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Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco 1968-2018

Después del 68

EXPOSICIÓN: Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco 1968-2018

Patrocina PETRONOR.
Asisten: Emiliano López Atxurra, presidente de Petronor; Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao; Miriam Alzuri, conservadora del Museo de Bellas Artes de Bilbao; Begoña González, jefa del Departamento de Biblioteca del Museo de Bellas Artes de Bilbao; y Xabier Erkizia, comisario del ámbito expositivo sobre la música.

Con motivo del 50 aniversario de Petronor se presenta ahora la exposición antológica Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco 1968-2018, que revisa cinco décadas de arte vasco, renovando, así, el compromiso del museo con el arte contemporáneo de nuestro entorno más cercano.

La exposición arranca –dos años después de la fundación del grupo Gaur– en el emblemático año 1968, momento en el que una nueva generación de artistas vascos nacidos en los años cuarenta va a incorporarse a la escena artística y a compartirla con los veteranos integrantes de los grupos de la Escuela Vasca, que tienen como referentes a Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Como prólogo de excepción, la muestra reúne piezas extraordinarias de ambos: Homenaje a Paul Klee (1955-1956) o Retrato del Espíritu Santo (1958-1959) de Oteiza, pertenecientes a colecciones particulares, y Abesti gogorra IV (1964) y Música callada (Musique tacite) I (1955) de Chillida, de la Fundación Juan March y el Kunstmuseum de Basilea, respectivamente.

En una década política y socialmente convulsa, el arte vasco conocerá el fin de los lenguajes procedentes del informalismo y de la abstracción constructiva, así como el nacimiento de las propuestas figurativas del arte pop o el cuestionamiento de la idea de objeto artístico que propondrán el minimalismo y el arte conceptual. Justo a comienzos de ese periodo, el 28 de septiembre de 1970, se inaugura el edificio moderno del museo y comienza su actividad la Escuela Superior de Bellas Artes de Bilbao, que será la futura Facultad de Bellas Artes y tendrá una influencia determinante en la evolución del arte vasco.

El itinerario concluye cinco décadas después, en 2018, con la representación de las más recientes experiencias artísticas, un periodo en el que el arte hecho por mujeres va cobrando un protagonismo creciente.

Una amplia selección de casi 150 obras –pintura, escultura, fotografía, videoarte y obra sobre papel– y cerca de 100 artistas de varias generaciones permitirán conocer las formas de modernización del arte vividas en este particular escenario en el último cambio de siglo, y también valorar la trascendencia que las trayectorias individuales y colectivas aquí surgidas han tenido en el panorama estatal e internacional.

La muestra tiene como punto de partida la propia colección del Museo de Bellas Artes de Bilbao a la que se suman préstamos relevantes de colecciones privadas y de otras instituciones públicas que han tenido en el arte vasco contemporáneo uno de sus principales puntos de interés coleccionista. De Artium proceden piezas relevantes de Mª Luisa Fernández, Txuspo Poyo, Edu López o Jon Mikel Euba. De las cajas de ahorro vascas, obras de Pedro Osés, Juan José Aquerreta, Alberto Rementería, Luis Candaudap o Azucena Vieites.

Fuera de Euskadi son numerosas las instituciones que han colecionado arte vasco y que han contribuido significativamente a la exposición. La Fundación ”La Caixa” ha prestado obras de Ángel Bados, Txomin Badiola, Cristina Iglesias, Peio Irazu o Ana Laura Aláez. También el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museu Nacional d’Art Contemporani de Barcelona MACBA y el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC) han prestado piezas de Miguel Ángel Gaüeca, Sergio Prego, Asier Mendizabal, Ibon Aranberri, Iñaki Garmedia o Ixone Xadaba.

A este corpus artístico se ha unido el importante patrimonio bibliográfico y documental de la Biblioteca del museo, que desarrolla una importante labor de documentación y estudio a través de Arteder, la mayor base de datos sobre arte y artistas vascos de nuestro país. En esta sección se han incorporado, además, préstamos de colecciones privadas, ‒como el archivo del historiador y crítico de arte Xabier Sáenz de Gorbea o la galerista Sol Panera‒ y de instituciones públicas, como la Fundación Museo Jorge Oteiza, la Fundación Sancho el Sabio o Koldo Mitxelena Kulturunea.

