Pitágoras.
AUTOR: Francesc Casadesús Bordoy
Un somero repaso de la historia de las principales corrientes de pensamiento y de los movimientos doctrinales y religiosos de la Antigüedad demuestra que éstos no se pueden separar del empuje personal, ni del fuerte carácter, exigente y genial, de los individuos que los iniciaron. Si bien no es el momento de establecer un repaso exhaustivo, conviene recordar algunos nombres especialmente significativos en el aspecto filosófico: con Tales de Mileto comenzó la filosofía en Occidente; Sócrates impulsó un giro ético y epistemológico que reorientó los intereses del pensamiento filosófico; Platón y Aristóteles diseñaron las líneas básicas sobre las que se han estructurado las principales corrientes filosóficas hasta nuestros días. En el aspecto religioso, de los muchos que se podrían citar, destacan los nombres de Buda y Jesucristo, iniciadores de movimientos doctrinales que, en nuestra época, continúan presentes y condicionan, incluso, el comportamiento y el pensamiento de millones de hombres y mujeres.
Es en este contexto de personalidades extraordinarias, guías de movimientos filosóficos, espirituales y religiosos, es donde hay que situar también a Pitágoras, uno de los personajes más enigmáticos y carismáticos de la historia de la humanidad.
Un personaje del cual nos han llegado noticias tan asombrosas y sorprendentes que se ha puesto en duda su existencia real. No es ahora el momento de entrar en la discusión sobre la validez y verosimilitud de las fuentes antiguas que mencionan a Pitágoras. Tan sólo cabe resaltar un hecho que resulta, al menos, contradictorio con la desconfianza que estas fuentes antiguas transmiten: se han conservado enteras tres Vidas Pitagóricas, escritas, respectivamente, por Diógenes Laercio, Porfirio y Jámblico. Y tenemos noticias de la existencia de muchas otras biografías desaparecidas dedicadas a glosar el pensamiento y la figura de Pitágoras. Entre ellas las de dos pensadores insignes, Demócrito y Aristóteles. De las tres biografías conservadas y otras informaciones dispersas se observa una mezcla de elementos doctrinales, filosóficos y taumatúrgicos que dificulta el intento de separar cualquiera de estos elementos de su personalidad. El carácter de Pitágoras debió de ser el compendio de todas estas facetas, sin que ninguna de ellas pueda aislarse de las otras.
Sin duda, nos encontramos ante una de las figuras de la Antigüedad que, desde su origen, más interés mereció y literatura generó. Por esto, hay que insistir de nuevo en la paradoja que ya ha sido mencionada: el personaje de la Antigüedad del que poseemos más biografías presenta lagunas tan notables o noticias tan extraordinarias y dudosas que todo se presenta incierto a la hora de establecer una descripción fiable de su vida. La causa de esto, en muy buena parte, es que las fuentes tendieron a magnificar de tal manera a Pitágoras que éste acabó adquiriendo rasgos sobrenaturales, casi divinos, que generan la desconfianza de los lectores actuales.
A pesar de todo, se pueden esbozar a grandes pinceladas algunos de los rasgos más significativos del personaje con el objetivo de facilitar la comprensión del autor del famoso teorema, el teorema de Pitágoras (en un triángulo rectángulo el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos), y el fundador de la primera secta filosófica. Muchas otras informaciones sobre el Pitágoras filósofo y matemático no pueden ser tratados aquí por falta de tiempo.
Pitágoras nació en Samos y fue hijo de Mnesarco, un tallador y grabador de monedas y piedras preciosas. Su vocación viajera, como la de otros filósofos presocráticos, es proverbial: viajó, entre otros lugares, a Egipto, Arabia, Babilonia y visitó a los Magos de Caldea con el afán de aprender e informarse directamente sobre todo tipo de conocimientos matemáticos, astronómicos, religiosos, rituales, etc. Pitágoras personifica perfectamente la figura del sabio griego que, como Tales, Solón o Demócrito, viajó a otros países para contemplar, aprender y acumular una gran cantidad de saberes. Por este motivo no debería resultar extraño que las fuentes antiguas describan a Pitágoras como el creador del concepto que define la actividad más emblemática de la historia del pensamiento y la cultura occidental, la palabra “filosofía”.
