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Verdaguer, el gran autor de la Renaixença catalana.

Ramon casas - mnac - jacint verdaguer

Trazos comparatistas sobre Verdaguer, el gran autor de la Renaixença catalana.

El panorama literario, en la juventud de Verdaguer –nacido en 1845-, lo dominaban los Juegos Florales, bajo cuyo lema “Patria, Fe y Amor”, se consumían cantidades homogéneas de producción versificada, anacrónica desde su comienzo solemne, en 1859. Esta reverberación literaria, más multitudinaria que exquisita, tenía lugar tras tres siglos de escaso cultivo literario, que significaron un corte con la espléndida etapa humanista, que entonces prácticamente se ignoraba[1]. Se trata, pues, de un resurgir que se fundamentaba directamente en el modelo trovadoresco y se conectaba estrechamente con el resurgimiento occitano.[2]

 El conjunto predominante de la producción literaria de Verdaguer, escritor de formación clasicista y rico bagaje cultural, hay que situarlo en la línea del populismo romántico, con la cual llegó a sintonizar plenamente. La obra, pues, de mossèn Cinto   -como es conocido todavía hoy en Cataluña- responde a un clamor, propio de su tiempo y del cual se hizo intérprete.[3]

Ahora bien, al margen de que la creación de Verdaguer pudiera englobarse en gran parte bajo aquella consigna floralesca, su obra, gracias al sello de su marcada personalidad y como fruto de unas vivencias muy auténticas, manifestadas con evidente superioridad de expresión, ha alcanzado la categoría indiscutible de clásico en la literatura catalana. Su aportación, en cuanto a las letras que le preceden y las inmediatas, supone un salto sólo comparable al que diera Ausiàs March respecto a la abundante poesía de ascendencia trovadoresca, ya trasnochada tras varios siglos de cultivo; en coyuntura dispar y con muy distinta temática, March también supo desentrañar su intimidad y elevarse dentro de tan homogéneo conjunto poético, bajo coordenadas que no desentonaban de las generales de su tiempo, el culto entorno valenciano del siglo XV salpicado de toques humanistas.

Aquí, recordando a Verdaguer, pretendemos simplemente, con una tónica –no con una estricta metodología- comparatista, explicar un poco el título que hemos dado   -que a él se deben los principales textos del movimiento literario que supuso el renacer catalán decimonónico-, a fin de contribuir al conocimiento de su obra con ocasión del centenario de su muerte. Más aún interesa recordar su figura cuando su repercusión no se limitó estrictamente al ámbito literario, pues se convirtió en verdadero vate de una cultura que se estaba afirmando, desde la vertiente lingüística a la religiosa y política, en un abanico tan vasto como complejo.

Si intentamos relacionar a Verdaguer desde la perspectiva de las literaturas hispánicas de su época, no sería útil acudir a la española[4]; mientras que podría ser fructífero hacerlo con la gallega, donde caminaron asimismo de lado Juegos Florales y Rexurdimento[5]; el contraste mental -ya transitado- con Rosalía de Castro, a grandes rasgos, es válido en cuanto ambos autores, bajo el característico sello romántico, identifican sentimientos y paisaje. La Naturaleza, filtrada por el yo o por el recuerdo, es un elemento de peso en su obra; al igual, en los dos casos, en las fechas de su apogeo, se entrecruzan ya otros aires contrarios a los que tan genuinamente representaban, los de origen floralesco[6]. Ambos autores también dieron una solución a la lengua, dignificando la viva al hacerla literaria, con lo cual deshacían el dilema entre la opción arcaizante o culta y la coloquial o vulgar[7].

 La lengua, entonces, aparte de constituir un problema de expresión tras el letargo de cultivo culto, por encima de todo era un símbolo patrio, por lo que de hecho devino una cruzada su restauración[8]. Así pues, a través de la dignificación de la lengua había ido haciendo mella en Cataluña la idea de regenerarse el pueblo[9]; idea que, aplicada a las costumbres y a la religión, se convirtió en un reclamo del catalanismo tradicional.

