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La Catedral Vieja de Salamanca

Salamanca catedral vieja

La Catedral Vieja de Salamanca.

“…las bóvedas no estaban cubiertas por enmaderamiento alguno sino por piedra en forma de chapados [que a la larga se perdieron y fueron sustituidos por teja] y por lo alto con parapetos de los que todavía quedan varias almenas…” (ext. de Manuel Villar y Macías, Historia de Salamanca. Libro II. Desde la repoblación a la fundación de la Universidad, Salamanca, 1887. p. 66).

 

Salamanca-Catedral viejaLa seo vieja de Salamanca se alza sobre la Peña Celestina, al mediodía del viejo recinto fortificado medieval, dominando la margen derecha del Tormes y frente al barrio de la Puerta del Río que daba acceso hasta la Vía de la Plata (la llamada calzada de la Guinea en los documentos medievales), una zona de propiedad episcopal habitada por francos desde antiguo, matriz y solar donde la catedral alcanzó status de avanzadilla demográfica y económica hacia tierras meridionales y occidentales, coincidiendo con la repoblación de la transierra leonesa.

La ciudad del Tormes contaba a inicios del siglo XII con un tosco alcázar defensivo y la plazuela del Azogue Viejo, centro neurálgico del burgo, así como una decena de parroquias en las que fueron integrándose los diferentes grupos de pobladores procedentes de allende el Pirineo y también desde tierras de Castilla, Toro y Bragança. Los mozárabes terminaron asentándose extramuros, junto al río, y los judíos a la sombra del alcázar.

La catedral debió ser restaurada a partir de un templo visigótico o altomedieval, tal vez, en época de Ramiro II durante la primitiva población. Sin demasiados avales, la tradición quiere ver en Jerónimo Visque, monje cluniacense, prelado de Valencia y colega del Cid, el primer obispo de la recién repoblada sede charra (1102).

La obra disfrutó de amplias prerrogativas edilicias desde mediados del siglo XII, coincidiendo con una etapa de cierta prosperidad por parte del cabildo. Las primeras obras parecen datar del episcopado salmantino de Berengario (1135-51), canciller que fue de Alfonso VII. El mismo Alfonso VII ofreció a la seo charra una substanciosa donación, librando de pecho y servicio a 31 operarios que en 1152 trabajaban en el germinal edificio catedralicio. La graciosa liberalidad fue ratificada por Fernando II en 1183 y Alfonso X en 1199. Los diplomatarios documentan pacientemente otras donaciones recibidas por numerosos particulares laicos y eclesiásticos a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XII, incluyendo ornamentos litúrgicos y materiales suntuarios.

La catedral vieja, advocada a Santa María de la Sede, es un gran edificio basilical con planta de cruz latina y tres naves, crucero marcado sobre las colaterales y cabecera formada por tres ábsides semicirculares precedidos por tramos rectos, perfectamente visibles desde el recoleto y recomendable Patio Chico entre las edificaciones canonicales y el contundente testero de la catedral nueva. A fin de cuentas la más antigua catedral salmantina hereda la vieja tradición basilical ensayada en San Isidoro de León y San Vicente de Avila.

Las obras comenzaron por el ábside mayor, cuyo espacio se cubrió con una bóveda de horno, alcanzando los muros altos del crucero en data próxima al 1175, además de los tramos rectos de los ábsides. Hacia los tramos occidentales del crucero se introdujeron columnillas acodilladas que no llegaron a cuajar en forma del consabido cubrimiento gótico, conformándose con reformular consolas historiadas. El final de los trabajos del edificio eclesial debería situarse hacia la década de 1230-40.

Pero la imagen emblemática de la catedral vieja se corresponde con la Torre del Gallo, cimborrio gallonado que se eleva sobre el tramo central del crucero, como perfil indisoluble del cielo salmantino. Dispuesto sobre las pechinas del tramo central del crucero, alza su tambor perforado mediante doble orden de vanos rasgados pometeados y se cubre con casquete nervado y gallonado, recordándonos otros señeros cimborrios durienses en la colegiata de Toro y catedrales de Zamora y Plasencia.

Una de las peculiaridades más llamativas de la catedral vieja es su evidente carácter defensivo (algunas fuentes califican la catedral salmantina de fortis), como la Sé Velha de Coimbra, donde lo militar alcanzaba las propias cubiertas abovedadas, por encima de las que se disponían chapados pétreos, pasillos de guardia, parapetos y almenas.

La verdad es que la catedral vieja se salvó por los pelos de fenecer tras la ejecución de la nueva catedral, permaneciendo como “sagrario y parroquia” de la nueva fábrica cincuecentista. Sabemos que un tal Iohannes Franco aparece citado como maestro de la obra en 1225 y 1228, y que hacia el último tercio del siglo XIII el templo aún no estaba concluido, pues una bula del papa Nicolás IV –existe constancia epigráfica en un pilar de la cabecera- condedía indulgencias a cuantos colaboraran económicamente con la empresa (1289). Están documentados los nombres de otros alarifes y canteros activos en la seo vieja salmantina: Petrus Petriz (1150-82), Pedro de la Obra ò Pedro de Aix (+1213), Sancius Petri (inicios del siglo XIII). magister Hohanes el petrero (1203) y los carpinteros Johanes de Ispania (1214) y Mateus (1224).

Torre del gallo-cimborrio-de-la-catedral vieja de salamancaA lo largo del siglo XIV el cabildo se enfrentó ante ímprobas dificultades para rematar la fábrica, llegando incluso a verse necesitado de arrendar todas las propiedades episcopales (1313). En 1363 el obispo Alfonso Barasaque fundaba una cofradía e indicaba la imperiosa necesidad de atraer limosnas para hacer frente a la finalización de los trabajos, seguramente en el sector de la torre mayor, capilla claustral de Santa Catalina y Torre del Gallo.