Diversos testimonios coinciden, en efecto, en adjudicar la invención de este concepto a Pitágoras con una anécdota muy conocida y, en cualquier caso, muy ilustrativa de su personalidad. Cuenta la historia que Pitágoras mantuvo una conversación con Leonte, tirano de Fliunte. Este gobernante, admirando el talento y la elocuencia de Pitágoras, le preguntó cuál era su oficio y a qué se dedicaba. Pitágoras le respodió que no era maestro de arte o profesión alguna, sino que era un “filósofo”, y que, en consecuencia, su dedicación era la “filosofía”. Leonte quedó perplejo al oír una palabra cuyo significado desconocía y, Pitágoras, para explicarla, recurrió a una metáfora que ha sido muy celebrada: la vida, afirmó, es como una reunión de personas que asisten a los Juegos Olímpicos. A ellos la gente acude por tres causas distintas: unos, los atletas, para competir por la gloria de un premio; otros, los comerciantes, para comprar y vender; finalmente existe una tercera categoría que va a contemplar los juegos: los espectadores. De la misma manera, explicó Pitágoras, unos viven para servir a la fama y otros al dinero. Pero la mejor elección es la de aquellos que, como los espectadores, dedican su tiempo a la contemplación de la naturaleza, como amantes de la sabiduría, es decir, como filósofos.[1]
Pitágoras hizo una apología de la actitud más desinteresada: la del espectador que contempla discretamente todo lo que sucede a su alrededor, al mismo tiempo que proclamó la gratuidad de la actividad filosófica, que no busca ganancias ni fama, sino el simple goce que comporta la actividad contemplativa.
Sin embargo, y a pesar de que pueda parecer una paradoja, es muy probable que Pitágoras hubiese modelado, con esta actitud, un modus operandi filosófico que, en contradicción con sus principios de gratuidad, le acabó resultando muy rentable y productivo desde el punto de vista político, social y económico. Las fuentes corroboran, en efecto, que Pitágoras se instruyó con mucho celo y aplicación en sus viajes llegando a poseer un enorme bagaje de erudición, inusitado para los griegos de su época. Los conocimientos acumulados en los viajes convirtieron a Pitágoras en un sabio de fama excepcional que, como se verá a continuación, le ayudaron decisivamente a organizar su escuela en el sur de Italia. Parece seguro que Pitágoras importó de sus viajes todo tipo de conocimientos, entre los que sobresalían los relacionados con rituales: “(sc. Pitágoras) fue a Egipto, y habiéndose hecho su discípulo, fue el primero que introdujo en Grecia una filosofía diferente y mostró un celo más conspicuo que los otros hombres por los sacrificios y rituales de los templos, porque consideró que, aunque esto no comportase una recompensa del cielo, entre los hombres, al menos, le haría merecedor de la mayor reputación. Y así fue. Su fama sobresalió sobre la de los otros hasta el punto de que casi todos los jóvenes deseaban ser sus discípulos y los viejos querían ver a sus hijos gozando de su compañia más que ocupándose de los asuntos domésticos”.[2]
Como fácilmente se puede interpretar del anterior pasaje, el prestigio entre los más jóvenes y los más ancianos le abrió las puertas a la fundación de la primera secta filosófica en el sur de Italia, en la ciudad de Crotona.
A pesar de este éxito, Pitágoras fue objeto de una severa crítica por parte de otro filósofo, Heráclito. Éste, en efecto, denunció a Pitágoras como si se tratase de un erudito y un impostor incapaz de asimilar el conocimiento que tan ávidamente acumulaba: “La mucha erudición no enseña la inteligencia. Si fuese así se la hubiese enseñado a Hesíodo, Pitágoras, Jenófanes y Hecateo”;[3] “Pitágoras, hijo de Mnesarco, practicó la investigación más que los otros hombres y, tras haber hecho una selección de estos escritos, obtuvo para él mismo una sabiduría, una erudición y una “mala técnica”.[4] Obsérvese que la dura crítica de Heráclito, aparte de descalificar la erudición de Pitágoras como no productora de inteligencia, intentaba poner en evidencia otra actividad más fraudulenta: el saber de Pitágoras no sería el resultado ni tan siquiera de su esfuerzo, sino de una selección de libros que contendrían unos conocimientos que utilizó para su propio beneficio recurriendo a “malas artes”. En otras palabras, Pitágoras habría plagiado los saberes que había aprendido de otros sabios y que, en última instancia, habría presentado como propios.
Algunos testimonios parecen confirmar estas acusaciones al denunciar que Pitágoras, en efecto, plagió libros adjudicados a Orfeo, que presentó como si hubiesen sido escritos por él mismo.[5] Es, además, muy probable que de estos contactos con la doctrina órfica, Pitágoras hubiese extraído una de sus teorías más chocantes e innovadoras: la creencia en la inmortalidad del alma, destinada a cambiar, con el paso del tiempo, la cosmovisión filosófica una gran parte de la humanidad.