Tras este apunte ambiental, nos centraremos en el hecho literario verdagueriano. Principalmente hay que valorar su obra poética, por la que es conocido como el poeta por antonomasia de la Renaixença. Su producción abarca el dominio de extremo a extremo, del lirismo más puro al épico de mayor grandiosidad.

De las piezas líricas vamos a recordar aquí una que ofrece un punto comparatista con la literatura gallega a causa de la métrica (estructura paralelística y parecido de la tornada[10]), El Noi de la Mare, conocida como el Tam-pa-tan-tam:

 

“Mentres María breçava y vestía

son ros y tendre Fillet que no dorm,

per que no plore, ni en terra s’anyore,

dolça li canta dolceta cançó.

No plores, nó, manyaguet de la Mare,

no plores, nó, que jo canto d’amor.

Cada gronxada’t daré una abraçada,

cada abraçada un beset amorós;

mes roses trenes seràn tes cadenes,

niu y arcobeta les ales del cor.

¡Que n’es de bella ta galta en poncella!

¡Que’n són de dolços tos llavis en flor!

són una rosa que’ls meus han desclosa

sols per xuclarne la mel de l’amor.

Fèuli, aurenetes, cançons d’amoretes;

fésli musica, gentil rossinyol;

si t’es poch fina ma falda de nina,

bàxen los Angels del Cel un breçol.

Síen ses ales glasser de tes gales,

síen sos braços coxins de ton còs;

jo per tos polsos ne tinch de més dolços;

per embolcarte, les teles del cor.

Síen ta faxa, si’l Cel no te’n baxa,

quatre palletes de sèch poliol,

quatre palletes tojust floridetes

que’t serviríen de faxa y llençol.

Guarníumel, Angels, breçàumel, Arcàngels,

d’ayre bon ayre, tot fentli l’amor;

mística bresca lo Cel li servesca

si en llet de Verge no troba dolçor.

Dels Reys l’estrella claríssima y bella

n’es baxadeta a postrarse en ton front;

quan ells te miren gelosos, se’m giren:

‘¡Quina faldada de perles y flors!’

Totes s’esfloren les flors que t’anyoren,

fèyales nàxer ton riure tan dolç;

tornen reviure si’ls tornes a riure,

mes ¡ay! sols beuen rosada de plors.

Quan se n’adonen los Angels, entonen

càntichs de festa que’s tornen de dol:

‘Ab Tu abans d’hora clareja l’aurora,

ab Tu abans d’hora s’ha de pondre’l sol’.

Mentres María’l breçava y vestía,

veu ses manetes creuades al cor;

prou l’endevina d’amor la joguina,

que Fill y Mare barregen ses plors.

No plores, nó, manyaguet de la Mare,

Qu’en la creu dura morirèm tots dos.”[11]

Reproducimos un fragmento del canto VI,  testimonio del rasgo quizás más típico de la poesía verdagueriana, que va de lo grandioso a lo intimista; fusión que se consigue con plenitud en Canigó. Veamos algunos cánticos de las hadas que, del Ampurdán al Pirineo, ofrecen dones a los protagonistas[1], quienes desde su carroza van contemplando el mágico panorama:

“LA DE BANYOLES

Tota la nit he filat.

vora l’estany de Banyoles,

al cantar del rossinyol,

al refilar de les goges.

                        Mon fil era d’or,

                        D’argent la filosa,

                        Los boscos vehins

                        M’han pres per l’aurora.

            Per devanar lo meu fil

            tinch belles devanadores,

            les montanyes de Bagur,

            les de Bagur y Armen-Roda,

            les serres de Puigneulós,

            les del Mon y Rocacorva.

            La plana de l’Empordà

            may ha duyt millor corona,

            corona de raigs de llum

            trenats ab lliris y roses;

            semblava un pago real

            obrint sa florida roda.

                        Mon fil era d’or…[2]

            Com lo fil era daurat,

            les madexes eren rosses,

            hermosos cabells del sol

            encastats de boyra en boyra.

            De les Estunes al fons

            lo texíen quatre aloges,

            llur teler es de cristall,

            d’evori la llançadora.