El estudio de la decoración escultórica en la catedral vieja permite hablar de la participación de varios talleres en cabecera (y claustro) relacionados con los escultores herederos de San Vicente de Avila y Aguilar de Campoo (hacia 1160-70), detectándose otros puntos de concierto respecto a trabajos en el huérfano claustrillo salmantino de Santa María de Vega, la portada del Obispo de la seo zamorana y los capiteles orientales del crucero de la colegiata de Toro. A medida que avanzaban los trabajos (hacia 1185-90) fueron incorporándose artífices conocedores de otras formas de hacer del Sudoeste galo (Loches, Aulnay, Saintes, Angers, Chinon, Echillais y otros templos del Berry, Angumois y Poitou) cuya actividad es evidente en las estatuas-nervatura de las pechinas del tramo central del crucero. El uso de bóvedas cupuliformes en los tramos occidentales nos habla además de un mundo arquitectónico cercano al imperio Plantagenêt, muy distante del inmediato entorno geográfico salmantino. Los escultores de la Torre del Gallo (post. 1200) y los activos en la Capilla de Talavera (rematada ya hacia 1243) ensayarán un lenguaje muy diferente, de tesitura preponderantemente vegetal.

Siguiendo pautas abulenses, fue construido un pórtico a los pies, entre la torre Mocha (residencia del alcaide, fortín de rebeldes y revoltosos de toda índole, muy remozada durante la intervención de Jerónimo García de Quiñones) y la de las Campanas. Este ámbito fue exteriormente reformado hacia la década de 1670 por Juan de Setién Güemes.

Bajo la torre de campanas, queda la capilla de San Martín ò del Aceite, fundación del obispo Pedro Pérez (+1262), donde se halla el sepulcro de don Rodrigo Díez y un magnifico muestrario de pinturas góticas murales firmado por Antón Sánchez de Segovia y datado en 1262 que sigue la estructura de un retablo de mazonería.

Del claustro tardorrománico, antaño usado como vergel de olivos y camposanto, sabemos que empezó a construirse hacia la década de 1170. Fue remodelado tras el terremoto lisboeta de 1755, cuando fue enmascarado por sobrios aditamentros neoclásicos (hay trazas de Jerónimo García de Quiñones y Ramón Calvo). Lo que no fue destruido durante la poco escrupulosa reforma del siglo XVIII reapareció finalmente a la luz durante los trabajos de restauración emprendidos por el obispo Cámara y dirigidos por Repullés y Vargas en 1902. Se accede al mismo desde el brazo meridional del crucero, donde se alza una portada de soberbia calidad –provista de fustes estriados zizagueantes, capiteles zoomórficos y enjutas figurativas caladas- que podría ponerse en relación con la mejor escultura románica obrada en tierras peninsulares hacia el último cuarto de siglo XII. Las pandas claustrales oriental y meridional conservan aún numerosos restos escultóricos de cronología tardorrománica correspondientes con los cenotafios rasurados durante la reforma neoclásica. Coincidiendo con el pontificado de Sancho de Castilla (+1446) el claustro fue cubierto con una techumbre mudéjar de la que aún se conservan fragmentos descontextualizados aislados.

Capilla de talavera, claustro de la catedral vieja de salamancaAl claustro se abren las capillas de Talavera (antigua capilla de San Salvador, fue utilizada como sala capitular, allí sobrevivió la liturgia mozárabe tras pasar a manos del fundador de la Casas de las Conchas, don Rodrigo Arias Maldonado –el doctor Talavera, que da nombre a la capilla- en 1510, convirtiéndola en funeraria), que se cubre con una singular cúpula esquifada octogonal reforzada con ocho arcos paralelos al estilo califal, Santa Bárbara (recinto semidocente que sirvió como ámbito habilitado para la realización de exámenes universitarios y capilla funeraria del obispo Juan Lucero (+1362)) y salas y antesalas capitulares convertidas desde 1953 en Museo Catedralicio, donde vislumbramos restos de artesonados renacientes de innegable progenie mudéjar. Quienes salían mal parados en las durísimas lides académicas salían del claustro por la puerta de los carros, hacia occidente, donde podían refugiarse del regocijo de los victoriosos y sus cohortes.

A la crujía meridional se abren las capillas de Santa Catalina (aunque fundada por el obispo Vidal en 1196, fue reedificada a fines del siglo XV, haciendo las veces de espacio de reunión capitular, librería y capilla musical barroca bien surtida de niños de coro) y San Bartolomé ò de Anaya (fundada por el egregio arzobispo de Sevilla don Diego de Anaya en 1422, conserva un famoso órgano realejo con pinturas de Pedro Bello y el yacente alabastrino del fundador, pieza ornada con modesta rejería calada, de una calidad poco habitual).

Entre otras piezas catedralicias de empaque deberíamos citar los sepulcros claustrales (de Pedro Xerique (+1529), atribuido a Juan de Alava, Diego Rodríguez de San Isidro (+1504) y Gutierre de Castro, obrado por Juan de Juni), el suntuoso retablo mayor de Dello Delli, amén de las numerosas tablas de Fernando Gallego, Juan de Flandes o Diego Gutiérrez repartidas entre las salas del museo u otras piezas escultóricas devocionales como la Virgen de la Vega (ca. 1230) o el Cristo de las Batallas (custodiado hoy en la Catedral Nueva).

(c) Autor: José Luis Hernando Garrido

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