El Día de Todos los Santos, análisis antropológico, por (c) Raquel del Coso.
En España, una gran parte de nuestras tradiciones son al mismo tiempo tradiciones religiosas y nuestros días festivos en su mayoría son al mismo tiempo celebraciones festivas religiosas. El porqué de todo esto reside en que el catolicismo se ha hecho cultura en nuestra sociedad y como forma parte de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, todos los ciudadanos se preparan para celebrar estas celebraciones religiosas populares.
Debido al talante cultural, los comportamientos religiosos populares se transmiten de una generación a otra, por ello los que han nacido en la sociedad que los celebra, sienten y viven estas tradiciones como algo propio, algo que les pertenece, sean creyentes o no.
El antropólogo S. Rodríguez Becerra dice “ los rituales religiosos, como todos los rituales, son polisémicos, y no sólo comunican mensajes relacionados con lo sobrenatural, sino también con lo económico, lo social, lo lúdico, lo étnico, la identidad cultural y todo el sistema cultural”.
Las ciencias sociales, entre ellas la antropología no pueden partir del dato de la fe revelada como la teología, aunque con esto no quiere decir que lo nieguen. Los comportamientos religiosos populares, por tratarse de hechos sociales, desempeñan toda una serie de funciones que difieren de las puramente religiosas. Desde el punto de referencia de una sociedad rural o tradicional su función principal es la de ser un elemento de cohesión social del grupo. El grupo se reencuentra a sí mismo en estas celebraciones cíclicas. Otra función seria la que va unida a la dimensión festiva de todas las celebraciones religiosas populares, si no hubiese celebración religiosa tampoco existiría en bastantes casos la fiesta profana. La fiesta es la descomposición de la racionalidad establecida. El exceso de comer, beber, bailar rompe con las pautas cotidianas de comportamiento. Otra dimensión sería su enorme carga simbólica. Las celebraciones religiosas populares impregnan todo un universo simbólico de la comunidad. Esto provoca un hondo sentimiento de integración, auto identificación y sentido. La fiesta es un importante agente de socialización.
En las sociedades urbanas la religión no es un elemento de cohesión social, porque son sociedades que han alcanzado un alto grado de experimentación y la religión deja de ser el único recurso teórico explicativo de la realidad. Tampoco la dimensión festiva goza de las funciones que posee en las sociedades rurales. Son fiestas programadas y controladas y tienen una nueva función que es la de liberar de la rutina del trabajo.
Las fiestas actualmente son para el enriquecimiento de los comerciantes que se convierten en unos de sus más entusiastas patrocinadores. Hoy en día, para la hostelería y el comercio las celebraciones festivas religiosas son una importante fuente de ingresos.
Lo que llamamos sociedad de consumo esta en estrecha relación con todo este montaje económico existente alrededor de los días religiosos festivos.
2.-EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS
¿Qué significa este día para una sociedad como la nuestra? ¿Qué simbología se pone de manifiesto? ¿Qué hace que fijemos este día como un día importante en el calendario festivo? ¿Qué hace que se mantenga esta tradición de culto y se prorrogue a generaciones venideras? ¿o no? ¿Cómo se manifiestan lo lúdico y festivo con lo religioso y sacro? ¿Qué hacemos para con los muertos ese día? ¿Porqué existe la confusión generalizada entre el Día de Todos los Santos con el Día de Difuntos?
Todas estas preguntas hasta hace unos días ni siquiera tenían cabida en mi cabeza, asociaba esta festividad como un día más de liberación de la rutina que la vida social me impone. Por desgracia, sí tengo parientes cercanos que murieron pero, a pesar de ello, nunca consideré imprescindible ponerle flores un día tan señalado puesto que estos habitan en mi memoria y corazón y los corono todos los días de flores al recordarlos.