A través de un discurso cronológico en el que los artistas y sus obras conviven con material de archivo y documental ‒libros, folletos, tarjetones, revistas, carteles, escritos o material audiovisual–, Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco 1968-2018 ocupa la totalidad del edificio moderno del museo (sala BBK, y salas 32 y 33), un espacio que forma parte fundamental del relato institucional del arte vivido en ese periodo.

La exposición, comisariada desde el museo por Miriam Alzuri, Begoña González y Miguel Zugaza, se acompaña de un catálogo con textos de especialistas que aportan información novedosa al estudio de las manifestaciones artísticas surgidas en el País Vasco desde 1968 hasta nuestros días. Francisco Javier San Martín, Fernando Golvano, Peio Aguirre y Miren Jaio han revisado por décadas las prácticas artísticas que recorren la exposición. Los cuatro textos pueden descargarse gratuitamente en euskera, castellano e inglés en la sala de lectura de la página web del museo www.museobilbao.com. Por su parte, Mikel Onandia ha elaborado una exhaustiva cronología que recoge los hechos que definieron el contexto artístico y cultural del periodo.

Así mismo, y a lo largo de los cinco meses en que permanecerá abierta, la exposición se completará con un numerosas actividades entre las que se incluyen ciclos de cine, música y conferencias, y un amplio programa educativo que ofrecerán al público la ocasión de revisar, a través del arte, los cambios políticos, sociales, económicos y culturales habidos en todos estos años.

ITINERARIO EXPOSITIVO.
Años 70.

Exceptuando a Jorge Oteiza, que ha concluido ya su obra escultórica, pero cuya presencia activista sigue siendo determinante en todo el periodo, la década de 1970 supone el desarrollo y madurez de los artistas que, en 1966, se habían constituido en Escuela Vasca. También los más jóvenes que se unieron a ese impulso colectivo, como Xabier Morrás, Juan José Aquerreta o Carmelo Ortiz de Elgea, consolidaron en esta década un vocabulario personal. Si en el caso de la escultura se fue asentando una retórica de estilo vasco geométrico, de resonancias arcaicas, en el terreno pictórico la herencia generacional resultó más problemática. Entre José Antonio Sistiaga o Rafael Ruiz Balerdi ‒por citar a dos protagonistas de la década anterior‒ y Mari Puri Herreno o Alfonso Gortázar no hay un testigo que pasara de mano en mano, sino más bien un corte generacional. Los artistas mayores dejaron de hablar con los jóvenes y la brillante pintura informalista de los años sesenta tuvo escasa continuidad. Se ha señalado la falta de entendimiento entre los artistas de los diferentes territorios, su extraño aislamiento a pesar de la cercanía geográfica, como dato clave del fracaso de las iniciativas de colaboración. A ello hay que añadir este aislamiento generacional. Muy acusado en Bizkaia, donde el relevo tuvo un carácter de auténtica confrontación vanguardista, fue menos evidente en el resto de los territorios, aunque estuvo presente en mayor o menor medida. Desde comienzos de la década surgieron nuevas formas de pintura narrativa, entre un pop testimonial o simplemente cercano al fenómeno urbano y escenarios más afines a la psicodelia o las mitologías personales. Gipuzkoa y Pamplona, que alcanzó una súbita visibilidad a través de los Encuentros 72, fueron los focos de este nuevo tipo de pintura.

Hablamos, claro está, de artistas que trabajan en el difícil contexto de un régimen dictatorial que, en sus últimos estertores, seguía reprimiendo las más elementales libertades ciudadanas: exposiciones clausuradas, artistas detenidos, censura previa… Los artistas vascos, con todas sus diferencias, con sus repetidos desencuentros, sin embargo, supieron constituir un frente más en la lucha de la cultura contra la dictadura franquista. Al final del régimen, entre 1975, 1978 y 1979 ‒muerte del dictador, aprobación de la Constitución española y aprobación de la Autonomía para el País Vasco‒, los artistas perdieron en cierta medida su carácter ejemplar, antagonista, y hubieron de adaptarse a un contexto diferente, en el que las prioridades dejaron de ser políticas para convertirse en más llanamente profesionales.