            Veusaquí’l vel que han texit

            Tot exprés per una boda.[3]

                                    CHOR DE GOGES

                        Montanyes regalades

                        son les de Canigó,

                        elles tot l’any florexen,

                        primavera y tardor.

LA FADA DE ROSES

¡Que bonica n’es la mar,

que bonica en nit serena!

De tant mirar lo cel blau

            Los ulls li blavegen.”[4]

La dualidad verdagueriana además de corresponderse con los estilos ciclópeo y miniaturista, responde a una profunda escisión en las que el autor se ve desdoblado: las dos tradiciones entre las que oscila, la clasicista y la cristiana.

La pretensión de fundir ambas –así la de incorporar lo mitológico y lo bíblico en un intento de armonía- le lleva en el primer gran poema a una pirueta dificilísima, que ejecuta con maestría. Intento armonizador que no era el primero en efectuarlo en la literatura catalana, pero cuyo precedente no fue tampoco conocido por nuestro autor, dado el desconocimiento del propio bagaje, hecho al que nos hemos referido ya (cfr. n. 17 supra). Pues Bernat Metge, como bien revelan sus fuentes clandestinas[5], había realizado en su diálogo clasicista Lo somni un maridaje entre la tradición clásica y la cristiana, fundándose en el renovado acercamiento recién iniciado por los trecentistas italianos; pero lo hizo apoyado indiscutiblemente en el lado de los clásicos. Verdaguer, “un cas de simbiosi perfecta d’unes essències populars molt ben assimilades … i un superstrat de cultura”[6], se apoyaba muy principalmente en el folklore legendario.[7]

El contraste mencionado no hace más que destacar vivamente el peso tradicional hacia el que Verdaguer se fue decantando, muy a pesar de los temas y estilo bebido en los clásicos; procedente de la preceptiva clásica desde sus estudios en el seminario, primó en él el espíritu de su época, profundamente embebido por sus necesidades.

Ampliando el marco de referencia, en las letras romances no era la primera vez que se conjugaban ambos extremos: he ahí ya a Boccaccio, quien también se inspiró en la vida popular y admirababa la preceptiva clásica. O -también dentro de los saltos que alienta el comparatismo- Góngora, quien escribía letrillas junto a grandes poemas cultos; quizás se diferencian principalmente del catalán, en que éste tiene un punto de partida clasicista pero se afianza progresivamente en lo popular, mientras que el cordobés combinó ambas influencias a lo largo de su vida y, en el caso del certaldés, su dirección fue la inversa, del Decamerón a la Genealogiae deorum.[8]

Convendría también matizar un aspecto en cuanto a la relación de Verdaguer y su entorno temporal, ya que respecto al lema “Patria, Fe y Amor“, se suele considerar que su creación literaria falla en el último puntal; pero, evidentemente, la carga amorosa verdagueriana no se concreta, como ocurría generalmente, sobre las diferentes gamas del hecho sentimental –amor de pareja, familiar…-, sino que es una carga que se proyecta y pesa, extraordinariamente, sobre los otros puntales e incluso los determina; como ocurre –efectuando otro enlace hacia el pasado- con un autor que le ha influido claramente y que es característico representante de la metafísica amorosa en la literatura catalana: Ramón Llull (cfr. n. 7 supra). Enlazando este matiz con el comentario anterior, recogemos de los estudios de Carles Miralles cómo, en su uso de los mitos clásicos, Verdaguer, por ejemplo, cristianiza el sentido del amor.[9]

 Hoy por hoy, la imposición progresiva del racionalismo nos hace más próximas la estética del Novecentismo –baste pensar en las prosas irónicas de Carner- o incluso las novelas modernistas, movimientos que –hemos aludido a ello- se superponían y desplazaron a la Renaixença; estas otras fueron tendencias que convivieron en el tiempo pero que resultan mucho más cercanas a nuestra sensibilidad actual. Sin embargo, los autores de más valía de una u otra corriente no influyeron como lo hizo Verdaguer, cuyo entierro fue multitudinario, cuyas obras se estudian y reeditan en la actualidad[10], y que alcanza todavía en nuestros días el radio de las superestructuras culturales a modo de símbolo.

