MARY BEARD es catedrática de Clásicas en el Newnham College, Cambridge. Es editora en The Times Literary Supplement y autora del blog «A Don´s Life». Es miembro de la Academia Británica y de la Academia Americana de Artes y Ciencias.
Entre sus libros publicados se incluye El triunfo romano (2008); Pompeya (2009), ganador del Premio Wolfson; La herencia viva de los clásicos (2013); SPQR. Una historia de la antigua Roma (2016); Mujeres y poder (2018); La civilización en la mirada (2019) y Doce Césares (2021), todos ellos publicados en Crítica.
Fue galardonada con el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2016.
Doce Césares. La representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad
¿Cómo es el rostro del poder? ¿A quién se representa en el arte y por qué? En esta obra singular, Mary Beard -seguramente la clasicista más prestigiosa de nuestros días- cuenta la historia de cómo durante más de 2.000 años los retratos de los ricos, poderosos y famosos del mundo occidental han sido moldeados a partir de la imagen de los emperadores romanos, especialmente los Doce Césares. Desde el despiadado Julio César hasta el cruel Domiciano, el poder se representa imitando el arte clásico y los dirigentes caídos en desgracia a menudo son caricaturizados como Nerones tocando el violín mientras Roma arde.
Comenzando con la importancia de los retratos imperiales en la política romana, este libro ricamente ilustrado nos ofrece un riguroso y ameno recorrido a través de dos mil años de historia del arte y la cultura presentando una mirada fresca a las obras de importantes artistas, desde Mantegna hasta la actualidad, así como por generaciones de tejedores, ebanistas, plateros, impresores y ceramistas. Más que la historia de una simple repetición de imágenes de hombres y mujeres imperiales, Doce césares es una historia sorprendente de identidades cambiantes, identificaciones erróneas deliberadas o desorientadas, falsificaciones y, a menudo, representaciones ambivalentes de la autoridad.
Algunos extractos:
1. INTRODUCCIÓN. UN EMPERADOR EN EL MALL.
Un emperador romano y un presidente norteamericano«Durante muchos años, en el Mall de Washington D. C., en el césped que hay justo delante del Smithsonian Arts and Industries Building, se alzó como elemento fijo, y como curiosidad, un imponente sarcófago de mármol. […] La historia era que había contenido los restos del emperador romano Alejandro Severo, que gobernó entre 222 y 235 e. c. Alejandro no es demasiado conocido, pese a la florida ópera de Händel, Alessandro Severo, tejida en torno a su vida, y a una exagerada reputación en algunos lugares de la temprana Europa moderna como gobernante ejemplar, mecenas de las artes y benefactor público […] accedió al trono a los trece años, tras el asesinato de su primo Heliogábalo, cuyos legendarios excesos superaban incluso los de Calígula y Nerón […].»
«El nombre de Alejandro no se encontró en ningún rincón del ataúd que supuestamente había ocupado […]; sin embargo, el nombre de «Julia Mamea» aparecía claramente inscrito en el otro sarcófago. Para Jesse Elliott, aquello establecía una relación casi irresistible entre los dos ataúdes que había adquirido y el desafortunado emperador y su madre. Ambos habían sido asesinados a la vez y debieron de ser enterrados juntos, conforme a la debida grandeza imperial, cerca del lugar de nacimiento de Alejandro, en lo que hoy es el Líbano. O por lo menos eso es lo que él creía.
Estaba equivocado. Como no tardaron en señalar los escépticos, al parecer el asesinato tuvo lugar a unos tres mil kilómetros de Beirut […] y un autor antiguo aseguraba que el cuerpo del emperador había sido conducido a Roma para ser enterrado. Por si eso no fuera suficiente para acallar la idea, quedó establecido de forma contundente que la «Julia Mamea» conmemorada en la inscripción había muerto a los treinta años, circunstancia que hacía imposible que fuera la madre de Alejandro, a menos que […] hubiera «dado a luz a su hijo cuando tan solo tenía tres años, lo cual es, cuando menos, insólito». La mujer que había ocupado el ataúd era presumiblemente una de las muchas habitantes del Imperio romano que llevaba aquel nombre tan corriente.»