A finales de 1979, al filo de la década, un nuevo síntoma: aparece la revista Euskadi Sioux, con gran protagonismo gráfico de artistas como Juan Carlos Eguillor o Vicente Ameztoy, que mostró aspectos inéditos del debate cultural en torno a lo mestizo y que, a pesar de su corta duración, se convirtió en pionera de iniciativas semejantes en todos los territorios históricos. La mayoría de artistas vascos no reaccionaron con la misma rapidez ante los nuevos estímulos de libertad de prensa y de opinión, pero fue en estos años decisivos cuando comenzó a germinar una nueva generación de artistas que hubieron de enfrentarse a los retos de lo global y lo local, y especialmente del paso de la modernidad a un debate sobre su legado y las perspectivas que dejaba abiertas.

Años 80.

La crisis de lo moderno se produjo en el contexto vasco de manera muy diferente a la de países de nuestro entorno. Marcada por el dramatismo político del final de la dictadura, en el ambiente de efervescencia por las libertades recobradas, no se basaba sin embargo en una tradición moderna ‒pop, minimalismo, conceptual‒ sobre la que construir su relato antagonista. Al contrario, tenía una agenda de construcción nacional, de identidad vernácula, que adquirió otra dimensión en lo que en aquellos momentos se llamó el mapa autonómico. La incidencia de las corrientes internacionales fue especialmente significativa en un país que acababa de incorporarse a la escena internacional después de cuarenta años de aislamiento. El tránsito vertiginoso entre lo moderno y lo contemporáneo se apoyó ‒paradójicamente, o no tanto‒ en la reivindicación de una figura moderna: Jorge Oteiza, no solo un escultor, sino un activista de propósito ético para un arte humanista, un agitador que llevaba décadas insistiendo en la educación y la recuperación de la cultura autóctona en el marco del arte contemporáneo. Más aún que a finales de los años cincuenta, cuando estaba activo como escultor, en los ochenta, la figura de Oteiza retornó como ejemplo formal y ético. A través de un vocabulario post-minimalista (Txomin Badiola), conceptual (CVA) o mítico (Ángel Bados o José Ramón S. Morquillas), lo que en aquel momento se llamó Nueva Escultura Vasca consiguió articular un paso adelante y otro atrás: en su exposición fundacional, Mitos y delitos (galería Metrònom de Barcelona y Caja de Ahorros Municipal de Bilbao), miraban hacia delante con el vocabulario post-moderno y hacia atrás en la revisión del patrimonio local.

Por otra parte, adquirieron auge diferentes versiones más o menos próximas al neo-expresionismo que se había asentado en la escena internacional desde finales de los años setenta. Algunos artistas ya asentados, como José Luis Zumeta o Juan Luis Goenaga, se acercaron a ella dando un giro importante a su trabajo, mientras que simultáneamente aparecieron nombres nuevos como Iñaki de la Fuente, Daniel Tamayo o Alfonso Gortázar, que ofrecieron versiones muy diferentes de esta revalorización de la pintura de corte narrativo.

El contexto institucional también se transformó: la Facultad de Bellas Artes de Bilbao modificó radicalmente la enseñanza del arte, la relación entre los artistas y su perfil profesional. A comienzos de 1983, un importante grupo de artistas del ámbito bilbaíno refundaron EAE (Euskal Artisten Elkartea), con la vieja aspiración de “aunar fuerzas en pro de objetivos comunes y por la defensa del sector”. Publicaron un único número de la revista Tarte y organizaron la muestra 20 artistas vascos en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, pero, una vez más, su existencia fue efímera. En 1981 había surgido Arteder, Feria Internacional de Arte, la mejor definición del entusiasmo en esos primeros tiempos después del Estatuto de Gernika, pero solo consiguió realizar dos ediciones. En ese contexto se crean Gure Artea (1982),premio del Gobierno Vasco, Ertibil (1983), de la Diputación Foral de Bizkaia, o se renueva Artistas Noveles, convocatorias que, bajo diferentes cambios de formato y polémicas, tienen continuidad hasta la actualidad. El panorama institucional, sin embargo, seguía siendo pobre: ni salas de exposición (con excepción del Aula de Cultura de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao en la calle Elcano), ni centros de arte, ni museos renovados que promocionaran las nuevas propuestas.