Es lógico que sea así cuando su aportación culmina una etapa; de hecho, la Edad Moderna catalana. Se da el mismo fenómeno con figuras que ejercen esta función frente a la Edad Media: en las letras italianas es muy claro con el caso de Dante, quien representa una cúspide y un umbral. De una manera u otra, son autores que quedan desfasados frente a las nuevas tendencias, a las que precisamente ellos mismos han dado cauce. Finiquitan, consolidan y agotan, pero son quienes han abierto nuevas puertas.[11]

A pesar de ello, Verdaguer encierra también rasgos modernos. Recientemente Joaquim Molas[12] ha concretado unas notas en esta dirección: la conciencia de escritor (documentación, reelaboración de sus escritos…); práctica del fragmentarismo poético; su visión de la ciudad a través de los nuevos géneros de la sociedad industrial (la prensa, el dietario o la literatura de viajes) y su reflexión sobre el yo por medio de la escritura.[13]

Desde la faceta viajera se le ha puesto de lado recientemente a Josep Pla[14], pues este rasgo en Verdaguer no sólo ha influido en los libros que pertenecen por su propia naturaleza a la literatura de viajes -como Dietari d’un pelegrí a Terra Santa o Excursions i viatges-[15], sino que el mismo L’Atlàntida es un fruto viajero, resultado de sus dieciocho travesías del Atlántico –con ida y vuelta-, ya que realizaba esta ruta como capellán del “Guipúzcoa”entre 1874 y 1877. Fecha en que presentó el poema a los Juegos Florales. Poema que marcaría el zenit de la Renaixença.[16]

[1] Desde la dinámica comparatista con las letras catalanas anteriores podríamos traer a colación el “viaje vital” de Curial e Güelfa, viaje que informa esta novela caballeresca (puede verse Tras los orígenes del Humanismo: El “Curial e Güelfa”, UNED, Madrid 3ª ed. 2001). Esta obra, que también combina rasgos clasicistas, cuenta sin embargo con otros modernos, como el desenfado y el humor; pero fue obra que tampoco alcanzó a conocer Verdaguer, lo cual ratifica que los autores de este movimiento desconocían los orígenes humanistas de su propia cultura. La interrupción secular, a la que hemos aludido desde el principio, no supuso sólo una falta de ductilidad y pobreza lingüísticas, sino un olvido en toda regla.

[2] Suprimo la repetición de la estrofa.

[3] Suprimo la segunda repetición de la estrofa: “Mon fil era d’or”. La estrofa siguiente asimismo se repite varias veces a lo largo de esta sinfonía coral de las hadas –fades o goges-, que se incluye en este canto del Nuviatge.

[4] Vol. V de la Edició Popular, 86-87.

[5] Véanse las fuentes conocidas hasta 1959 en la edición de Martín de Riquer, Obras de Bernat Metge, Universidad de Barcelona; las propuestas hasta nuestros días pueden seguirse en mi estudio En los orígenes del Humanismo: Bernat Metge, UNED, Madrid 2002.

[6] Albert Hauf, “La seducció de Gentil en el Canigó de Verdaguer i el romanç de ‘El infante Arnaldos’”, Caplletra, 5, 73-74.

[7] Cabe observar que en cuanto a la génesis de esta obra, si bien se cuenta con el espléndido trabajo comparatista de Albert Hauf, recién citado, quedan interrogantes sobre las leyendas que le suministraron sus amigos de Bañolas, a los que les dedica poemas, a los que recuerda en prosas y epistolarios, y a los que parece que leyó los primeros versos del gran poema, todavía en trance de composición, ya que convivió con ellos una semana en julio de 1884 y el libro no apareció hasta 1886.

[8] Me parece significativa sobre estos comentarios acerca del encuadre de la sombra clasicista, la estrofa que cierra el poema La Via Làctea, donde tras haberse expresado distintos pareceres -tras el platónico, el de Aristóteles, Demócrito y Teofrasto- sobre ese “riu d’estrelles”, dice el poeta:

 

Demaní’l seu a un vell pastor de Nuria,

y’m digué qu’es la via de Sant Jaume,

per h’ont, a son exemple,

les ànimes se’n pugen a la Gloria.

