctilo (tres sílabas, la primera larga y las otras dos breves) y el sexto de nuevo espondeo (dos sílabas largas).
Con Prudencio, a mediados del siglo IV, cuya obra fue muy estimada en toda la Edad Media, la poesía cristiana se libra de la imitación y la servidumbre litúrgica. Sus temas son variados: la didáctica, combatiendo los errores de las herejías; la epopeya alegórica, en la que se combaten los vicios y alientan las virtudes, utilizando la mitología; la apología de los mártires cristianos, etc.
Al hilo del surgimiento de esta poesía, podemos realizar una reflexión. Ha llegado un momento en que el cristianismo no utiliza la cultura como instrumento para justificar su existencia ante el mundo clásico. Se encuentra sólidamente instalado en ese mundo al que llegó y utiliza nuevas formas para difundir su mensaje.
La Historia es otro de los géneros que destacan en los siglos finales del Imperio. Buena parte de los intelectuales cristianos de la época incluyen en su producción literaria noticias de carácter histórico, pero hubo algunos que desarrollaron este género y tuvieron gran trascendencia posterior. Estos autores tienen en común cuatro características:
1. Presentan la Historia como un avance progresivo hacia Dios; este caminar hacia la divinidad será el motor del discurrir histórico.
2. Realizan una continua apología de la religión cristiana y, de hecho, la religión se convierte en un elemento discriminador entre los hombres y las civilizaciones (cristianos / paganos).
3. Como resultado de estos dos rasgos, hay un cambio de perspectiva respecto a los historiadores griegos y romanos, pero ello no supone el olvido de los clásicos. La imitación a los griegos Herodoto y Tucídides o a los romanos Salustio y Polibio, por ejemplo, será una constante.
4. Por último, existe un interés común por determinados temas, tales como la corrupción política del Imperio, la situación del cristianismo y las invasiones germanas.
Eusebio de Cesarea (265-340) es autor de dos obra históricas claves. El Chronicon, escrito en griego, tienes dos libros; se aprecia en el primero un nuevo enfoque, el de Historia Antigua, en la que se sincronizan los acontecimientos de los caldeos, asirios, griegos, hebreos y romanos, llegando hasta la absorción de aquellos pueblos por Roma; el segundo relata los acontecimientos posteriores hasta el año 325, siendo el eje narrativo el Imperio romano. Su Historia eclesiástica es la historia del cristianismo, hasta su triunfo en el Imperio gracias a Constantino, en el 323.
Ambas obras tuvieron gran influjo posterior, especialmente en Paulo Orosio. Nacido en Braga hacia el 390, fue contemporáneo y discípulo de San Agustín, muriendo en el 430. Tiene una vertiente como teólogo, que influencia su obra histórica, de la que se desprende un optimismo vital, pues la providencia divina rige los destinos de la humanidad. Su Liber apologeticus, está dirigido contra las doctrinas de Pelagio, monje británico (siglos IV-V) cuya herejía afirmaba que el hombre, por su inteligencia, puede salvarse sin la ayuda de Dios; rechazaba, por ello, el papel del clero como dispensador de la gracia divina y sostenía el libre albedrío, la responsabilidad individual.
Pero su obra capital es la Historiarum adversus paganos libri VII. Es una historia universal, realizada por encargo de San Agustín, que llega hasta el año 417 y en la que se examinan las vicisitudes de cuatro imperios: asirio, macedónico, cartaginés y romano. La gran novedad consiste en señalar el carácter cíclico de la Historia, pues afirma que todos los períodos triunfales tuvieron su contrapeso negativo. Tiene un carácter providencialista, acorde con su pensamiento teológico, y también apologético, realizando una encendida defensa del cristianismo. La trascendencia de esta obra fue enorme, influyendo en Gregorio de Tours, Isidoro de Sevilla o Beda el Venerable, y siendo usado como manual de historia en la Edad Media. Por esta razón han llegado hasta nosotros unos doscientos manuscritos conteniendo, la mayoría en latín, pero también en traducciones al anglosajón y al árabe.
El último de los historiadores que vamos a mencionar es San Agustín, al que dedicaremos un epígrafe propio más adelante.
2.3. San Ambrosio y San Jerónimo.
San Ambrosio nació entre el 330-340 y falleció hacia el año 410. Era hijo del prefecto de las Galias, por lo que procedía de alto rango social, poseyendo una formación intelectual acorde a su condición, romana, basada en la Gramática, la Retórica y un buen conocimiento del griego. Su origen y preparación le permitieron realizar carrera en la administración, llegando a ser nombrado obispo de Milán en el 374. Su importancia estriba en cuatro aspectos:
1. Intervino en la vida pública romana en nombre y defensa de la fe cristiana y la moral, la primera vez, que tengamos noticia, en que lo hace un obispo cristiano. Así, se opuso decididamente a los intentos imperiales de retorno al paganismo, excomulgando al emperador Eugenio, que había reabierto los templos paganos; de la misma forma, impuso una penitencia pública a Teodosio por aplastar con sangre una revuelta en Tesalónica. Esta actitud de San Ambrosio, más que cualquier teoría, hará reflexionar a sus contemporáneos y posteriores acerca de la naturaleza del poder y haciendo de la religión el juicio de la moralidad de los actos públicos. La vinculación entre esta actitud y la carta del Papa Gelasio I al emperador bizantino Anastasio I, del año 494, subordinando el poder de los príncipes al de los obispos, resulta evidente. (Ver Documentos)
2. En sus funciones episcopales dio prueba de gran talento en la oratoria. Compuso sermones perfectos en la forma, considerados como auténticos tratados.