«Después de un infructuoso intento de reutilizar el de «Alejandro» para alojar los restos de James Smithson ([…]científico y donante fundador de la Institución Smithsoniana), Elliott lo presentó en 1845 al Instituto Nacional, una importante colección del legado norteamericano albergada en la Oficina de Patentes, con el
«ferviente deseo» de que en breve contuviera «lo que hay de mortal en el héroe y patriota Andrew Jackson».
Pese a su deficiente salud —murió unos meses después—, la respuesta del presidente Jackson a la carta de Elliott relativa a su ofrecimiento se hizo famosa por su contundencia.»
«En la década de los sesenta, sus palabras fueron incorporadas a un nuevo panel informativo situado junto al sarcófago, que rezaba: «Tumba en la que Andrew Jackson se negó a ser enterrado». Dicho de otro modo, aquel objeto era símbolo de la esencia realista y sensata del republicanismo norteamericano y su aversión por las vulgares baratijas de la monarquía o autocracia.»
Del ataúd a los retratos.
«[…]no somos la primera generación que tiene dificultades a la hora de distinguir entre los rostros de Calígula y de Nerón. Los bustos de mármol se han esculpido una y otra vez, e incluso modificado, para convertir a un gobernante en el siguiente, y se siguen creando nuevos, incluso hoy en día, en un interminable proceso de copia, adaptación y recreación poco riguroso.»
«Después de todo, un siglo después de la muerte de Jackson, Benito Mussolini reclutó los rostros de Julio César y de su sucesor, Augusto, para su proyecto fascista, al mismo tiempo que restauraba el imponente mausoleo de Augusto en el centro de Roma, como monumento a sí mismo, indirectamente por lo menos. Y no se trataba solo de puro artificio y fachada.»
«Ya a mediados del siglo XVI se realizaban impresiones en papel con cabezas imperiales listas para recortar y pegar en muebles mediocres o paredes y dotarlas así de una apariencia prefabricada de clase y cultura. Todavía se puede comprar por rollos algo muy similar para decorar sofisticados interiores.»
Un mundo lleno de césares.
«La representación de los emperadores romanos inspiró a los antiguos artistas y artesanos, les proporcionó trabajo y, sin duda, en ocasiones y durante siglos, les aburrió o repelió. Era una producción a gran escala, miles y miles de imágenes, que se extiende más allá de aquellas cabezas de mármol o bronces colosales de cuerpo entero que la expresión «retrato imperial» suele sugerir. Se realizaban de todas las formas y medidas, materiales, estilos y características. Algunos de los descubrimientos arqueológicos más enigmáticos hallados a lo largo del mundo romano son fragmentos de humildes moldes de repostería.»
«En el caso del emperador Augusto, que reinó durante cuarenta y cinco años, desde el 31 a. e. c. hasta el 14 e. c., dejando de lado monedas y camafeos y las numerosas identificaciones erróneas, el número de las imágenes contemporáneas o casi contemporáneas de mármol o bronce identificadas con bastante certeza halladas en todo el Imperio romano, desde España hasta Chipre, asciende a más de doscientas, además de unas noventa de su esposa Livia —que le sobrevivió—. Una conjetura razonable, y no puede ser más que eso, sitúa estas cifras en el uno por ciento, o menos, del total original, que quizás estuviera entre los veinticinco mil y cincuenta mil retratos de Augusto en total.»
«[…]las hileras de cabezas de mármol ocupan un puesto desproporcionado en la retratística imperial por el simple hecho de que casi todas las versiones en oro y plata que existieron en su tiempo, así como muchas de bronce, fueron fundidas antes o después y recicladas. Acabaron siendo nuevas obras de arte, dinero en efectivo o, en el caso del bronce, maquinaria y munición militar.»
«Uno de los temas más populares de la pintura moderna temprana es la visión que tuvo el emperador Augusto del Niño Jesús, cuyos ejemplos abundan sin ser reconocidos en casi todas las principales galerías de arte de Occidente. Esta ficción maravillosa y piadosa asegura que el día que nació Jesús, Augusto consultó a una profetisa pagana sobre si nacería alguien en el mundo más poderoso que él y si debería permitir ser venerado él mismo como un dios. La milagrosa visión de la Virgen y el Niño en el cielo sobre Roma le dio la respuesta.»