Años 90.

En octubre de 1990, la muestra Epílogo, organizada fuera del marco institucional por Santiago Eraso en el Recinto Ferial de Tolosa, concitó la atención sobre una nueva generación de artistas que se situaban entre el debate sobre la escultura vasca y otras propuestas sin referentes inmediatos. Casi todos ellos se aglutinaban en torno a los cursos, los talleres y la propia convivencia diaria en Arteleku, en San Sebastián. En Epílogo aparecieron nombres como Ana Laura Aláez, Gema Intxausti o Dora Salazar, en escultura; y en pintura, José Ramón Amondarain, Luis Candaudap o Edu López. Arteleku, centro de producción y pensamiento radicado en el barrio de Loiola, había sido abierto en 1987, promovido por la Diputación Foral de Gipuzkoa, pero no comenzó a ser decisivo en el contexto hasta mediados de los años noventa. Publicó durante toda su trayectoria, hasta 2014, la influyente revista Zehar. De los talleres que en Arteleku realizaron Badiola y Bados a mediados de la década surgieron otros nombres como Itziar Okariz, Sergio Prego o Jon Mikel Euba. Junto con la Facultad de Bellas Artes, que se ha consolidado ya como centro de enseñanza superior, forma el esqueleto de un cuerpo artístico que en esos años se ha enriquecido poderosamente: en 1991 se inaugura la Sala Rekalde en Bilbao y dos años más tarde el Koldo Mitxelena Kulturunea en San Sebastián, ambos con programaciones que atienden tanto a la escena local como a la nacional e internacional. Por fin, en 2002, se inauguró Artium en Vitoria, completando un rico tejido institucional de exhibición. Frente al debate sobre si existe o no un estilo o forma específicos de expresión del “alma vasca”, que aún coleaba incluso en los años sesenta, setenta y, marginalmente, después, uno de los aspectos que desde los años noventa mejor define el ámbito de la creación en Euskadi es la pura y simple realidad institucional: las redes institucionales de enseñanza, producción y exposición, generalmente más tupidas y de mejor calidad que las del resto del Estado, fueron las que confirmaron la presencia de lo vasco en el contexto español e internacional. En definitiva, no era ya tanto lo que se decía, o no solo, sino las plataformas desde las que era posible decir.

Por otra parte, el número de agentes en el terreno de las artes plásticas se ha ampliado y diversificado, dando lugar al surgimiento de espacios y colectivos alternativos. El Espacio Abisal, una cooperativa independiente de artistas, se inaugura en 1996 y poco después le seguirán otros como consonni, DAE o agrupaciones nuevas como la Fundación Rodríguez en Vitoria, que crean un tejido nuevo de producción, exhibición y reflexión en cauces no reglados. El colectivo Erreakzioa/Reacción (Estíbaliz Sádaba y Azucena Vieites) difunde los debates feministas a través de fanzines y otros medios. Aunque con retraso respecto a nuestro entorno cercano, la competición por los múltiples premios y becas impone el paradigma de lo joven, la renovación casi instantánea de los actores. En 1998, cuando el modelo de residencias artísticas se consolida, el Ayuntamiento de Bilbao promueve BilbaoArte, que, sin embargo, no se convertirá en actor importante hasta una década después.

Las viejas figuras del pintor o el escultor, aun con excepciones, van quedando disueltas en el trasvase de diferentes procedimientos creativos, que erosionan las prácticas tradicionales y se orientan hacia un campo difuso y mezclado. Competentes en múltiples campos, los artistas en este final de siglo producen frecuentemente sus obras como cruce de disciplinas, tal es el caso de Elena Mendizabal, Eduardo Sourrouille o Txuspo Poyo. Pero incluso cuando optan por una cierta estabilidad disciplinar ‒Iñaki Imaz, Prudencio Irazabal o Manu Muniategiandikoetxea en el campo de la pintura; Dora Salazar o Javier Pérez en el de la escultura‒, tienden a llenarla de impurezas y referencias dispares.