Y es que el aspecto más llamativo de la doctrina pitagórica es el que lo relaciona con la divulgación de esta creencia extraña hasta ese momento en el mundo griego, pero destinada a revolucionar la mentalidad occidental. Algunas anécdotas antiguas ilustran la perplejidad que esta noción causó entre los griegos, lo que contribuyó a aumentar la fama de Pitágoras como un ser extraordinario, superior a todos los otros mortales. Una de las anécdotas más conocidas está puesta en boca de Jenófanes y está relacionada con la inmortalidad del alma y la transmigración: “Una vez (sc. Pitágoras) caminaba cerca de un perro maltratado y compadeciéndose le dijo a su amo: no le golpees, pues he reconocido el alma de un amigo mío al oír el sonido de sus lamentos”.[6] Asimismo, su nombre aparece relacionado con una especie de farsa contada por Heródoto y adjudicada a un supuesto y aventajado discípulo de Pitágoras, Zalmoxis: “Zalmoxis era un hombre que, en Samos, había sido esclavo de Pitágoras, el hijo de Mnesarco. Allí se convirtió en un hombre libre y acumuló una gran riqueza con la que retornó a su país. Ahora bien, aunque los tracios eran poco inteligentes y de vida rústica, este Zalmoxis conocía la manera de vivir jónica y era de costumbres más civilizadas que los tracios pues había convivido con los griegos y con el sabio más importante de todos ellos: Pitágoras. Zalmoxis se construyó una casa donde recibió e invitó a los ciudadanos más importantes y les enseño que ni él, ni sus invitados, ni sus hijos morirían, sino que irían a un lugar en donde vivirían siempre en posesión de todos los bienes. Mientras hablaba y contaba esta historia hizo construir una habitación subterránea. Cuando ésta estuvo acabada, desapareció de entre los tracios. Bajó a la habitación subterránea y vivió allí tres años, mientras los tracios clamaban por él y le lloraban como a un muerto. Al cuarto año se apareció a los tracios, que así es convencieron de lo que les había dicho Zalmoxis”.[7]
El propio Pitágoras presumía de recordar sus reencarnaciones anteriores, entre las que destacaba un personaje de la Ilíada, Euforbo, el héroe troyano que hirió a Patroclo y fue muerto por Menelao. Se dice que Pitágoras era capaz de recordar hasta veinte generaciones anteriores de hombres como se deduce del siguiente testimonio: “Había entre aquellos hombres un hombre inmensamente sabio (sc. Pitágoras) que poseyó la más gran riqueza de entendimiento y realizó una multitud de obras extremadamente sabias. Cada vez que se extendía con todo su conocimiento veía fácilmente cada uno de todos los seres existentes durante diez o veinte generaciones de hombres”.[8]
Muchos otros hechos se cuentan de Pitágoras que contribuyeron a crear una aureola legendaria que acabó asociándolo más a la figura de un dios que de un hombre. Destaca que se le atribuyese la capacidad de estar en dos sitios al mismo tiempo, de tener una pierna de oro o de identificarse con un dios: Apolo Hiperbóreo. También ha sido resaltada su capacidad de predicción. Así, vaticinó que en un barco que atracaba en el puerto había un cadáver y predijo terremotos y epidemias.
Este tipo de prodigios y conocimientos, sobre todo los relacionados con el mundo de ultratumba, debieron de influir decisivamente cuando, por causas que no se conocen con certeza, Pitágoras se vio obligado a abandonar la isla de Samos. Entre las posibles causas, las fuentes insisten sobre todo en su hostilidad hacia el tirano Polícrates y la vida lujuriosa y disipada que fomentaba en Samos. Tras abandonar la isla, en la costa Jonia, Pitágoras se desplazó al sur de Italia, atravesando todo el Mediterráneo. De este modo, Pitágoras trasladó la incipiente filosofia griega al sur de Italia y a Sicilia inaugurando con este desplazamiento geográfico una nueva manera de hacer filosofía, más espiritual y abstracta que la que hasta aquellos momentos habían realizado los filósofos de la naturaleza en Jonia.
