Iconografía de Zeus-Júpiter. El gran dios del Olimpo.
RESUMEN
Zeus fue la suprema divinidad de los griegos. Desde el Olimpo mantiene el orden y la justicia en el mundo y dirige el destino de los humanos. La iconografía refleja su personalidad y la visión que sus fieles tenían de él, representándole bajo los aspectos más significativos por los que se le veneraba.
Zeus fue un dios de origen indoeuropeo. Su nombre deriva de la raíz dieu que significa día, cielo. De aquí su vinculación con los fenómenos celestes y atmosféricos. Los más antiguos testimonios de su veneración entre los hombres se encuentran en las tablillas escritas en Lineal B procedentes de Cnoso y Pilo (Ca. 1500 a.C.). Su trascripción hace referencia a ofrendas votivas.
Ya en los poemas homéricos, Zeus se revela como padre y soberano de hombres y dioses, que reina en las luminosas alturas del Olimpo (Il. I, 544; XI, 182; XX, 56). Hesíodo le menciona como rey (Teog. 71, 866-923). Como señor del mundo, gobernaba el destino de los hombres a los que imponía su voluntad y su justicia. Por eso se le atribuyó el don de la profecía. Su oráculo más importante estaba en Dodona (Epiro). También castigaba a cuantos desobedecían sus leyes en la tierra, ejerciendo además su autoridad en la sociedad de los dioses. Era dispensador de bienes y males, los cuales sacaba alternativamente de dos jarras situadas a la puerta de su palacio celeste (Hom. Il. XXIV, 526 ss).
Según los relatos mitológicos, Zeus era hijo del titán Crono y de la titánide Rea. Un oráculo había advertido a su progenitor de que uno de sus hijos le destronaría. Para evitar tal amenaza, Crono devoraba a sus vástagos nada más nacer. Zeus consiguió salvar la vida al ser sustituido por una piedra envuelta en pañales. Fue criado en el monte Ida (Creta) al cuidado de ninfas y curetes, genios que hacían sonar sus armas cuando la criatura lloraba (Apd. Bibl . I, 1, 7; II, 1,3; III, 3,1; Diod. Bibl. V, 70, 2 ss; Hig. Fab. 139). Zeus fue alimentado con miel de abejas de la montaña y leche de la cabra Amaltea. Al morir este animal, su piel le sirvió como coraza divina: la égida.
ISBN: 978-84-9822-882-3
Autora: Cristina Delgado Linacero
Extensión: 27 Págs.
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