En mi familia como presupongo que será en la mayoría de las familias españolas, este día es un día de recuerdo para con nuestros seres queridos que ya no se encuentran aquí, en la vida terrenal. La cultura religiosa popular impone que visitemos sus tumbas y les llevemos flores. Desde mi infancia hasta mi adolescencia siempre acompañé a mi madre al cementerio (casi siempre ha sido un rol de mujeres).Y los vanos recuerdos que poseo son los de una niña que correteaba entre las tumbas, observaba y leía con bastante curiosidad las inscripciones de las sepulturas, sobretodo hacia cálculos para saber cuantos años había vivido la persona que estaba sepultada, mientras mi madre terminaba de “acicalar” la de los suyos, después, regresábamos a casa y comíamos toda la familia unida, algo bastante inusual.
Pero los años han pasado y mi madre sigue cada año por estas fechas comprando flores y visitando la tumba de sus parientes, pero no ya en mi compañía ni en la de mis hermanos, que hemos dejado de ser partícipes o participantes, porque cada uno de nosotros ahora decidimos y vivimos este día en consonancia a un criterio más laico.
¿Las tradiciones populares con tintes religiosos están predestinadas a una muerte segura? Yo creo que en parte sí, porque los referentes culturales de nuestros antecesores distan de los de muchos jóvenes de hoy, puesto que el pasotismo general y el desinterés por conocerlas y no ser participantes de las mismas es cada vez mayor. El mundo occidental, hoy en día, plantea una negación en la existencia de una vida futura después de la terrena. Por otro lado creo que existe un acercamiento místico a través de la dimensión festiva. Pero ¿Habrá mañana cementerios con flores el día de Todos los Santos?, es más, ¿Yo prorrogaré las tradiciones de mis progenitores?. No puedo augurar lo que sucederá mañana.
Los duelos empiezan a secarse como las lágrimas en los pañuelos. La publicación de esquelas, la adquisición de centros y coronas o simplemente, la seña por excelencia del duelo, como es el luto, disminuyen incluso en zonas tradicionalmente adictas.
El cementerio, en estos dos primeros días del mes de noviembre, es la inmensa plaza pública donde asoman las más inusitadas manifestaciones y los más extraños encuentros entre vivos y difuntos. El bullicio de las grandes ciudades contrasta con los cementerios rurales que se convierten en lugar de múltiples reencuentros. En este día se expresa la máxima del sentir popular “más vale llevarse bien con los muertos”.
El cementerio, representa el lugar cerrado, lúgubre, donde moran los difuntos. Esta separado del mundo de los vivos por una elevada tapia que disimula o esconde a la vista, la fría arquitectura funeraria y es reconocida por los espigados cipreses que lo circundan.
La piedra de las tumbas invita a su perennidad, las señas labradas, y la imagen o fotografía del difunto manifiestan una simbología determinada, la perpetuación, en este otro mundo, de su memoria.
El enterramiento de nuestros seres queridos sugiere una idea de sacralidad conectada a cierta reflexión más allá de la vida cotidiana. En contrapunto Freud, opinaba que la creencia en la continuidad de la existencia del difunto revela una incapacidad para aceptar la prueba de la realidad.
El cementerio está repleto de simbologías, es evocador de una civilización eminentemente urbana, se distingue una claridad de alineaciones de nichos y tumbas.
Uno de los cementerios madrileños más concurrido en éstas fechas es la Almudena. Para un muerto, estar enterrado en el más representativo de nuestros camposantos es señal de distinción y rancio abolengo, aunque sea en uno de los infinitos nichos y no digamos si lo hace en una de las tumbas de la parte noble.
El Cementerio Civil surgió como consecuencia de la necesidad de dar sepultura a suicidas, amancebados, niños sin bautizar, y herejes que la iglesia católica no quería.
En Griñón, un municipio madrileño, existe un cementerio musulmán. Éste fue un regalo de Franco al Reino de Marruecos a principios de los años 40. Hay enterradas alrededor de 800 personas siguiendo el rito musulmán, esto es, en contacto directo con la tierra y mirando hacia la meca. Para la religión musulmana esta jornada festiva de adoración y devoción a los muertos católica no es para nada compartida.