Las fuentes concuerdan en que la llegada de Pitágoras a Italia fue espectacular. Con su reputación y algunas actuaciones impactantes consiguió atraer la atención de los ciudadanos itálicos: “cuando (sc. Pitágoras) llegó a Italia y habitó en Crotona apareció como un hombre que había viajado por muchos lugares, poco común y muy bien provisto por la fortuna de una naturaleza singular, de aspecto noble y muy agradable, ya que era elevado en su manera de ser y tenía muchísimo atractivo personal y encanto, por su voz, carácter y por otros muchos aspectos. En la ciudad de Crotona causó tal efecto que, después de conmover las almas de los ancianos gobernantes, con bellos y ricos discursos, éstos lo invitaron a pronunciar exhortaciones adecuadas para los jóvenes y los niños y, después, para las mujeres. También se organizó una reunión con mujeres. De esta manera, se acrecentó muchísimo su fama y ganó muchos discípulos en esta ciudad, no sólo hombres, sino también mujeres, (…) así como muchos reyes y gobernantes de países bárbaros”.[9] Del éxito de estas reuniones son una buena prueba su capacidad de convocatoria y persuasión: “Atrajo la atención de todos de tal manera que con una sola exposición, la primera que dio públicamente al desembarcar en Italia, fascinó a más de dos mil personas con sus palabras hasta el punto de que ya no regresaron a casa, sino que en compañía de sus hijos y mujeres construyeron una gran sala para las reuniones comunes (…) recibiendo de él leyes y normas para que no realizasen ningún acto al margen de ellas, como si se tratase de preceptos divinos. Consideraron también que todas sus propiedades eran comunes e incluyeron a Pitágoras entre los dioses”.[10]
¿En qué pudieron consistir estas conversaciones y enseñanzas para que resultaran tan atractivas y cautivadoras ? Como ya se ha sugerido, es muy probable que parte de su prestigio se hubiese generado por su creencia en la imortalidad del alma y las consecuencias que esta noción comportaba, como el recuerdo de vidas pasadas, transmigraciones, etc.: “Lo que dijo a sus discípulos ningún hombre lo puede afirmar con certeza porque mantenían un silencio excepcional. Sin embargo, los siguientes hechos se convirtieron en universalmente conocidos: primero, que afirmó que el alma es inmortal; segundo, que emigra a otras especies de seres vivos; tercero, que los acontecimientos pasados se repiten en un proceso cíclico y que nada es nuevo en sentido absoluto y, finalmente, que se ha de considerar que todas las cosas están dotadas de vida. Estas son las doctrinas que se dice que Pitágoras fue el primero en introducir en Grecia”.[11]
En este contexto se relata de Pitágoras una anécdota que evoca poderosamente lo que Heródoto ya había explicado de su esclavo Zalmoxis: que al llegar a Italia, Pitágoras construyó una morada subterránea e hizo creer a los itálicos, mediante un engaño en el que habría participado su madre, que había visitado el Hades: “Al llegar a Italia, Pitágoras se construyó una morada subterránea y ordenó a su madre que tomase nota de lo que sucedía y que lo escribiese en una tablilla y que se la llevase en donde se encontraba hasta que él regresase. Así lo hizo la madre. Pasado un tiempo, Pitágoras volvió demacrado y esquelético; se presentó en la asamblea pública y explicó que venía del Hades y les leyó todo lo que había acontecido durante su ausencia. Ellos, muy afectados por lo que les decía, lloraban y gemían. Se convencieron de que Pitágoras era un ser divino hasta el extremo de que le enviaron sus esposas por si conseguían aprender alguna cosa de él”.[12] También acostumbraba a recordar a cada persona con la que se relacionaba la vida pasada que había experimentado su alma.[13]
Resulta obvio que con estos antecedentes y este éxito, Pitágoras estuviese en condiciones de fundar su escuela y de exigir, además, normas estrictas para formar parte de ella, entre las que destaca la imposición de silencio a los discípulos que tenían el privilegio de escuchar sus enseñanzas. Debieron formar parte fundamental de esta doctrina secreta la noción de inmortalidad del alma y enseñanzas astronómicas, geométricas, matemáticas, relativas a la música y el equilibrio armónico del cosmos.
Llegado a este punto, conviene abordar la espinosa cuestión de si la organización pitagórica fue una simple escuela o se trató, más bien, de una secta sólidamente estructurada en el sentido más negativo que en la actualidad posee este término.
Para ello, recordaremos algunos aspectos esenciales que, en nuestra época, caracterizan a una secta con la intención de confrontarlos con las informaciones que poseemos acerca de la organización de los grupos pitagóricos. Los rasgos son los siguientes:[14]
1- Un estilo de vida alternativo respecto del funcionamiento “habitual” de la sociedad en la que se inserta.
2- Unos preceptos de obligado cumplimiento que pueden conformar una especie de ritual alrededor del cual gira el funcionamiento diario de una organización sectaria.
3- Una estructura organizada que exige: a) reuniones frecuentes; b) algún tipo de propiedad comunal o cooperativa.
4- Un alto grado de integración espiritual de todos los miembros basado en a) el principio de autoridad, ya sea de un líder carismático o una sagrada escritura con una interpretación particular; b) una fuerte división, hostil en muchas ocasiones, que crea una severa distinción entre los “internos” y los “externos”, entre el “nosotros” de quienes conforman la secta, en oposición al “ellos” de quienes no forman parte de la misma; c) reacción implacable contra los apóstatas que se separan de la secta, que adquieren la categoría de traidores a los principios vertebradores de la secta.
5- Estabilidad diacrónica, es decir, las sectas tienen tendencia a perpetuarse en el tiempo.
6- Movilidad geográfica de los miembros, que facilita la extensión de la secta a otras sedes.
7- Estricta jerarquía entre los miembros, establecida a partir de la antigüedad, conocimientos o responsabilidades de los mismos.
8- Aceptación de miembros de los dos sexos con el fomento de las relaciones sexuales y consiguiente procreación para garantizar la perpetuación “familiar” e interna de la secta.
