Antonin Artaud y el Teatro de la Crueldad
RESUMEN
En sus poemas, en sus obras dramáticas, en su cine, en sus ensayos, en sus escritos, Antonin Artaud libró un combate encarnizado con el dolor y el sufrimiento. Toda su obra es una búsqueda del ser, en el espejo de la poesía o en el de la escena dramática. Convencido de que el mundo occidental estaba moralmente enfermo, Artaud quiso con su Teatro de la Crueldad galvanizar a los espectadores, aplicar una terapia de choque que fuera capaz de sacarlos del letargo en el que el teatro tradicional y de entretenimiento los mantenía. Para ello convirtió la escena en un mundo onírico de origen surrealista, pero también incorporó todas aquellas técnicas teatrales “crueles” que pudieran producir un efecto hipnótico en el público llevándolo a tomar conciencia de su propia vida. Este teatro, ritual y mítico, que pretendía regresar a los orígenes del arte dramático significó una verdadera revolución y se convirtió en referencia obligada para el mundo de los escenarios a partir de los años cincuenta del pasado siglo. Su poesía sigue siendo una de las aventuras más radicales de las letras francesas.
Hay escritores que elaboran pacientemente una obra a lo largo de toda una vida, acumulando volumen tras volumen hasta componer un edificio majestuoso e imponente. Otros, por el contrario, parecen empeñados en pulverizar su obra a medida que la van construyendo con el deseo secreto de encontrar algo esencial bajo los escombros. Antonin Artaud (1896-1948) pertenece decididamente a esta segunda categoría.
Artaud es autor de una obra poética sin parangón que sin embargo maldice y reniega de la literatura, y aunque sus escritos revolucionaran el teatro de su siglo es, con la excepción de Les Cenci (Los Cenci) un dramaturgo que prácticamente carece de una obra dramática propia. Y si en sus comienzos se le puede ver a las órdenes de directores cinematográficos tan notables como Abel Gance o Dreyer, pronto descubre en el séptimo arte la antítesis de su visión dramática. Enigmático y paradójico, Artaud es pues una esfinge que se resiste a librar su secreto, simplemente porque ni él mismo lo conoce. René Char, en el poema que le dedicó tras su muerte, preguntaba “a esa espiga de dinamita de la que ningún grano se desprende” quién era Artaud. Es, en efecto, en esa obra explosiva -literaria, pictórica, dramática, ensayística, epistolar- donde puede vislumbrarse la naturaleza volcánica de Artaud, una obra imposible de desgranar de su vida, que corre por sus venas como ríos de lava, y que es preciso abordar con cautela abandonando a veces los senderos marcados.
ISBN: 978-84-9822-851-9
Autor: Francisco González Fernández
Extensión: 26 págs.
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