Años 0.

En febrero de 2002 la exposición Gaur, Hemen, Orain en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, comisariada por Bartomeu Marí y Guadalupe Echevarría, fue sintomática de un cierto optimismo en torno al nuevo siglo; como síntoma, las farolas dobles que Juan Luis Moraza instaló en el exterior del museo y que han permanecido como iluminación física y simbólica del espacio público. La exposición mostró a un escogido grupo de artistas de diferentes generaciones intentando constatar la actualidad de las propuestas artísticas en torno a los problemas del mundo contemporáneo y también la búsqueda de cierta continuidad del arte vasco. En Gaur, Hemen, Orain se buscó enlazar los éxitos de los artistas vascos en la década anterior y la fluidez de un diálogo con los más jóvenes: el asentamiento de una generación junto a la transmisión de su experiencia en Arteleku o en la Facultad de Bellas Artes. En aquella exposición hubo algo de Escuela, de una identidad forjada en los intercambios propios del espacio pedagógico, pero paulatinamente, a medida que avanzaba la década, esas afinidades se fueron diversificando y adoptando formas cada vez más variadas a medida que los artistas iban desarrollando un lenguaje personal. Ibon Aranberri, Asier Mendizabal, Francisco Ruiz de Infante, entre otros, son artistas que adquirieron visibilidad en este comienzo de siglo, atravesando el camino que conduce desde la estatua hasta soluciones en torno a la instalación.

Inaugurado en 1997, Guggenheim Bilbao se ha convertido en un fenómeno global y en modelo imitado de cómo un equipamiento cultural es capaz de liderar la transformación del tejido productivo de una ciudad en el contexto de una economía de servicios. A pesar del enorme protagonismo que acaparó inmediatamente el museo, su atención al contexto artístico vasco había sido limitada, pero, con motivo de su décimo aniversario, le dedicó dos exposiciones significativas. Incógnitas. Cartografías del arte contemporáneo en Euskadi, comisariada por Juan Luis Moraza, fue inaugurada en julio de 2007 y planteaba un complejo sistema cartográfico para situar todo tipo de agentes en el entramado del arte vasco, en un proyecto inclusivo de investigación de campo y también de exposición de ejemplos significativos. Muy diferente fue la otra muestra, Chacun à son goût, comisariada por Rosa Martínez, inaugurada solo tres semanas después, que focalizó su propuesta en doce artistas de diferentes ámbitos, intentando mostrar la riqueza y la diversidad de los lenguajes empleados por los artistas y su relación con el contexto contemporáneo, los sentimientos de pertenencia y exclusión, así como el diálogo entre la universalidad de lo moderno y el cuestionamiento de sus valores en torno a las nuevas subjetividades. Juan Pérez Agirregoikoa, Maider López o Abigail Lazkoz, por citar solo a algunos, afianzaron su visibilidad a través de esta muestra.

Años 10.

La década se abre, en octubre de 2011, con el alto el fuego de ETA, que ha estado presente en todas las fases del periodo con diferente intensidad, y su disolución definitiva en abril de 2018. Su desaparición, en buena medida, supone el fin de una cierta excepcionalidad política y de convivencia en el País Vasco.

La persistencia de una acusada identidad del arte vasco desde el final de la dictadura o la posterior inserción de los artistas en un espacio políticamente fluido de hibridaciones entre lo local y lo global, todo ello parece ahora una discusión que afecta poco a los artistas más jóvenes, que tienden a desenvolverse con naturalidad en un contexto indiferenciado, empleando elementos propios de esta tradición, aunque no como carga heredada, así como aspectos de lo ajeno, pero no como aspiración.

Un mundo de información instantánea, cambiante y caduca, y unos artistas jóvenes que, como mínimo, han realizado una estancia Erasmus en Europa. Por otra parte, numerosos artistas internacionales fueron programados habitualmente, desde comienzos de los noventa, en la red de museos y centros de arte vascos, pero no hubo una correspondencia equilibrada en la visibilidad de los artistas vascos en el exterior. Sin embargo, en los últimos años, un número creciente de artistas ha ido rompiendo este techo y muestra su obra en ferias, bienales y galerías de todo el mundo. En una especie de intercambio no programado, muchos de los que habían pasado la década anterior en Europa o Estados Unidos han retornado al país, mientras que otros tantos, como Erlea Maneros Zabala o Javier Pérez, se han instalado fuera de nuestras fronteras en un contexto de conectividad y de presencia virtual.