9- Captación de jóvenes inexpertos que serán adoctrinados en los principios fundamentales de la secta.
Cotejemos ahora con más detalle cada uno de estos puntos con las informaciones que poseemos de Pitágoras para comprobar si su actividad podía ser calificada, desde nuestra óptica, como sectaria:
1- Un estilo de vida alternativo respecto del funcionamiento “habitual”de la sociedad en la que se inserta: Las fuentes coinciden en su existencia. Platón mencionó en la Repúblicaun “modo de vida pitagórico” e insistió en diferenciarlo de cualquier otro al sostener que “Pitágoras fue amado excepcionalmente y sus sucesores todavía hoy denominan “pitagórico”, un modo de vida por el que parecen distintos de los otros hombres”.[15] Entre los rasgos que caracterizan el modo de vida pitagórico hay que resaltar la vida comunitaria, la prohibición de comer seres animados, o de llevar vestidos de lana.
2-. Unos preceptos de obligado cumplimiento que pueden conformar una especie de ritual alrededor del cual gira el funcionamiento diario de una organización sectaria: Son muy conocidos algunos de los preceptos que Pitágoras impuso a sus discípulos. El más emblemático es la imposición de silencio que se cumplió estrictamente, incluso en el momento de la diáspora de la escuela. Filolao, en el siglo V a. C., habría sido el primero en romperlo. Todos sus alumnos acataron disciplinadamente esta “ley del silencio”, dado que su incumplimiento significaba la expulsión inmediata del grupo pitagórico. La explicación de este silencio se puede fundamentar tanto en la cohesión que da al grupo participar de un secreto común al cual no tienen acceso los “externos”, como para garantizar que los conocimientos transmitidos por Pitágoras no serían divulgados.
[1] Diógenes Laercio IX 8. Cf. Cicerón. Tusculanas V, 3, 8.
[2] Isócrates, Busiris. XXVIII.
[3] Heráclito D/K B 40.
[4] Heráclito D/K B 129.
[5] Ión de Quíos fr. 2.
[6] Diógenes Laercio VIII 36.
[7] Heródoto IV 93-96.
[8] Porfirio, Vida de Pitágoras 30-31
[9] Porfirio, Vida de Pitágoras 18.
[10] Jámblico, Vida de Pitágoras VI 30. Cf. Porfirio Vida de Pitágoras 20-21.
[11] Porfirio, Vida de Pitágoras 19.
[12] Diógenes Laercio VIII 41.
[13] Porfirio, Vida de Pitágoras 26.
[14] Las características generales que a continuación se mencionan son las mismas que menciona W. Burkert “Craft versus sect: the problem of Orphics and Pythagoreans”, en B. F. Meyer, E. P. Sanders (eds.). Jewish and Christian: Self Definition III: Self-Definition in the Graeco-Roman World, Londres, 1982, pp. 1-22. Existe traducción castellana: “Profesión frente a Secta: el problema de los órficos y los pitagóricos”, Taula 27-28 (1997) pp. 11-32.)
[15] Platón, República 600 a-b.
Así mismo, se impusieron diversos preceptos con una fuerte carga simbólica y que, precisamente, fueron conocidos como symbola. Recordemos algunos de ellos:
- A) Abstención de comer habas. Se ha discutido mucho el sentido de esta prohibición. Entre otras posibles explicaciones se ha sostenido que debían abstenerse de consumirlas porque se asemejan a los genitales, a las puertas del Hades, su forma recuerda a un feto humano, son flatulentas, producen la enfermedad conocida como “favismo” o, incluso, una alusión a no participar en sorteos ni votaciones de la oligarquía en los que se utilizaban habas para contabilizarlos.
- B) No recoger lo que ha caído de la mesa. Probable alusión a comer con moderación.
- C) No remover el fuego con un cuchillo. Probable alusión a la exigencia de no excitar el orgullo de los poderosos.
- D) Borrar la marca de la olla en las cenizas.
- E) No sentarse sobre el cuartillo. Probable advertencia a estar siempre atento al porvenir, pues el cuartillo, la cuarta parte de un celemín, equivale a la ración de consumo diario.
- F) No ponerse ningún anillo con una figura de un dios. Probablemente para no mancillarla.
- G) No tener golondrinas en casa. Probable recordatorio de que hay que evitar la habladuría.
- H) No orinar sobre los recortes de las uñas y pelos cortados.
- I) Hacer la cama al levantarse y no dejar en ella la marca del cuerpo. Posible alusión a la necesidad de estar siempre dispuesto a viajar.
- J) Tocar agua cuando truena.
- K) Quien ha salido al extranjero, que no retorne a la propia frontera. Alusión probable a quien está a punto de morir para que no se aferre a la vida ni se deje llevar por los placeres.
- L) No transitar por los caminos públicos. Consejo que puede interpretarse como una invitación a evitar los lugares frecuentados.
