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Henri Rousseau y los pintores Naïf

Henri-Rousseau-Pierre-Loti

Expresionismo: Henri Rousseau y los pintores Naïf. 

Contemporáneamente a las corrientes más eruditas y comprometidas del arte, desarrollaron su obra un grupo de artistas denominados naïfs o aficionados por el hecho de no dedicarse a la pintura como única actividad sino al margen de las variadas tareas profesionales que tuvieron que desempeñar para ganarse la vida. Sin embargo, eran artistas plenamente convencidos de serlo, sintiéndose por encima de todo pintores. Sin formación académica alguna, en todos los casos fueron creadores autodidactas.

Presentaron un completo distanciamiento, tanto en procedimientos como en temática, con respecto a sus contemporáneos, al recurrir a las técnicas realistas consideradas obsoletas por la vanguardia, con las que recrearon determinados temas estimados del mismo modo, pasados de moda.

Sin embargo, el interés que despertó este grupo de creadores radicó en la particular manera que tuvieron a la hora de afrontar la representación de la realidad. Como resultado de su personal idea de arte, entendido no como algo reflexivo y trascendente sino como reflejo de la tranquilidad y despreocupación interior, las obras de estos artistas mostraron como rasgo principal el ambiente completamente sereno y despreocupado que otorgaron a la existencia.

Fue esta cualidad, tremendamente valorada en un momento de enorme desasosiego, lo que fundamentó el reconocimiento artístico de estos pintores.

Sus obras comenzaron a valorarse como auténticos exponentes del candor e ingenuidad perdidos hacía tiempo, unas formas de arte puras tan impactantes como las expresiones del arte primitivo y, en general, como las manifestaciones de las culturas de los pueblos considerados exóticos, tan valoradas por todo el conjunto de expresionistas como las únicas formas artísticas íntegras, ajenas a cualquier tipo de contaminación externa.

Esta novedosa y peculiar manera representar la realidad fue de inmediato valorada por el propio Kandinsky, quien no dudó, tras adquirir algunas obras de Henri Rousseau, el principal protagonista de este grupo de pintores, en 1906 durante su estancia en París, en exponer dos de ellas en la primera exposición de Blaue Reiter e incluir el resto en el Almanaque de El Jinete Azul para ilustrar sus propios escritos sobre la cuestión de la forma.

Kandinsky consideró a Henri Rousseau el padre del nuevo realismo, al tiempo que uno de los principales pilares del arte contemporáneo. Según él, Rousseau llegó en la pintura a un estado emocional puro en un proceso similar al suyo, aunque por diferentes caminos. Si él lo había conseguido a  través de la abstracción, Rosseau lo logró a partir de la inmersión ingenua y total en la realidad del objeto.

En líneas generales Rousseau ejerció una notable influencia sobre todo el grupo muniqués, puesto que su obra se asoció a las tan admiradas manifestaciones artísticas de los pueblos primitivos y, en general, a las artes populares e incluso, por la ausencia de convencionalismos, a la espontaneidad de los dibujos infantiles. En una carta escrita por Marc en 1913 a Delaunay decía:

El aduanero Rousseau es el único cuyo arte me obsesiona con frecuencia. Continuamente intento entender cómo pintó sus maravillosos cuadros. Trato de identificarme con el estado interior de este pintor venerable, o lo que es lo mismo, con un estado de gran amor.

El principal representante de este grupo de creadores fue HENRI ROUSSEAU, (1844-1910) establecido desde 1869 en París donde se empleó como portero en la aduana de las puertas de la ciudad, lo que le valió el apodo de Le Douanier o Aduanero. Aunque ésta era su ocupación oficial, su verdadera pasión era la pintura, convencido además de su talento como creador.

Su extraña personalidad, mezcla de ingenuidad y conocimiento, le llevó a ser considerado por los escritores y pintores bohemios de Motmartre, una especie de visionario, santón o profeta que del mismo modo que pintaba, daba clases de recitación y violín.

Sus creaciones no pasaron desapercibidas, despertando el interés de algunos de los principales artistas de vanguardia, desde Redon hasta Toulouse-Lautrec, pasando por Picasso, Léger, Delaunay y el mismo Apollinaire.

Su confianza plena en lo que hacía se vio recompensada con el reconocimiento por parte de sus contemporáneos expresionistas, que le invitaron a exponer en la primera exposición del Blaue Reiter. Ahora bien, Rousseau contó con la suerte de desarrollar su obra en el momento de creación del Salón de los Independientes, lo que le permitió, desde 1886 y hasta su muerte, presentar anualmente su producción, lo que probablemente no hubiera sido posible de no haber existido esta opción y haber tenido que exponer en el Salón Oficial, donde a buen seguro no hubiese sido aceptado.

Sus intereses temáticos se centraron principalmente en retratos y paisajes que desarrolló a partir de un lenguaje de gran ingenuidad e importantes dosis de fantasía que, como consecuencia de su autodidacta formación, se singularizó por el carácter extremadamente lineal, empleo de unas perspectivas de gran convencionalidad aunque ligeramente sesgadas y el empleo de armónicos y sutiles colores, lo que se tradujo en unas producciones de naturaleza intemporal e imágenes arquetípicas reducidas a la esencia.

La encantadora de serpientes, de 1907, es una de sus producciones más destacadas, emblema de su concepción artística. La exuberancia y el grado de exotismo que logró imprimir a la representación de las selvas tropicales, hizo pensar que incluso pudiera haber viajado hasta los lugares exóticos que le hubieran permitido el conocimiento directo de tales naturalezas, que, sin embargo, fueron fruto de la inspiración conseguida en los jardines botánicos de París. La escena compuesta a partir de formas absolutamente precisas, serpientes enrolladas en la vegetación tropical perfectamente definida, y sobre los hombros de una mujer de piel ocurra, trasmite no obstante, un grado de irrealidad y fantasía tal que hacen de la composición un paisaje quimérico de gran  excentricidad.

Entre sus mejores aportaciones en el campo de la retratística figura el Retrato de Pierre Loti, del mismo modo que la obra anterior símbolo de su personal concepción artística.

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