 

No sabía més lletra que ses cabres,

lo vell pastor de Nuria,

mes posí sa contesta lluminosa

damunt la d’Aristòtil

y la de tots los sabis de la Grecia.

Recogido entre sus últimas poesías publicadas (cit. de Al cel, Edició Popular, vol. XXIII, p. 30).

[9] Art. cit: 1986, 222.

[10] Citamos los 11 volúmenes del Epistolari Jacint Verdaguer, en la “Biblioteca Verdagueriana” de ediciones Barcino, o la reciente publicación de En defensa pròpia, a cargo de Narcís Garolera, en editorial Tusquets, que incorpora artículos manuscritos inéditos que se añaden a los que publicara él mismo desde 1895 en la prensa y se recogieron en el vol. XVII de la Edició Popular. Podríamos contraponer una vez más su caso con el de Bernat Metge, pues -si el “caso Verdaguer” ya se había comparado con el de Zola a la hora de relacionar una obra literaria y la defensa por parte del interesado-, puede interesar remitirse a aquél, en las propias letras catalanas, ya que constituye un valioso precedente. El sacerdote, víctima de conspiraciones –como el notario barcelonés (también famoso y gran escritor), cinco siglos antes-, fue calumniado y se vio implicado en turbios procesos de fuerte resonancia social. La imagen de ambos, por tanto, se vio seriamente afectada por hechos graves y lamentables de la vida real, de los que ellos mismos se exculparon a través de su obra. Si la rehabilitación del primero tuvo lugar tempranamente y volvió a ocupar honores y cargos de responsabilidad en la casa real, la sombra de la duda se refleja en todas las ediciones y la gran mayoría de estudios metgianos de la segunda mitad del siglo XX. Es muy oportuna, pues, la reedición de Verdaguer En defensa pròpia con ocasión de celebrar su centenario.

[11] Acerca de este vaivén y efecto óptico de los valores en relación con los tiempos, remito a las reflexiones del Coloquio Internacional, recogidas por Jaume Pont y Josep Mª Sala-Valldaura en Cànon literari: ordre i subversió (Institut d’Estudis Ilerdencs 1998).

[12] En la inauguración oficial del “Año Verdaguer”, que tuvo lugar en el Palau de la Generalitat; recojo la referencia de La Vanguardia, 16 febrero 2002.

[13] Cabe observar, a la luz de nuestro trabajo, que se trata de un yo romántico -de abundancia (o sobreabundancia) de sentimientos-; muy alejado, sin embargo, del yo que ya imponía en el siglo XIV un Bernat Metge –desde la intimidad de su conciencia y más allá del dogmatismo-. Yo –este último- que empezó a resonar en Petrarca y que nos lleva al hombre occidental a reconocernos hoy en la modernidad de los albores de los Humanismos.

[14] Narcís Garolera, L’escriptura itinerant. Verdaguer, Pla i la literatura de viatges, ed. Pagès, Lérida 1998.

[15] La popularidad de estas obras no fue menor que la poética; me permito aportar al respecto un dato familiar: en la biblioteca de mis antepasados –oriundos de Bañolas-, estos volúmenes están tanto o más desvencijados que los otros.

El seguir motivos populares no era algo exclusivo de él; incluso hubo alguna composición inspirada en la misma nadala[12]. Sin embargo, por lo general las otras imitaciones no tuvieron mayor trascendencia, mientras que su versión llegó a adquirir tal popularidad que desplazó incluso a la añeja y tradicional.