- M) No hablar sin luz. Probable alusión a la exigencia de hablar siempre con entendimiento.
- N) No ayudar a descargar una carga. Alusión a que nadie ha de fomentar que los otros eviten el esfuerzo.
3- Una estructura organizada que exige: a) reuniones frecuentes; b) algún tipo de propiedad comunal o cooperativa:
Las reuniones no sólo eran frecuentes, sino que se las puede considerar permanentes. La vida pitagórica giraba alrededor de la vida comunitaria que, además, exigía que las propiedades particulares fuesen entregadas a la comunidad. Es muy conocido el aforismo pitágorico, repetido por autores como Platón y Aristóteles, que sostenía que “las cosas de los amigos son comunes”. De hecho, Pitágoras obligaba a los miembros de la comunidad a renunciar a sus bienes y a entregarlos a la colectividad: “Cuando se le acercaban los jóvenes que querían convivir con él, no los admitía inmediatamente, sino que, decía, era necesario que los bienes fuesen comunes a todos”;[1] “(sc. Pitágoras) fue el primero que dijo que las cosas de los amigos son comunes y que la amistad es igualdad y que sus discípulos tenían que unir sus fortunas. Durante cinco años guardaban silencio, tan sólo escuchaban los discursos, y nunca veían a Pitágoras hasta que aprobaban el examen; desde aquel momento se convertían en miembros de su casa y podían mirarlo”.[2] Para entender el interés de Pitágoras en “unificar” los bienes de los jóvenes conviene recordar que sus fortunas pasaban a formar parte del patrimonio de la secta, que debía de ser cuantioso dado que los jóvenes pertenecían a las familias más ricas y poderosas del sur de Italia.
4- Un alto grado de integración espiritual de todos los miembros basado en a) el principio de autoridad, ya sea de un líder carismático o una sagrada escritura con una interpretación particular; b) un fuerte división, hostil en muchas ocasiones, que crea una severa distinción entre los “internos” y los “externos”, entre el “nosotros” de quienes conforman la secta, en oposición al “ellos” de quienes no forman parte de la misma; c) reacción implacable contra los apóstatas que se separan de la secta, que adquieren la categoría de traidores a los principios vertebradores de la secta. La integración espiritual de la comunidad pitagórica se deduce de la imposición de los preceptos ya mencionados, de la doctrina impartida sobre la inmortalidad del alma y sus consecuencias y de la existencia de un modo de vida pitagórico. Por lo que respecta al principio de autoridad es obvio que giraba alrededor de la figura de Pitágoras. El principio de autoridad pitagórico exigía la eliminación de cualquier opinión divergente: “(sc Pitágoras) eliminó de raíz la sedición, la discordia, la división de opiniones, no sólo entre los parientes, sino también entre los descendientes”.[3]Su autoridad era tan incuestionable que todo lo que decía fue aceptado acríticamente con la fórmula proverbial autós épha, “él lo ha dicho”. Sobre la existencia de un libro doctrinal no se sabe nada con seguridad. Sin embargo, algunas fuentes aluden a un hierós lógos, un “relato sagrado” pitagórico, que habría contenido la doctrina ritual pitagórica con fuertes influencias órficas.
Jámblico explicó los castigos que tenían que padecer quienes eran expulsados de la secta. Para empezar, todos aquellos que, tras haber convivido cinco años con ellos no eran considerados dignos, por su falta de inteligencia, de seguir en la comunidad, eran considerados muertos y se les levantaba una tumba. Si se topaban con ellos en la calle disimulaban o los tomaban por otra persona, porque, según ellos, el antiguo miembro de la secta “estaba muerto”: “Si eran rechazados recibían el doble de fortuna de sus antiguos compañeros, se les levantaba un monumento sepulcral y, si se topaban con ellos, era como si se encontrasen con otras personas y decían que los que ellos habían conocido estaban muertos, aquellos a quienes habían formado con la esperanza de que fuesen hombres de bien para las ciencias. Creían que los que eran lentos par aprender tenían sus órganos defectuosos y eran imperfectos e infecundos”.[4]
5- Estabilidad diacrónica, es decir, las sectas tienen tendencia a perpetuarse en el tiempo. La secta pitagórica, como consecuencia de las relaciones entre los miembros de ambos sexos, fomentó la procreación, por lo que garantizó su continuidad desde dentro y perduró durante muchas generaciones, incluso después de su diáspora por toda Grecia.
6– Movilidad geográfica de los miembros que facilita la extensión de la secta a otras sedes. En casi todas las ciudades del sur de Italia y Sicilia se fundó una escuela pitagórica controlada, en un principio, por el propio Pitágoras. Tras la disolución de las mismas, se desplazaron a Grecia.
7- Estricta jerarquía entre los miembros establecida a partir de la antigüedad, conocimientos o responsabilidades de los mismos.
