Trayectoria interna de los estados europeos en la segunda mitad del siglo XVII
RESUMEN
La Europa de la segunda mitad del siglo XVII (la era post-Westfalia) se caracteriza en el plano político interno por la dura pugna planteada entre tres tendencias: el absolutismo monárquico (centralista y autocrático, militarista y burocrático), las resistencias más o menos enconadas de los estamentos privilegiados (nobleza, clero) y las tendencias republicanas, federalistas, liberalizadoras y parlamentaristas. En el primer bloque puede situarse la Francia del Rey Sol Luis XIV, modelo acabado y depurado de absolutismo de cuño divino, que marcará la pauta en el resto de Europa y para todo el periodo del Antiguo Régimen. Con carácter socialmente más retardatario y un papel protagonista de la nobleza, tenemos también los absolutismos escandinavos (Dinamarca, Suecia) y orientales (Rusia), mientras presentan perfiles más moderados los de Saboya, Portugal y España. En contraposición a la marea absolutista tenemos los casos de Inglaterra (que camina hacia la constitución del Reino Unido de la Gran Bretaña), en donde el parlamentarismo protestante se impone al absolutismo catolizante, con proceso revolucionario incluido; y las Provincias Unidas, en donde el republicanismo muestra una enorme vitalidad, representando la esencia y la prosperidad holandesa.
A la muerte del cardenal Mazarino (1661) Luis XIV decidió fortalecer la autoridad monárquica hasta sus últimas consecuencias y no volver a nombrar primer ministro. En lo sucesivo reforzará su gobierno personal, lo cual, por otra parte, cuadraba bien con su propio carácter, su sentido del deber y el apego a su propia grandeza como rey de Francia. Influyeron en él la educación de su madre Ana de Austria (religiosidad, gusto por la rígida etiqueta al estilo español y sentido de la dignidad real), el influjo del cardenal Mazarino (lecciones de política práctica, profundo conocimiento diplomático y militar de Europa), y los apuros que la Corona atravesó en los tumultuosos sucesos de la Fronda (mantenimiento a ultranza del orden y la paz interior, obsesión por la seguridad). De hecho, llegaría a ser uno de los paradigmas más acabados de la profesión de rey: trabajador inagotable, gran sentido común, dominio de sí mismo inherente a su acendrado sentido de majestad real; en contraste, una enorme jactancia y un desmedido orgullo (su símbolo, el sol; su lema “Nec pluribus impar”) que llevarían al desarrollo del culto a su persona en el marco de la corte versallesca. Aunque la familia real ocupaba el primer rango protocolario después del rey, los príncipes de sangre, antaño tan influyentes, fueron apartados del poder. El rey, en definitiva, se constituía como el genuino representante de Dios en la tierra y, por ende, en la encarnación misma del Estado, con la asunción de todos los poderes.
ISBN: 978-84-96479-44-9
Autor: Francisco José Aranda Pérez
Extensión: 37 Págs.
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