Daremos a continuación unas breves notas acerca de sus dos grandes composiciones poéticas, L’Atlàntida y Canigó. En la primera, el autor, guiado por una firme intuición poética, a pesar de la amplia y dispar inspiración, que abarca del mito griego al descubrimiento de América, consigue una unidad de sentido. Carles Miralles explica esta coherencia entendiendo la obra como un poema cosmogónico –sobre la acción divina- y como un poema etiológico, acerca del orden de la Península Ibérica; en este sentido, además, hay que orientar su lectura como metáfora del resurgir de la lengua después de su profundo hundimiento, paralelo al del mítico continente.[13]

A efectos de contrastar el tratamiento de los mitos en las letras catalanas anteriores, tomaríamos dos muestras relevantes: el de Joan Roís de Corella y el de Bernat Metge; y observamos que en el primer caso –como se reconoce en el estudio introductorio a la traducción de su Prosa profana[14]-, a pesar del lucido ropaje clasicista, el talante es medievalizante sobre todo por su sentido terapéutico de la ética como escarmiento. Mientras que el mito ovidiano de Orfeo, en el diálogo Lo somni, aparece desnudo de moralización alguna, claramente despojado de las adherencias moralizantes, tan propias de los tiempos medios; aquí, los héroes del mito del amor son inocentes. Ello evidencia distintos grados en la recepción del Humanismo en estas letras.

Y si volvemos a nuestro poeta bajo el mismo concepto del tratamiento mítico, observamos que es éste también un ángulo expresivo de su talante. Pues “L’Atlàntida resulta maniqueament escindida entre dos extrems –que representen, òbviament, el bé i el mal-“[15]; escisión que responde a la dicotomía de culpa y castigo, que también marcará el segundo gran poema, Canigó, éste ya de temática tradicional.

No exento de resonancias clasicistas –como quizás pudiera advertirse en la técnica coral y con seguridad en las referencias a pasajes e imágenes mitológicas-, pero en la vertiente de la tradición, el poema Canigó mitifica el paisaje y la historia en una conjugación con elementos folklóricos que ennoblecen los orígenes de Cataluña. Se estaba proponiendo, pues, mirarse en ese espejo, en su actualidad derruido; así lo avala el famoso diálogo entre los dos campanarios con los cuales se cierra el poema.[16]

[1] De esta etapa, puede seguirse un resumen a través de tres ciudades, “Barcelona, Nápoles y Valencia: tres momentos del Humanismo en la Corona de Aragón”, en mi aportación al Seminario Interuniversitario La ciudad como espacio plural: historia y poética de lo urbano, dir. por E. Popeanga, UCM-UNED-CEU, 2000, Madrid 2001, pp. 73-88, en prensa.

[2] Cabe recordar que Frédéric Mistral, aglutinador del felibrismo, alabó la primera contribución de Verdaguer a los Juegos Florales, en 1868, L’Espanya naixent, poema no premiado pero que fue el germen de L’Atlàntida (véase el estudio de Maria Condeminas, La gènesi de “L’Atlàntida”, ed. Curial, Barcelona 1978).

[3] Junto al talante popular, de todos modos, convivía el erudito. El XIX catalán goza de un importante caudal de figuras de estudiosos, que asentaron unas bases cientifistas; para una perspectiva plural y social son todavía muy útiles los dos volúmenes de Un segle de vida catalana, dir. por F. Soldevila, ed. Alcides, Barcelona 1961.

[4] Sobre esta interacción y su distinción respecto al proceso de castellanización, puede verse: Joan Ribera, “Decadències i regeneracions en les literatures peninsulars no castellanes”, en Actes del vuitè Col.loqui Internacional de Llengua i Literatura Catalanes, II, Tolosa de Llenguadoc 1988, 207-220.

[5] Puede interesar reseñar un dato ejemplar de este clímax literario entrecruzado: las noticias que de los certámenes literarios da, desde Cataluña, Josefa Pujol de Collado en la efímera Revista de Galicia, dirigida por Dª Emilia Pardo Bazán; entre ellas comenta una carta de Mistral a Víctor Balaguer, a propósito de su discurso en los Juegos Florales de Valencia (I, 19, 1880, 326-328; puede consultarse la edición facsímil de la Fundación Pedro Barrié de la Maza, 1999, a cargo de Ana Mª Freire).

[6] Sobre esta cronología y corrientes, remitimos a Joan Ribera, “El cambio de siglo en las letras catalanas”, en Literatura catalana, II, coord. por J. Butiñá, UNED, Madrid 1998, 335-366.