La jerarquía entre los miembros era inevitable en una secta en la que imperaba el silencio y el secretismo. Se sabe, por ejemplo, que había lecturas comunes en voz alta de textos en las que los más jóvenes leían siendo corregidos y adoctrinados por los más viejos. Después de la cena era costumbre que el más joven leyese y que el más viejo indicase qué tenía que leer y cómo. Asímismo se conoce la existencia de administradores o “tesoreros” encargados de la adminitración de todos los bienes comunitarios.
Pero la distinción más conocida de la secta es la que diferenciaba entre “acusmáticos” y “matemáticos”, que, entendida en sentido etimológico, equivaldría a “oyentes” y “conocedores”. La división se fundamentó en el grado de conocimiento al que podían acceder los miembros: los matemáticos eran los que llegaban más al fondo de todos los saberes impartidos en la escuela. Los acusmáticos, en cambio, tan sólo llegaban a los conocimientos más superficiales, sin ninguna profundización rigurosa: “La enseñanza era doble. Algunos de los que ingresaban eran denominados “matemáticos” y otros “acusmáticos”. Matemáticos eran aquellos que se compenetraban más a fondo y eran instruidos con rigor sobre los fundamentos del conocimiento. Los “acusmáticos”, en cambio, se limitaban tan sólo a las enseñanzas compendiadas en los libros, sin una descripción rigurosa”.[5] Otros testimonios relacionan la distinción en función de la edad y la disponibilidad para aprender: “Pitágoras llegó de Jonia y Samos en la época de la tiranía de Polícrates, cuando Italia estaba en su mejor momento y los dirigentes de las ciudades entablaron amistad con él. Ahora bien, Pitágoras empleó términos sencillos para hablar con los hombres más viejos que, entre ellos, estaban ocupados en asuntos políticos, porque resultaba difícil enseñarles por medio de demostraciones científicas. (…) Pero a los jóvenes con que se encontró, a aquellos que eran capaces de hacer algún esfuerzo por aprender, les enseño por medio de pruebas científicas y matemáticas. Por esto ellos mismos dicen que de unos proceden los “matemáticos” y de los otros los “acusmáticos”. [6]
Esta división se sintió en la escuela como una especie de distinción elitista, pues, si bien los matemáticos admitían que los acusmáticos eran pitagóricos, sostenían que ellos lo eran mucho más y que sus conocimientos eran los verdaderos.
8- Aceptación de miembros de los dos sexos con el fomento de las relaciones sexuales y consiguiente procreación para garantizar la perpetuación “familiar” e interna de la secta. Una característica básica de una secta, que la hace prácticamente indestructible, es la cohesión “familiar” mediante la relación sentimental y sexual de sus miembros. Esto implica la aceptación de componentes de los dos sexos y el fomento de la procreación. Desde su nacimiento, los niños son adoctrinados de acuerdo con las normas del grupo. Se consigue así una estructura muy sólida, con la que, junto con la comunidad de bienes, se asegura la cohesión incondicional de todos los miembros. De este modo, la secta se cierra en ella misma al tiempo que se perpetúa desde “dentro”, sin la intervención de elementos externos y perturbadores.
9- Captación de jóvenes inexpertos que serán adoctrinados en los principios fundamentales de la secta. Los testimonios antiguos remarcan el prestigio que Pitágoras gozó entre los jóvenes. La presencia masiva de jóvenes garantiza el adoctrinamiento y el futuro de la secta.
La conclusión de este somero repaso a las principales características de la comunidad pitagórica es que existió, desde un principio, una declarada voluntad de definirse como un grupo secreto, con un modo de vida propio que hacía sentir a sus componentes que eran distintos de los demás. La estructura de la denominada “escuela pitágorica” puede ser definida como la propia de una secta, pues cumplía todos los puntos que hoy en día caracterizan a una organización sectaria. Sin embargo, y una vez respondida esta cuestión, se suscitan algunos aspectos de singular interés que pueden contribuir a comprender mejor el final de la secta pitagórica en Italia y su posterior diáspora y disgregación por toda la Grecia peninsular.
Pitágoras llegó a a adquirir un poder y una influencia política inmensa en el sur de Italia. El hecho de que fuese tan bien recibido por las clases dirigentes, que le confiaron a sus mujeres e hijos, facilitó su introducción en los círculos de poder. Gradualmente, Pitágoras fue influyendo en el sistema político. Hay indicios suficientes que permiten intuir que las comunidades pitagóricas, las hetaireiai, concedieron gran importancia a la organización política de las ciudades italianas. De hecho, algunas fuentes muestran que Pitágoras intervino en decisiones políticas en el ágora, como, por ejemplo, para defender a los aristócratas que se habían refugiado en Crotona huyendo de Telis, el caudillo del partido popular de la ciudad de Síbaris. La asamblea de Crotona, amenazada por Telis, estaba dispuesta a entregar a los exiliados, pero, a causa de la intervención de Pitágoras, decidieron finalmente no hacerlo.