Me parece significativo reseñar, que en este día también tiene cabida oraciones y recuerdos para las mascotas o animales de compañía. Sus dueños, en muchos casos les dieron el mismo tratamiento que a sus difuntos, por ello, existe un cementerio en Arganda donde están enterrados más de 2000 animales de compañía. La tumba en la mayoría de los casos está decorada por los propios dueños y alrededor de ella colocan los objetos más apreciados por los animales en vida.
Y como no citar, en la era de Internet los [1]camposantos virtuales que han revolucionado la forma de mantener vivo el recuerdo de la persona fallecida. En ellos se puede elegir las flores, el tipo de tumba e introducir imágenes del fallecido biografías, cartas (…).
A parte, de visitar los cementerios, también a modo de ofrenda se llevan flores a los difuntos. Las coronas, los ramos, los centros, son los elementos estéticos que poetizan la arquitectura fría de una tumba. Las flores más características son el clavel y el crisantemo, por estas fechas se llega por lo menos a triplicar su precio. Antiguamente, las flores cumplían la función de enmascarar el olor a descomposición del muerto.
Otro elemento simbólico que se hace manifiesto este día son las velas. Las velas encendidas, según la tradición cuenta, iluminaban el camino que tenían que seguir las almas de los difuntos para llegar a este otro mundo.
Esta celebración da para mucho por ello, hay un gran abanico de posibilidades para festejarla. Se puede ir al cementerio a depositar flores a los seres queridos, como ya hemos visto o bien optar por la parte más lúdica y divertida de disfrazarse de personajes de terror e incluso también hay quienes se solazan con la práctica de siniestros rituales.
Halloween, es una festividad que está haciendo furor, desde hace años, no en nuestro pueblo, que aún la ignora, sino en nuestras discotecas. Entre la búsqueda de negocio y el pretexto para disfrazarse, Halloween, abandona toda relación con lo sagrado para convertirse en una mascarada con toda la parafernalia del terror.
Sus orígenes bien pudieran estar en la fiesta de Sammein, que se celebraba la noche del 31 de octubre, en Irlanda, hace aproximadamente 2000 años. Esta fecha marcaba el fin del verano y de las cosechas. La luz y el calor dejaban ya paso al frío y a la oscuridad del invierno. Los druidas, sacerdotes de las tribus celtas, organizaban grandes fogatas y realizaban sacrificios de animales para apaciguar a los difuntos y con el propósito de rechazarlos. Los muertos el último año volvían para hablar con los vivos, poseer sus cuerpos y transitar a la otra vida. Aquellas hogueras no sólo servían para iluminar este acto sino también como camino para los del más allá pudieran saber donde se celebraba la fiesta. Hacia el año 800, el cristianismo llegó a estas tierras celtas y el Papa Bonifacio IV cambió la fiesta del Sammein por el Día de Todos los Santos. Sin embargo, la conversión no fue total y la tradición de los muertos se mantuvo, algunos historiadores mantienen que fueron los primeros irlandeses que llegaron al nuevo mundo allá por el 1846 los que llevaron consigo la fiesta de Halloween. Fue una celebración rápidamente aceptada por los norteamericanos, el cine se encargó de hacerla universal a su modo.
España y la cultura hispánica también han sido portadoras de tradiciones. Un ejemplo importante es la trascendencia que estos primeros días festivos de noviembre tienen dentro de la cultura mexicana.
Para acabar me gustaría hacerlo, dejando un buen sabor de boca, por ello, que he dejado para el final la referencia a los dulces más típicos y tradicionales con motivo de esta festividad. Podemos encontrar en cualquier pastelería que se precie los buñuelos de viento (cuenta la tradición que cuando te comes un buñuelo sacas un alma del purgatorio) y los huesos de santo que son dulces de azúcar y huevo que fingen el canibalismo sacro, si uno se come a los muertos simbólicamente es porque los quiere y no les tiene miedo.
En Galicia, se hacen unas empanadas que se comen en los cementerios y en toda Cataluña se hace un dulce conocido con el nombre de panayet de almendra y azúcar.