[7] En catalán, este modelo de lengua se aprecia también en poesías tempranas de Marià Aguiló, cuya obra poética se publicó póstuma, pero quien había mantenido relación con Verdaguer desde época temprana (véase Rosalia Guilleumas, Ramon Llull en l’obra de Jacint Verdaguer, ed. Barcino, Barcelona 1988, 25-27); fue además  probablemente quien le aproximó a la poesía luliana, con cuyo carácter místico la verdagueriana tanto se iba a identificar.

[8] Una selección de textos que explicitan este carácter se reunió, con motivo de la conmemoración de La pàtria de Aribau –poema considerado el punto de partida del movimiento-, en Els cent-cinquanta anys de la Renaixença, Generalitat de Catalunya 1983.

[9] Esta ideología, que se percibe desde inicios de siglo en obras gramaticales, etc., se había vehiculado a través de traducciones europeas al español; así, el influjo de F. Schlegel, introducido en 1843-44, resuena en la Historia de la lengua y la literatura catalana desde su origen hasta nuestros días de M. Pers i Ramona: “Las lenguas nacen, viven y mueren con los pueblos que las hablan” (Barcelona 1857, 43).

[10] Se trata de ello en la Història de la Literatura Catalana, IV, dir. por Antoni Comas, ed. Ariel, Barcelona 1964, 263.

[11] Càntichs, vol. XXVII, Edició Popular, Barcelona, 11-13. A pesar de contarse con 7 ediciones de sus Obras Completas, se suele considerar ésta como el conjunto más cuidado; aparecieron aproximadamente entre 1913-25, en 30 volúmenes.

[12] F. X. Butinyà publicó una en La Renaxensa, 12 (15 junio 1871), 154, titulada Al peu del bressol (“Dorm, angelet, estimat de la mare; / Dorm, nin hermós, vera imatge de Déu./”); la de Verdaguer se había publicado “en forma de  goigs y amb el títol Cansons de Nadal, a Vich, en les derreries del any 1871, venentse al preu d’un quarto en las iglésies y hermites” (Ars 6, Barcelona, junio 1902); la reseña del poema verdagueriano se recogió en la Bibliografia del nº 23 de La Renaxensa (23 diciembre 1871).

Hay que hacer constar que los dos poemas citados coinciden además –respecto a la composición tradicional- en añadir el elemento dramático –en Verdaguer, con cariz místico; en el otro, humano-. Que ello era un rasgo típicamente romántico lo confirman –en la primera línea, la religiosa- otra Cansó de Nadal, ésta de Víctor Balaguer, escrita entre 1861-67 y publicada en Poesías catalanas (Madrid 1892, 319), y otra más, anterior a todas ellas, una canción de cuna -que se refiere a la muerte, como la de Butinyà-, y cuyo autor es el también jesuita P. Vinader: Lo bressolet, recogida en Los trobadors nous por Bofarull (Barcelona 1858, 312-313).

[13] C. Miralles, “El catasterisme d’Hesperis i la mort d’Anteu”, en Miscel·lània Antoni M. Badia i Margarit, 5, Publicacions de l’Abadia de Montserrat 1986, 224-225.

[14] A cargo de Vicent Martines, ed. Gredos, “Clásicos Medievales” 21, Madrid 2001.

[15] Carles Miralles, “L’arbre i la lira”, en Homenatge a Antoni Comas, Universitat de Barcelona 1985, 291.

Recordar a Verdaguer en pocas páginas era tarea difícil. Aunque la Bibliografía es muy amplia, puede ser útil dar también la referencia del “Anuari Verdaguer”, editado desde 1992. Y valga como último punto de conexión este par de direcciones de Internet:

http://www.bcn.cat/cultura/verdaguer100/

Agradezco la oportunidad que me ha brindado aquí el profesor Emilio Blanco, quien sin duda alguna aprovechó bien mis lecciones de “Literatura Catalana”en la Universidad Autónoma de Madrid.

Artículo publicado en la Revista Liceus N°2  Meses Mayo-Junio 2002- ISSN- 1578-4709

Julia Butiñá

Profesora de Filología Catalana (Universidad Nacional de Educación a Distancia). Correspondiente en Madrid de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona

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