Asímismo, Pitágoras también debió de dejar sentir su influencia en el terreno económico, hasta el punto de haber sido considerado el responsable de la primera acuñación de moneda en Crotona. La confluencia de todos estos aspectos, control férreo y doctrinario de la secta y sus poderosas influencias políticas y económicas, hicieron de Pitágoras un personaje muy poderoso, que movía los hilos de la sociedad itálica. Esta situación debió de durar unos veinte años, a lo largo de los cuales Pitágoras extendió su poder desde Crotona a las ciudades vecinas. Muchos de los cargos dirigentes de estas ciudades fueron ocupados por pitagóricos.
Esta posición levantó recelos, suspicacias y envidias. El carácter secreto y extraño de la doctrina no podían más que despertar las sospechas de quienes se sentían excluidos de la secta. Parece que éste fue el caso de Cilón, un ciudadano de Crotona de clase alta que, ofendido por no haber sido aceptado en la secta, incitó a los ciudadanos a una revuelta contra ella. Esta llamada encontró el camino abonado también entre las clases populares que estaban en contra del aristocratismo intelectual, político y económico de las hetaireiai pitagóricas. Es muy posible que las clases populares se sintiesen excluidas y humilladas por una actitud que debieron de considerar llena de soberbia y aires de superioridad. Evidentemente, el esoterismo y secretismo de la secta no ayudó a mejorar la fama de Pitágoras entre quienes se sentían excluidos. No se debe descartar, así mismo, como lo demostraría el caso de Cilón, que a este descontento se uniese el odio de los no aceptados y de los expulsados de la secta, que en aquella época, tras veinte años de implantación, podían ser muchos.
Sea como sea, el hecho es que la conspiración de Cilón significó que muchos pitagóricos muriesen asesinados y el comienzo de una hostilidad contra los pitagóricos que se extendió por las restantes ciudades itálicas. En este punto las fuentes divergen mucho, pero es muy probable que también Pitágoras tuviese que huir. Según alguna versión se refugió en Metaponto, en donde habría muerto de hambre escondido en el templo de las Musas de esa ciudad. Otras fuentes cuentan que fue atrapado al toparse con un campo de habas que no se atrevió a atravesar. La rebelión de Cilón se produjo a finales del siglo VI o principios del siglo V a. C. y no representó más que una desestabilización temporal de la secta pitagórica, que continuó sus actividades en el sur de Italia unos 40 ó 50 años más. Pero a mediados del siglo V a. C. explotó, con mayor virulencia, otra rebelión antipitagórica que arrasó sus casas y centros de reunión y acabó con la vida de los pitagóricos más significados.
Por último: ¿qué sucedió con la secta? Las fuentes reconocen que la muerte del maestro fue un golpe durísimo y que muchos de los conocimientos secretos y simbólicos se perdieron porque los pocos sucesores que quedaron fueron incapaces de recordarlos o interpretarlos correctamente. Sin embargo, la estructura familiar de la secta permitió la supervivencia de lo que quedaba de la misma. Los supervivientes es sintieron obligados a salvar la “filosofía” pitagórica de la catástrofe y, así, decidieron reunir y recopilar las memorias y recuerdos que tenían de aquellas enseñanzas. Así mismo, conjuraron a sus familiares a que, después de su muerte, conservasen aquellos escritos en secreto sin entregarlos a nadie. Las familias pitagóricas respetaron el mandato durante muchos años transmitiendo la misma recomendación a sus sucesores: “(sc. los Pitagóricos) aislados y desanimados por lo que había sucedido, se dispersaron cada uno por su lado, rechazando la compañía de los hombres y tomando la precaución de que el nombre de la filosofía no desapareciese del mundo y, así, no se hiciesen enemigos de los dioses. Reunieron unas breves memorias y recopilaron los escritos de los antiguos y sus recuerdos y los dejaron en el lugar en que a cada uno le sorprendió la muerte, conjurando a sus hijos, hijas y esposas a que no los entregasen a nadie ajeno a la familia. Las familias mantuvieron esta actitud durante mucho tiempo, transmitiendo la misma recomendación a sus descendientes”.[7]
De esta manera, gracias a la férrea estructura de la secta pitagórica y al secreto impuesto por Pitágoras, su filosofía fue preservada, al menos de forma parcial, de la destrucción.
[1] Escolio a Platón, Fedro 279c
[2] Diógenes Laercio VIII 10.
[3] Jámblico, Vida de Pitágoras 34.
[4] Jámblico, Vida de Pitágoras 73.
[5] Porfirio, Vida de Pitágoras 37.
[6] Jámblico, Vida de Pitágoras 87-88.
[7] Porfirio, Vida de Pitágoras 58.
Muy buenos relatos ,muy interesante todo.