Vitoria, capital política, tiene, sin embargo, menor protagonismo artístico, a pesar de la gran actividad de Artium y otros espacios alternativos. Algo semejante ocurre en Pamplona, a pesar de algún impulso de su entramado institucional. En los últimos años, casi todo parece haberse centrado en Bilbao, ciudad de atractivo global, que ha diversificado sustancialmente su tejido cultural. Sobre las ruinas del proyecto de Oteiza, se inaugura al fin en 2010 el centro cívico Alhóndiga, que poco después pasará a llamarse Azkuna Zentroa, con un espacio dedicado al arte contemporáneo. En San Sebastián, la capitalidad cultural europea en 2016 fue precedida el año anterior por la apertura de Tabakalera-Centro Internacional de Cultura Contemporánea, un gran equipamiento que abarca todo tipo de ámbitos de la creación, incluidas actividades y exposiciones en torno a las artes plásticas.

A estas alturas de la segunda década, las ideas aglutinadoras de la modernidad y las comunidades que ellas potenciaban no solo han desaparecido, sino que muchos artistas jóvenes ignoran su existencia y se agrupan en comunidades específicas y cambiantes, de afectos e intereses puntuales. Los artistas más jóvenes, como Kepa Garraza, Elena Aitzkoa, June Crespo o Lorea Alfaro, indagan en la propia subjetividad y en la figura del artista y la función del arte en un mundo de cambios acelerados, recogiendo aspectos indiscriminados de la cultura popular junto a referencias rescatadas de la tradición moderna.

LA MÚSICA EN EL PAÍS VASCO 1968-2018.

Después del 68. Arte y prácticas artísticas en el País Vasco 1968-2018 se completa, en la sala 33, con este espacio expositivo comisariado por el músico, productor, periodista y artista sonoro Xabier Erkizia. En él se presentan materriales originales ‒carátulas de discos, careles, grabaciones sonoras, etcétera‒ que ofrecen una visión histórica de las prácticas musicales y sonoras del País Vasco es estas últimas cinco décadas.
La muestra comprende obras publicadas en formato álbum y/o mini-álbum, que se han seleccionado en función de su capacidad de innovación, su uso del lenguaje musical, su influencia en generaciones posteriores y otros factores como el caldo social. El recorrido ilustra la cronología de las tecnologías y soportes utilizados para la realización y publicación de música en nuestra historia reciente, así como la evolución de las estéticas visuales y su relación con el contexto en que fueron presentadas. El público podrá tener, además, una experiencia directa y personal con la música a través de la escucha de una selección de canciones y fragmentos de composiciones.

La sala cuenta con un espacio educativo en el que se organizarán talleres sonoros.
Espacio educativo gestionado por el Departamento de Educación y Acción Cultural
Tel. 94 439 61 41 (de lunes a viernes, de 9.00 a 15.00 h)
Colabora ERESBIL – Archivo Vasco de la Música

ACTIVIDADES.

Ciclo de video. El arte del tiempo.

Comisariado por Guadalupe Echevarría, una de las pioneras en el estudio, programación y difusión de las prácticas audiovisuales en España, el ciclo, que forma parte de la programación del Festival Internacional de Cine Documental y Cortometraje de Bilbao (ZINEBI), propone una aproximación al video de creación en el País Vasco a través de una selección de 16 piezas realizadas entre 1982 y 2017, y agrupadas cronológicamente en tres sesiones. La primera ofrece una muestra de la incipiente producción videográfica vasca de finales de los ochenta y comienzos de los noventa; la segunda y la tercera, un recorrido por algunas de las propuestas de los creadores más jóvenes, realizadas ya en el nuevo milenio.

Más información:

DESCARGAR DOSSIER: DESPUÉS DEL 68

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