Si tuviésemos que elegir a un escritor que representa, de manera diáfana, los grandes cambios en el terreno novelístico, bien podría ser éste Henry James, uno de los más grandes y afamados hombres de letras que, con una prosa tan esquiva a veces como cercana otras, nos transporta a un mundo de europeos y norteamericanos que hoy nos parece aún lejano, visto a través del cristal de un microscopio.
Henry James es el hermano de William James (el descubridor de la “corriente de conciencia”, de extrema importancia para la psicología moderna). En este mismo sentido, Henry James se interesa sobremanera por el retrato psicológico, mucho más que otros coetáneos de renombre como serían Stevenson o Conrad (con los que, por cierto, mantuvo una constante y abundante correspondencia).
Quizá el hecho biográfico que más haya influido en la obra de James sea que vivió casi toda su vida en Europa, siendo su patria Norteamérica. James habla constantemente (parece ser casi una obsesión) sobre la diferencia entre el carácter europeo y norteamericano, estableciendo un mundo de oposiciones y derivaciones sociales que van más allá del simple casual encuentro entre culturas. El europeo parece ser maduro, sofisticado, casi perverso; mientras que el norteamericano aún posee ese candor propio de la nación joven con una historia que apenas acaba de comenzar. La colisión entre estas dos formas de ver el mundo lleva al lector, mediante un análisis profundo, a plantearse la propia esencia de la novela y de la narración en la que se encuentra inmerso.
Quizá debido a su obra como crítico literario, James es consciente mucho más que en otros célebres casos, de la importancia histórica de este encuentro. La nueva sociedad norteamericana que empieza a crear y, en su inseparable inocencia, busca nuevas formas de creación: más directas, quizá infantiles por su falta de sofisticación… en contra del espíritu europeo, cansado, viejo y, a veces y siempre, perverso.
James es un catalejo mediante el cual, despacio y con calma inglesa, podemos mirar el futuro literario de una narrativa en cambio. La metáfora repetitiva del encuentro entre culturas, si bien narra de manera efectiva el tiempo físico que le ha tocado vivir a James, también muestra de manera no menos plausible el momento literario en el que Europa (y América) se verá enfrascada con la muerte del siglo. La ciencia, con su cristal seductor, marca el terreno de las palabras: así, poco a poco, éstas se desmarran de todo aquel contenido “literario” no necesario (el del tiempo científico que nos ha tocado vivir). James es el comienzo de este movimiento paulatino hacia la desnaturalización de la literatura, en el sentido en el que James ahonda en el lado psicológico de los personajes.
Este encuentro tendrá también su forma en la prosa, en el lenguaje. James deviene de una etapa más narrativa hasta llegar a un uso del lenguaje intrincado, a veces casi incomprensible (que será el común de sus últimas obras). El propio James parece un diletante sumido en un mundo perverso: mientras escribe “Retrato de una Dama” vive en Venecia, se imbuye de un arte ajeno pero propio, se vuelve simple a veces, rococó en otras ocasiones. El lenguaje fluctúa también entre dos mundos, pero el universo de James, y en contra de lo que siempre se ha considerado como única forma, va más allá de este encuentro de culturas, casi sin quererlo.
El “punto de vista” es quizá la aportación fundamental de James dentro del terreno de las letras (no deja de ser cuanto menos paradójico). James habla por boca de los personajes, como un psicólogo que no hubiese tomado la suficiente distancia para “juzgar” el problema. ¿Juzgar? No, James jamás lo hará, expone y, a veces, comenta entre líneas el complejo entramado de pensamientos con su ácido sentido del humor (no en muchas ocasiones).
Quizá el mayor punto de inflexión que introduce la literatura moderna sea el concepto de narrador (como diría Borges para después negarlo). El “punto de vista” constituye una superación del narrador omnisciente sin abandonarlo, otra vuelta de tuerca en el panorama del estilo que parece configurarse hasta la irrupción de Joyce en el panorama literario del siglo XX. Si Hugo es el protagonista invisible de “Nuestra Señora de París”, James es también protagonista forzado de un cambio que aún está por llegar, pero que ya precede y usa con un dominio impropio de su momento literario… Actor no invitado en su propia novela.
Es un camino que nos llevará por la pérdida del dios de Balzac, por la deshumanización de la obra literaria y por el advenimiento de diversos narradores en una misma obra. Otros ya caminan en estos sentidos (el mismo Clarín en España, los citados Stevenson y, Conrad) pero James lleva esta forma más allá, constituyendo su forma narrativa principal y haciendo evolucionar la novela definitivamente.
