Las pretensiones de Alfonso X a la Corona Imperial.
En 1254, cuatro años después de su padre, el emperador Federico, había muerto el último vástago legítimo de los Hohenstaufen, Conrado; daba comienzo ese largo período de vacante en el Imperio que hemos dado en llamar Gran Interregno. La jefatura de la Casa de Suabia recaía, por impensado azar, en la viuda de Fernando III, Beatriz, hija de Felipe de Suabia, el excomulgado por Inocencio III, y en los hijos de ésta, que eran siete varones y tres hembras. El mayor de estos infantes reinaba en Castilla desde 1252, con el nombre de Alfonso X. Si la Corona de Alemania se hubiera regido por los mismos criterios de sucesión qué las de Francia, Inglaterra o España, las aspiraciones del monarca castellano a ceñirla habrían estado plenamente justificadas. Pero el Imperio era electivo, y la corona, sujeta a la congoja de luchas de partido; la herencia de Federico II incluía la jefatura del ghibelinismo. Alfonso X tuvo que moderar sus ambiciones. No sabemos si antes de 1256 abrigó alguna seria intención de presentar sus derechos, pero es difícil admitir que hubiera mostrado tan gran entusiasmo si no hubieran existido por su parte ciertas ideas previas.
Por otra parte, el matrimonio de Carlos de Anjou con Beatriz de Provenza, heredera del marquesado, seguido de su instalación en la amplia fachada mediterránea que va desde Niza a las inmediaciones de Montpellier, creaba graves problemas al rey de Aragón. No sólo se había perdido el Imperio occitánico: un poderoso rival se erigía en Marsella contra Barcelona, decidido a disputar a ésta el disfrute del comercio mediterráneo. Las turbias aguas de la política internacional, removidas por la caída del sistema de Federico II, eran propicias a cualquier aventura. Los catalanes querían aprovecharlas: hacía tiempo que sus comerciantes se estaban infiltrando en Cerdeña y que tenían fuertes intereses en Sicilia. Entre Carlos de Anjou y el infante Pedro, heredero de Cataluña, existió una violenta rivalidad, que muy a duras penas conseguía frenar Jaime I, deseoso de conservar la paz. El infante daba aliento a los ghibelinos de Italia, en especial a Manfredo de Sicilia, hijo bastardo de Federico II; con una hija de éste se casará en 1262.
De esta forma Castilla y Aragón coincidían en su postura inicial respecto a los grandes problemas europeos: ambas eran contrarias a la hegemonía francesa. Con una diferencia: el ghibelinismo del futuro Pedro III será radical, empleándose a fondo, mientras que el de Alfonso X, de pura circunstancia, buscará únicamente vías diplomáticas y de acomodo. Sin embargo, en 1254, con sólo treinta y tres años de edad, dos de reinado y una larga experiencia de gobierno, como colaborador activo de su padre. Alfonso era quien mejor podía justificar las esperanzas. La reforma monetaria que acometió en las Cortes de Sevilla —consistente en sustituir los pepiones de Fernando III, de 180 dineros el maravedí, por los burgaleses, de noventa— evidencia, en opinión de Vives y de Ballesteros, la potencialidad económica de Castilla, debida a la corriente de oro africano. La dobla castellana, que Alfonso refuerza, figura entre las monedas europeas más solicitadas. Contra Francia, Castilla parecía el único adversario digno de consideración.
Sin embargo, la Crónica del rey afirma que el cambio en la moneda trajo consigo carestía y escasez; el tributo granadino fue teóricamente aumentado a 250.000 maravedíes de la nueva moneda, pero en la práctica se percibió ya mal. Los Cuadernos de las Cortes de Sevilla de 1252 tampoco dejan lugar a dudas: se describe un panorama depresivo, y se adoptan las primeras medidas, que luego veremos repetirse, para corregir la mala situación. Se establecen tasas, se trata de frenar el lujo, se pretende estimular el ahorro en aquellos productos, como los paños, que se importan; se prohíbe toda clase de ligas. Los musulmanes son tratados como población vencida. Es sintomática la frecuente referencia a la época de Alfonso VIII como aquella que debería servir de norma.
Autora: Arantxa Serantes
ISBN- 84-9714-095-8
Extensión: 36 Págs.
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