3. Escribió un tratado acerca de la moral, titulado Sobre los derechos de los clérigos, elaborado a imitación del De officiis de Cicerón.
4. Tiene gran importancia en la renovación litúrgica. Introdujo el canto de himnos, con lo que se encuentra en el origen de una tradición cultural rica en poética, el canto litúrgico, de importancia por su valor pedagógico.
San Jerónimo nació a mediados del siglo IV en Stridon, en la frontera oriental de Italia, con Dalmacia, de familia cristiana acaudalada, y murió hacia el 420. Su formación fue latina, recibiendo lecciones de Gramática de Donato. Conoce el griego y el hebreo. Ingresó en una orden monástica, interesándose por la literatura cristiana. Su obra literaria se centra en tres aspectos: la traducción de la Biblia del hebreo al latín, la conocida Vulgata, trabajo realizado por encargo del Papa Dámaso a fines del siglo IV, que intenta eliminar todas las versiones anteriores; los comentarios a la Biblia; y el género epistolar, de carácter didáctico y moralizante.
En San Jerónimo encontramos además el inicio de la reacción cristiana contra los clásicos paganos. Critica, como lo hará su contemporáneo Paulino de Nola, el rechazo de los retóricos latinos a la tosquedad estilística de la Biblia; pero, yendo más lejos, subraya que los actos de carácter piadoso son opuestos a la lectura de las obras paganas. Es el camino abierto para prohibir el conocimiento de los clásicos a quienes no tengan la capacidad intelectual para interpretarlos. (Ver Documentos).
2.4. San Agustín.
Aurelio Agustín, obispo de Hipona, nació en el 354 y murió en el año 430. Aunque de familia cristiana, no estaba bautizado. Estudió Letras y Retórica en Cartago, donde entró en contacto con el Maniqueísmo, lo que tuvo en él dos efectos. Por una parte, la explicación racional del mundo de esta escuela satisfizo de pensamiento satisfizo las ansias de sabiduría que había adquirido leyendo a Cicerón; por otra, encendió en él una especie de fervor anticristiano, pues el Maniqueísmo pretendía llegar a la fe a través del uso de la razón.
En Roma, donde se estableció en el año 383, enseñará Retórica y se inició en la espiritualidad cristiana. En su proceso de conversión tuvo influencia decisiva la lectura de Plotino. El Neoplatonismo estará la base del razonamiento agustiniano. Pretender explicar todo su pensamiento, siquiera de manera sintética, sobrepasa con creces el propósito de estas líneas, por lo que nos ceñiremos a tres cuestiones capitales de su obra: el ser, el conocimiento y la Historia.
1. El ser. San Agustín divide la realidad en dos partes, la realidad creada, el mundo, y la realidad no creada, Dios. La divinidad tiene existencia per se, mientras que el mundo tiene existencia por participar del ser divino. Dios no sólo crea las cosas, sino que las conserva en su ser por virtud de las ideas divinas; estas ideas divinas de todas las cosas son los modelosuniversales de las cosas individuales. Cada cosa real existe por participación de esa idea, que otorga el existir a la clase a la que dicha cosa pertenece. Existe en este razonamiento una diferencia sustancial respecto a Platón: lo que en éste eran ideas autosubsistentes o formas paradigmáticas de las cosas, en Agustín son ideas divinas ejemplares, que subsisten en la mente de Dios y que desde allí presiden la creación.
2. El conocimiento. Es para él la base de la existencia, un preludio claro del cogito de Descartes. Reconoce que el conocimiento comienza por los sentidos, por el cuerpo; pero los sentidos son sólo un instrumento del alma, que es la que propiamente siente. Mediante los sentidos, el alma se forma una representación, un concepto de las cosas exteriores. El conocimiento entra en un nivel superior cuando trasciende los sentidos. Este nivel superior es el intelectivo o racional, al que pertenecen tres actividades cognoscitivas: el conocimiento de la propia alma, la razón inferior que conoce lo terrenal y la razón superior que entiende lo supra terrenal, en la que la fe ejerce un labor fundamental.
3. La Historia. En realidad, filosofía de la Historia. En La ciudad de Dios, San Agustín intenta conciliar la libertad humana con la providencia que ejerce Dios sobre los acontecimientos. Para él no existe contradicción. Dios conoce de antemano la acción humana, pero sabe que esta acción se ejerce con libertad y es fruto de la ética personal.
La Historia tiene un sentido lineal, con dirección hacia Dios. Tiene una visión escatológica, pues considera que el tiempo es finito y desemboca en la eternidad divina; mientras llega el final del tiempo se desarrolla una lucha constante entre las dos ciudades, la de Dios y la del diablo. El proceso seguido por la Historia desde la creación es de 6000 años, dividido en tres épocas: una primera de niñez, de Adán al Diluvio y del Diluvio a Abrahám; una segunda de juventud, de Abrahám a David y de éste a la cautividad de Babilonia; una última de vejez, desde la cautividad de Babilonia a la llegada de Cristo y desde la redención de Cristo hasta su segunda llegada, el fin del mundo.
El pensamiento de San Agustín dominará absolutamente la vida de la Iglesia y de los intelectuales de la Edad Media hasta la llegada del aristotelismo, tanto en lo concerniente a la concepción de ser humano y su relación con la divinidad, como a las formulaciones teóricas que estructurarán el propio sistema feudal, los tres órdenes que integran la ciudad terrenal de Dios a imagen de la celestial.