Otro aspecto a tener en cuenta en las obras de James es el fuerte (y siempre velado) contenido sexual de sus personajes. La obra de S. Freud parece presente pretérito en la obra del escritor (no olvidemos, Freud es diez años menor que James). Los personajes parecen tener una sexualidad latente que subyuga las acciones de los personajes y les coarta para llevar una vida satisfactoria (de ahí la perversidad en la que muchos personajes suelen hacer gala). Ya sea en sus retratos infantiles (de marcada tendencia “psicoanalítica” en torno a una insuperada tara), como en sus obras más realistas, James dota a sus personajes del “totem y tabú” propios de una época. Pero el autor lleva más allá el sentido cientifista del que tanta gala haría Freud, y su reflexión sobrepasa el problema psicológico individualizado. El arte mismo, objeto constante de reflexión y cita en sus obras, sirve como paradigma de todo este mundo castrado que lucha en vano por liberarse.
La Venecia de “Retrato de una Dama” es esa misma ciudad emasculada de la que hablaría Thomas Mann, muros llenos de arte que buscan encontrar un sentido nuevo a la historia (no en vano Mann elige al andrógino Tadzio como centro de su reflexión en torno al tiempo, no en vano Mann termina exiliado de forma contraria a la que haría James: en su mansión de California).
El mundo de las obras de James escapa al análisis del propio microscopio que el autor propone…, y escapa también a las formas literarias que se habían impuesto hasta el momento. Si bien parece fascinado por ese arquetipo sofisticado del europeo diletante (otras veces no tanto, simplemente un europeo de la vieja escuela), da una nueva vuelta y convierte al perverso en objeto de burla por su falta de compromiso con el ser humano (muchos de sus personajes poseen taras de tipo sexual, subrayando así este sentido “malsano”).
Ya sea en alguno de los relatos de fantasmas que escribió, siempre en la línea inglesa (“Otra Vuelta de la Tuerca”) o en sus obras más costumbristas (“Los europeos”, “Washington Square”, “Las bostonianas”), James hace gala tanto del espíritu científico que da sus primeros coletazos como de las viejas formas de la novela europea. La religión (siempre protagonista indirecta) no servirá al hombre moderno para librar esta batalla que se libra entre los ecos de dos sociedades encontradas, tan distintas que parecen, ya, querer encontrarse.
Retrato de una Dama (1880-1881).
Isabel Archer afronta su nueva vida de manera plácida, buscando explorar ese viejo mundo llamado Europa que tanto le fascina. Todo cambia cuando recibe inesperadamente una herencia, el dinero…: cambia su vida, cambia su vida cuando conoce a madamme Merle y, sobre todo, cambia su mundo cuando conoce a Osmond, el que será su marido, un diletante europeo de elevados ideales estéticos.
La transformación es siempre parcial, y todos los personajes ocultan su cara verdadera para luego ocultar su reflejo. En esa sociedad veneciana y cosmopolita, Osmond se relaja contemplando pinturas y reflejos, como en un eterno carnaval en el que, tras las mil máscaras en un disfraz, todos tienen algo que ocultar.
Es el drama de Isabel Archer, el drama de la mujer moderna (nótese que está fechado a finales del siglo XIX) y el drama de un tiempo que viene a desaparecer. Sus pretendientes van desde un rico heredero hasta un americano bastante solícito. Sin embargo, Isabel Archer se deja seducir por la “vieja escuela”, por las formas estéticas y la música que suena durante todo el libro, por los diálogos inteligentes (dijo el propio James que la mejor novela se parecería a un diálogo inteligente), por los cuadros decadentes, rococós, renacentistas, barrocos…, pero la propia Isabel Archer es así la imagen de James, de nosotros, lectores afines… Junto a ella, nos dejamos también seducir por la psicología compleja: por eso comprendemos también a Osmond y a Madamme Merle. El libro no está escrito para defender a la protagonista, ni para defender el entorno o establecer una postura moral frente a la perversidad en la que nos vemos envueltos.
“Retrato de una Dama” es la historia de las conciencas en el camino del descubrimiento del inconsciente, sus pasiones y fuerzas ocultas… Isabel Archer descubre el mundo junto a nuestros ojos, sus ojos y los ojos de ese narrador al estilo Balzac, que todo intenta verlo, que todo intenta analizarlo. Pero somos también Osmond y somos también Venecia, a punto de cambiar y morir, somos lenguajes y somos palabras que se niegan a encontrarse más allá del significado… se avecinan grandes cambios, cambiará el texto y la narración, los personajes y su mundo, pero la antigua Venecia seguirá allí, hablando de siglos y pasiones, de formas y espejos, hablando por boca de un James demoledor, frío y pasional.
Autor: MARTIN CID
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