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¿Por qué se puede hablar de Literaturas Extranjeras?

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¿Por qué se puede hablar de Literaturas Extranjeras?

  1. Introducción.

La hipótesis de este estudio se sustenta en varias ideas que tratarán de demostrar que cada cultura fertiliza en formas concretas de Arte que, tienen que ver, con las concepciones del mundo que surgen de los rituales, símbolos y mundos de las ideas de una determinada área geográfica que, en algunos casos, es más grande de lo que entendemos por país. Todas las formas y contenidos de esa cultura se manifiestan en la Literatura, que pensamos es un producto cultural. De igual modo, creemos que el autor/a literario/a es capaz de romper las barreras culturales para lograr acercarse a valores y personajes arquetípicos que sirven para todos los hombres y mujeres del mundo. Aquí, podríamos hablar de la obra de Dante, Shakespeare, Cervantes y otros autores que corroborarían nuestra idea, al menos, dentro del mundo occidental.

Con este primer párrafo se nos podría tratar de relativista, es decir, de poseer una actitud metodológica difuminada y convencional. Pero, por experiencia, sabemos que es cierto que los comportamientos son distintos en diferentes culturas y que, no en todas, nuestro eurocentrismo sirve como excusa para poder ejercer algún tipo de dominación. Debido a esto, se puede decir que nuestra posición es agnóstica hacia los universales que creemos también existen en cada cultura: la muerte, la comida, la reproducción, los conflictos de clase social, nos dan una idea de los límites de la diversidad humana. A este tipo de relativismo podríamos denominarlo convencional y tratarlo como una posición carente de un punto de vista filosófico concreto. Esa carencia se compensaría con la aplicación del sentido común y de una perspectiva ética.

Pero, en este punto, nos encontramos también con la posición ética que deviene de un determinado contexto cultural que la condiciona y la extraña de las demás éticas. Se habla de la tolerancia intercultural o racial como una posición ética, pero también se dice de una compartamentalización de la ética, como nos señalan los antropólogos de la década de los años 1930 en Gran Bretaña y Estados Unidos. El tema del relativismo cultural con todas sus controversias no ha terminado pues, durante la década de los años 1980 y 1990, la psicología cognitiva, por ejemplo, ha mantenido la existencia de un desarrollo universal en relación con el razonamiento moral. Parece que este entendimiento podría tener, como modelo, el del liberalismo europeo, algo que hablaría de los intereses de algún psicólogo seguidor de esta doctrina. El poder, los derechos humanos, la mutilación ritual sexual revelan la tensión entre la tolerancia cosmopolita del relativismo ético y los que tratan de encontrar y, posiblemente imponer, valores universales que, se sabe bien por qué, casi siempre, se plasman en distintas formas de dominación.

Profundizando más en el relativismo cultural, podemos señalar que los sistemas de conocimiento que poseen diferentes culturas son inconmensurables, es decir, no se pueden comparar o traducir y, de aquí que, las gentes que viven en estos contextos posean el suficiente relativismo epistemológico para decir que sus mundos son igualmente buenos a los de los demás. Pero la idea de que toda cultura sea buena no es posible. Lo que parece buscarse es una racionalidad científica que no sea tan vulnerable a las ideas del poder político o económico y, que pueda colocar al relativismo en una posición capaz de aceptar que existen valores y situaciones en el ser humano que son universales, ejemplo, la muerte. Quizás, como europeos, podríamos llegar a un etnocentrismo educado y capaz de comprender a otras culturas y otros contenidos culturales distintos a los nuestros. De todas maneras, hoy se están construyendo aproximaciones relativistas, Haraway (1991) y Latour (1993) que hablan de objetividades alternativas, relativismos relativos o estadios epistemológicos agnósticos que, de alguna forma, están cambiando el orden establecido en la aproximación antropológica a las Humanidades.

La creencia en que las manifestaciones culturales y, en el caso que nos ocupa, las literarias, provienen de la cultura determinada por un área específica del mundo, estará siempre en relación dialéctica con las otras literaturas y autores, más o menos cercanos o separados por la geografía, pero unidos por aspiraciones comunes del ser humano. En esta aproximación, en la que claramente unimos cierto althusserismo con ideas de la antropología estructural, marxista y simbólica, podemos hablar de un determinismo que aparece del roce de los condicionamientos a que es sometida la infraestructura social de cada región. Este condicionamiento se puede aliviar con el estudio del lenguaje; de los símbolos y de los rituales como fuentes de dominación e integración; de las relaciones entre clases dentro de la sociedad y, distinguiendo las sociedades centrales y las de la periferia.

Por Literaturas Extranjeras vamos a entender aquellas que no están escritas en español y en las demás lenguas del Estado Español, refiriéndonos en el contexto de liceus. com , en principio, a las que provienen del uso del idioma inglés (británico, norteamericano y colonial) y francés, para ir, de manera paulatina, introduciéndonos en las que provienen del alemán, ruso, italiano, portugués, checo, etc., esto es, de las que provienen de los demás idiomas europeos.

En Europa, podríamos hablar de tres sociedades centrales: Francia, Alemania y Gran Bretaña y de las demás como periféricas. Las teorías francófonas, sobre la sociedad y sus productos culturales, dominaron en la Europa desde los años 1950 al final de la década de los años 1970. De todas formas, surgieron voces discrepantes como la de Antonio Gramsci, la Escuela de Francfort, con Adorno y Walter Benjamín y los historiadores británicos Raymond Williams y E. P. Thompson que buscaron la explicación cultural a través de las relaciones entre la sociología, la etnografía y los estudios culturales. Pierre Bourdieu (1977) nos habla de las influencias, ya mezcladas, de Marx, Weber, Lévi-Strauss y Wittgenstein en la creación de una aproximación teórica a la vida social y cultural basada, casi toda, en la reproducción de las estructuras de dominación que, la verdad, tanto tienen que ver con la Literatura.

Podemos entender a la cultura imbricada en cada sociedad y en una sociedad global. También somos capaces de darnos cuenta de la cultura como una entidad autónoma, como un sistema de significados que nos llevan a la interpretación del mundo simbólico y ritualístico, en nuestro caso, del texto literario (C. Escobedo y J. L. Caramés, 1994.) Aquí podríamos hablar más concretamente de estudiosos de la cultura como Clifford Geertz, Victor Turner o David Scheneider. Para estos antropólogos la cultura es análoga al lenguaje. Lo que estudian son los rituales, símbolos y mundo de las ideas de distintas áreas geográficas (clase, raza, etnicidad), diferentes culturas, para proyectar una nueva ciencia de la cognición que, necesariamente, acabará siendo interdisciplinar.

Las formas de expresión del lenguaje, los rituales verbales y no verbales y, los símbolos literarios, no pueden separarse de las visiones del mundo que rondan en cada momento histórico cultural en cada área geográfica. A veces, se hace difícil pensar que, pese a lo cercano que se encuentra cada país europeo, por ejemplo, la diferente aproximación filosófica al mundo sea capaz de producir literaturas tan extrañas las unas a las otras. Y, esta idea, no es de estupor, sino que proviene de la creencia de que el ser humano creativo reconoce su propia cultura y es capaz de exponerla para regocijo de los extraños que, a lo mejor, comprenderán el distanciamiento cultural que existe pero, a la vez, la capacidad imaginativa necesaria para aproximarse a su entendimiento. ¿Cuantos seguidores del flamenco o de la poesía de García Lorca existen en el mundo? ¿Cuántas personas han llorado al ver una versión de una novela de Dickens en el cine? ¿Cuántas personas han sentido los celos de Otelo?

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